Ésta
es la carta que nunca enviaré, la llamada que jamás haré y el beso
que no te daré.
Seis
de la mañana. Suena el teléfono. Al otro lado solloza una voz
conocida que suena desconocida, destrozada, agónica, deshecha.
- Andrea, soy yo. No cuelgues, no cuelgues, por favor. Ha muerto.
No
recuerdo contestar, no sé qué hice con el teléfono, ni cómo me
vestí, si desayuné, ni si me duché, no tengo idea de haber hecho
el trayecto en coche hasta el tanatorio.
Entro
en la sala. Esther ejerce de viuda oficial. Nos abrazamos en un
abrazo que nos debemos hace un año. Nuestra piel tiene memoria, ella
huele a pasado, sus mejillas están mojadas, sonrosadas como de
costumbre y, a pesar de las circunstancias, la humedad me hace
recordar tiempos mejores, tiempos compartidos a tres.
Detrás
de nosotras alguien dice: “Parece que está dormido. ¡Qué buen
color, está hasta guapo!”. No tengo paciencia para esas
obviedades, me da ganas de reventarle la cabeza al inútil ése que
no conoce el maquillaje post mortem, pero en lugar de eso, lo miro a
él y nos veo a Esther y a mí reflejadas en el cristal. De nuevo,
los tres.
- Vamos a la cafetería, a saber las horas que llevas sin tomar nada.
Esther
obedece como una sonámbula.
Nos
pedimos una tila doble. Sus labios se acercan al vaso dejando el
rastro de un beso y llora de nuevo.
- ¿Recuerdas cuando planeábamos salvar el mundo a besos?
- Yo ya no recuerdo nada, Esther. He llenado la memoria de olvido y tú deberías hacer lo mismo.
- Pues todo fue idea vuestra, a mí me enredasteis con todas vuestras teorías de pseudointelectuales modernos. Sabes que hubiese hecho lo que fuese por estar con él. No sé cómo pude creerme que no habría celos ni daños colaterales. Al principio todo era perfecto, ¿verdad? Risas, fiestas, parecíamos estudiantes compartiendo piso. Pero yo veía cómo te miraba, había más piel en vuestras caricias, vuestros labios tardaban más en separarse. Yo parecía una infiltrada en aquella cama, una invitada incómoda.
- Todo está en tu cabeza, te digo que no recuerdo nada. Yo ni siquiera debería estar aquí.
- Entonces, nada tendría sentido.
Puso
su mano sobre la mía y me miró como el hielo. Una certeza se
apoderó de mi cabeza, me levanté y dejé las tilas sin pagar. No
podía creerlo. Supe que había rechazado que le hicieran la
autopsia, mostró un documento del puño y letra de Luis solicitando
que saltasen ese trámite si alguna vez sucedía algo, no entiendo a
cuento de qué haría tal cosa, era la persona más sana del mundo.
Se trataba al parecer de un infarto. Saber que Esther trabajaba en el
hospital con libre acceso al laboratorio no me tranquilizaba para
nada. Pero, una vez más, cerré los ojos y hui.
Algún
día me mato conduciendo. El teléfono no para de recibir llamadas
perdidas de Esther. Varios whatsApp. Son “te quieros” que no
dejaré ni en visto.
Me
repito que está loca. ¡Está loca! Yo no lo estoy menos. Llego a
casa buscando nuestras fotos en el portátil, encerradas en el
archivo “Multitud”. Abro el correo. ¡Madre mía, 234 mensajes
sin leer! Se me para el corazón. Mensaje
de Luis:
“Querida
no, queridísima Andrea:
¿Cuántas
veces me has reprochado que sólo sé quererme a mí mismo? Y quizá
tuvieses razón. Pero eso era antes. Un año sin ti ha sido
suficiente para entender lo que es el amor. Sé que odias las frases
hechas, pero algunas no son menos ciertas por eso. Así que no
sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos o hasta que coge la
puerta y se pierde ella solita. Supongo que hoy habrás llorado por
mí, que te habrás puesto muy fea con la nariz roja y los ojos
chiquitos y que estarás pensando que, hasta después de muerto, soy
un poco cabrón.
Esther
está loca por ti. ¿Sabes que eras tú la única destinataria de sus
horribles poemas de doctora? ¿Sabes que tiene una caja de fotos en
la que he sido dramáticamente recortado? ¿Sabes que he comprendido
que te fuiste por amor, por amor a ambos y que en este triángulo tú
eras la única que sabía querer por los tres?
Déjame
por una vez que sea yo quien diga la última palabra. Bueno, ya está
dicha.
Fue
un placer, en el más amplio sentido de la palabra, compartir ese
fragmento de vida contigo.
Vía
libre, parejita.
Uno
que se va.
Siempre
vuestro, Luis”.
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