jueves, 18 de agosto de 2016

Multitud

Ésta es la carta que nunca enviaré, la llamada que jamás haré y el beso que no te daré.
Seis de la mañana. Suena el teléfono. Al otro lado solloza una voz conocida que suena desconocida, destrozada, agónica, deshecha.
  • Andrea, soy yo. No cuelgues, no cuelgues, por favor. Ha muerto.
No recuerdo contestar, no sé qué hice con el teléfono, ni cómo me vestí, si desayuné, ni si me duché, no tengo idea de haber hecho el trayecto en coche hasta el tanatorio.
Entro en la sala. Esther ejerce de viuda oficial. Nos abrazamos en un abrazo que nos debemos hace un año. Nuestra piel tiene memoria, ella huele a pasado, sus mejillas están mojadas, sonrosadas como de costumbre y, a pesar de las circunstancias, la humedad me hace recordar tiempos mejores, tiempos compartidos a tres.
Detrás de nosotras alguien dice: “Parece que está dormido. ¡Qué buen color, está hasta guapo!”. No tengo paciencia para esas obviedades, me da ganas de reventarle la cabeza al inútil ése que no conoce el maquillaje post mortem, pero en lugar de eso, lo miro a él y nos veo a Esther y a mí reflejadas en el cristal. De nuevo, los tres.
  • Vamos a la cafetería, a saber las horas que llevas sin tomar nada.
Esther obedece como una sonámbula.
Nos pedimos una tila doble. Sus labios se acercan al vaso dejando el rastro de un beso y llora de nuevo.
  • ¿Recuerdas cuando planeábamos salvar el mundo a besos?
  • Yo ya no recuerdo nada, Esther. He llenado la memoria de olvido y tú deberías hacer lo mismo.
  • Pues todo fue idea vuestra, a mí me enredasteis con todas vuestras teorías de pseudointelectuales modernos. Sabes que hubiese hecho lo que fuese por estar con él. No sé cómo pude creerme que no habría celos ni daños colaterales. Al principio todo era perfecto, ¿verdad? Risas, fiestas, parecíamos estudiantes compartiendo piso. Pero yo veía cómo te miraba, había más piel en vuestras caricias, vuestros labios tardaban más en separarse. Yo parecía una infiltrada en aquella cama, una invitada incómoda.
  • Todo está en tu cabeza, te digo que no recuerdo nada. Yo ni siquiera debería estar aquí.
  • Entonces, nada tendría sentido.
Puso su mano sobre la mía y me miró como el hielo. Una certeza se apoderó de mi cabeza, me levanté y dejé las tilas sin pagar. No podía creerlo. Supe que había rechazado que le hicieran la autopsia, mostró un documento del puño y letra de Luis solicitando que saltasen ese trámite si alguna vez sucedía algo, no entiendo a cuento de qué haría tal cosa, era la persona más sana del mundo. Se trataba al parecer de un infarto. Saber que Esther trabajaba en el hospital con libre acceso al laboratorio no me tranquilizaba para nada. Pero, una vez más, cerré los ojos y hui.
Algún día me mato conduciendo. El teléfono no para de recibir llamadas perdidas de Esther. Varios whatsApp. Son “te quieros” que no dejaré ni en visto.
Me repito que está loca. ¡Está loca! Yo no lo estoy menos. Llego a casa buscando nuestras fotos en el portátil, encerradas en el archivo “Multitud”. Abro el correo. ¡Madre mía, 234 mensajes sin leer! Se me para el corazón. Mensaje de Luis:
Querida no, queridísima Andrea:
¿Cuántas veces me has reprochado que sólo sé quererme a mí mismo? Y quizá tuvieses razón. Pero eso era antes. Un año sin ti ha sido suficiente para entender lo que es el amor. Sé que odias las frases hechas, pero algunas no son menos ciertas por eso. Así que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos o hasta que coge la puerta y se pierde ella solita. Supongo que hoy habrás llorado por mí, que te habrás puesto muy fea con la nariz roja y los ojos chiquitos y que estarás pensando que, hasta después de muerto, soy un poco cabrón.
Esther está loca por ti. ¿Sabes que eras tú la única destinataria de sus horribles poemas de doctora? ¿Sabes que tiene una caja de fotos en la que he sido dramáticamente recortado? ¿Sabes que he comprendido que te fuiste por amor, por amor a ambos y que en este triángulo tú eras la única que sabía querer por los tres?
Déjame por una vez que sea yo quien diga la última palabra. Bueno, ya está dicha.
Fue un placer, en el más amplio sentido de la palabra, compartir ese fragmento de vida contigo.
Vía libre, parejita.
Uno que se va.
Siempre vuestro, Luis”.


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