jueves, 18 de agosto de 2016

Tictac

La mujer del espejo me mira a los ojos con determinación. Desabrocha suavemente y sin dudar cada uno de los botones de su suave camisa blanca y la deja caer, no lleva ropa interior. Continúa con la misma serenidad, desabrochando la negra falda y dejándola deslizarse hasta el suelo. Está descalza y desnuda como si acabase de llegar a la vida. Sé lo que piensa. Sé cómo se siente, conozco sus motivos.

Sólo necesita un objeto punzante y afilado, como una decepción. Así que hago lo que desea y acerco el bisturí a su pecho, a nuestro pecho, lo desvío ligeramente hacia el costado izquierdo y procedo a realizar una pequeña incisión. Ahí está, tiene el aspecto de un corazón sano: rojo, palpitante y caliente.
Tenemos todo preparado. Una pequeña caja de cartón que reza que su contenido es frágil. En su interior, virutas de corcho que se tiñen al contacto con el órgano recién extraído.
El frío mármol me recuerda que aún estoy descalza. Poco nos importa.
Bajo las escaleras hasta el sótano y deposito la caja junto a los pinceles y los cuadros abandonados. “Estarás bien”, me despido. Mientras subo las escaleras, aún lo escucho latir. El sonido se va amortiguando con cada escalón.
Me asomo de nuevo al espejo y la mujer me indica que hemos hecho lo correcto. Parece la misma y otra muy distinta. “No creo que estés llorando”, le digo. “Recuerda que no tienes corazón”.
Así que ya puedes venir a contarme cosas que yo no sepa. Ya puedes enviarme el poema del día. Estoy preparada para recibir tu mensaje de las tres de la madrugada. Ya puedes contarme que te hago sentir vivo. Insiste de nuevo en que soy diferente a todo lo que conoces. Cuéntame otra vez que soy toda luz, que nadie como yo, que le doy sentido a todo, que aún sientes en tus manos mi calidez. Ven con tus labios carnosos, ven con tu dedo en mi nuca y tu aliento entre mis muslos.
Suena el teléfono. Eres tú. Oigo tu voz entrecortada y disfrazada de sinceridad: que me echas de menos, que necesitas verme.
Acepto. Quiero saber que esto funciona. “Trae el vestido negro, los labios rojos y no te peines demasiado”.
La cafetería del primer encuentro, la misma mesa y tú. ¡Qué guapo estás, cabrón!
Tus dedos largos me muestran un libro: “El ángel de la ventana occidental”.
  • Para ti y las tostadas también. Coge fuerzas que las vas a necesitar.
Bloqueas el ascensor y pones el mundo patas arriba. Tictac. “Somos dos animales. Esto no es amor, tranquila”, me aseguro. Treinta y dos besos después, diez arañazos, cuatro azotes y llegamos a la habitación. Tictac. Todo es urgente y necesario, movimientos encadenados de una coreografía perfecta. Tictac. Poesía. Tictac. Música. Tictac. Vida. Tictac.
De repente te detienes, me sostienes por los hombros y te acercas a mi oído:


  • Relájate, cariño, se te va a salir el corazón.
Texto y fotografía: Santi Jiménez

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