Nos
habían encargado escribir una colaboración a medias. Se trataba de
hacer un diálogo en el que sólo aparecieran las intervenciones de
los personajes sin más acotaciones, descripción o narración. Era
una colaboración desinteresada, me venía fatal de tiempo y no me
apetecía para nada, pero Fran es amigo y nunca he sabido decirle que
no.
Al
tipo en cuestión, a mi compañero de la ficticia conversación, no
lo conocía en persona y poco había oído hablar de él. Lo había
leído en alguna ocasión, pero estos últimos días, desde que Fran
había propuesto nuestra participación, lo estaba siguiendo con más
atención. Había buscado incluso imágenes suyas en Google movida
por la curiosidad, pero en todas aparecía con sombrero y gafas de
sol. He de reconocer que tenía una pinta bastante interesante. La
verdad es que leyéndolo me lo había imaginado como un tipo apuesto
y hasta podía escuchar su voz en cada página. Sus textos jugaban
con una perfecta combinación de violencia, elegancia, sensibilidad y
música. El tío sabía lo que se hacía. Ofrecía ese tipo de
literatura que te atrapa sin renunciar a la calidad. Eran en su
mayoría relatos breves en los que te colabas de manera irremediable,
atrapado por el ambiente de humo, juego y jazz y acababas amando u
odiando a los personajes que menos esperabas cuando menos lo
esperabas.
En
fin, que casi me lamentaba por haberlo leído, me hacía sentir muy
pequeñita y torpe y maldije a Fran por haberse acordado de mí. Fran
nos propuso quedar en una cafetería, hacer las presentaciones y
hablarnos de un proyecto futuro si veíamos que funcionábamos bien
juntos en esta primera ocasión. Inmediatamente, pensé en declinar
su amable oferta, la de la cafetería, pues después de haber leído
a mi compañero de letras, presentía un peligro inminente y no
quería que la relación pudiese ni de lejos traspasar el límite de
lo profesional. Por favor, que el último mes me había enamorado
veintisiete veces, ¡basta ya! Decidido, iba a llamar a Fran y
pedirle el correo electrónico del personaje pues si algo tenía
claro es que los lazos afectivos no se llevaban bien con el trabajo.
Lo sabía, me estaba armando un poco la película, pero prefería
evitar cualquier riesgo por remoto que fuera.
- Hola, Fran. Seguro que te pillo bien, sé que siempre es un buen momento para hablar conmigo (Escuché su encantadora risa al otro lado)- Respecto a lo de vernos en Atticus con este muchacho, no sé cuándo hemos quedado pero me viene mal.
- Jajaja, Sofía, ¿qué tal, locuela? Si no sabes ni la fecha, quedemos que tengo muchas cosas que contarte e interesantes ofertas para ti. Ya está bien de volar bajito y en solitario.
- En serio, Fran, estoy bien como estoy y respecto a ese encuentro, de verdad, de verdad, que mi madre no me deja.
- Jajaja, mira que eres cabezona. ¿Cómo trabajaréis? ¿Por telepatía?
- Bueno, yo había pensado en algo que requiera menos esfuerzo mental, algo así como que me dieras su correo.
- ¿En serio? Será presuntuoso, pretencioso, prepotente y todo lo que empiece por pre.
- Sí, Sofía, así es, la policía siempre investiga los correos electrónicos de los sospechosos, pueden llegar a decir mucho de una persona.
- Vale, Fran, hasta luego. Tengo cositas que hacer, por supuesto, no tan interesantes como hablar contigo y que te rías de mí.
- Ciao, loca.
No
esperé a llegar a casa y desde el autobús le envié el primer
correo electrónico con un pretendido y estudiado tono aséptico,
rápido, directo y breve, como un mal polvo. Su respuesta no se hizo
esperar.
“Estimada
y desconocida Sofía:
Sofía...
¡quién la pillara! ¿verdad? La sabiduría... Me han dicho que te
ha gustado mucho mi correo y que te has creado un segundo mail,
laspuertasdelaverno2. Me parece un detalle entrañable por tu parte.
Dime cuándo nos vemos. Emoticono de beso en la frente aquí. Corto y
cambio”.
Sin
duda el imbécil de Fran se había ido de la lengua y le había
puesto en antecedentes. Me sentía furiosa y en desventaja, dos
sentimientos que siempre vale la pena ocultar. Le respondí a los dos
días. Que espere, me dije, a ver si se le pasa el buen humor.
“Perdona
que no haya contestado antes pero el correo me va fatal y no me
apetecía. No podemos vernos, ya te habrá dicho el discreto de Fran
que mi madre no me deja. Pero por este medio podemos comenzar una
tormenta de ideas, si te parece bien”.
Su
respuesta, inmediata:
“¡Huy!,
me pillas en muy mal momento ahora para intercambiar fluidos
electrónicos, pero lo de la tormenta me ha puesto romántico y no he
podido evitar contestarte. Sofía, ¿qué haremos con la calma que
sigue a la tormenta?”
Mi
compañero en potencia aprovechó la tontería de que el correo
electrónico me iba mal para pedirme el Whatsapp. Ese movimiento es
de primero de relaciones digitales, pero miré para otro lado. Las
conversaciones eran fluidas e iban subiendo frecuencia y tono. Sin
embargo, no avanzábamos en el diálogo para Fran. Bromeábamos
diciendo que íbamos a despachar al bueno de Fran enviándole las
capturas de nuestras conversaciones y que hiciera un corta y pega,
total todo lo que hablábamos eran genialidades, decía el descarado.
Un
buen día entró un nuevo mensaje en mi bandeja. Me extrañó porque
hacía tiempo que habíamos abandonado ese medio. Sólo Whatsapp y
sólo texto, nada de fotografías o vídeos, nada de llamadas ni
audios. Aún no sabía si la voz que leía sus páginas por mí era
la correcta o una impostora. Sus ojos también eran un misterio. Sus
manos, lo único que dejaban al descubierto las fotos de Google, me
encantaban.
“Querida
desconocida:
Cuanto
más la conozco a usted, más me desconozco yo. Eso no me gusta nada,
pero no soy rencoroso así que le informo de que hoy, como cada día,
voy a comer en el Continental, sé que a usted esto de quedar siempre
le viene mal, lo mismo es porque no le gusta que la vean comer en
público, por eso he reservado habitación para dos y así podemos
comer y trabajar fuera de incómodas miradas. Yo estaré en el hall
sobre las dos y media, a las dos y treinta y cinco en el ascensor y a
las dos cuarenta comiendo contigo, por ti o a ti, ya se verá.”
Este
tío es idiota, me encanta. Sofía, vamos a ir, vamos a comer y a
trabajar, me prometí. Pobre Fran, se lo debo.
Cogí
un taxi, a las dos y veinticinco estaba en la puerta del hotel, a las
dos y veintiséis vibró mi móvil, podía verlo a él de espaldas a
la puerta consultando el reloj. Era un whatsapp suyo: “Antes de que
llegues al ascensor te habré besado”.
Sonreí,
lo demás es otra historia.
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