La
idea era desconectar un poco, aislarme, reflexionar, tal vez,
encontrarme. Por eso he venido hasta aquí, a la finca de mis padres.
Ellos no vienen nunca, de ahí que esté algo descuidada, pero a mí
me gusta así. Todavía puedo verme corretear enganchándome las
trenzas entre los limoneros. Y creo que el primer beso, lo di en este
lugar.
Sin
línea telefónica, ni cobertura, ni vecinos en kilómetros a la
redonda se diría que esto es el paraíso o un infierno, según quien
mire. Ni siquiera he traído el portátil, tan sólo mi moleskine, mi
pluma de la suerte y la cámara que me regalaste. Bueno, también
nuestras fotos, ésas que ahora son sólo mías y de las que no me he
separado en los últimos dos meses. Me he dedicado a hacer un
minucioso registro fotográfico de lugares, objetos y sensaciones,
inevitable imaginarte reprochándome que vivo más detrás de la
cámara que delante.
La
verdad es que no he pegado ojo desde que llegué, eso me ha permitido
soñar mucho contigo y alcanzar todos los amaneceres y son tan
espectaculares que ni siquiera me he atrevido a apuntarlos con mi
objetivo.
Se
supone que mañana he de entregar el artículo y ni siquiera lo he
escrito, apenas unas cuantas frases inconexas en las que siempre
estás tú.
“Éramos
como una granada sin anilla, pero aún no lo sabíamos”. O, ayer,
cuando comenzó a llover sin previo aviso, como lo hace siempre en
esta tierra: “Y besarte así, como la lluvia”. Pero no logro
centrarme. Caen las letras como gotas de lluvia espaciadas y
desacompasadas.
He
de reconocer que aún me duele encontrar tus notas y tus dibujos
enredados con mis letras en los márgenes de mi libreta. He de
reconocer que si guardo silencio, todavía te siento respirar.
Esta
noche estoy muy inquieta, como cuando tienes el presentimiento de que
algo malo va a pasar.
Hace
un rato los perros se han puesto a ladrar como locos. He deducido que
habrían visto alguna liebre. También podría ser que hubiese
venido, Domingo, el señor que echa un vistazo de cuando en cuando a
la finca y da de comer a los chuchos. Pero me extrañaría mucho que
viniese a estas horas. Los perros se han callado repentinamente. Los
he llamado y no acuden. Puede que esté paranoica pero voy a
encerrarme en la buhardilla. El corazón se me va a salir por la
boca. Se oyen ruidos en la planta baja, son sonidos casi
imperceptibles, podrían ser incluso fruto de mi imaginación, pero
no, presiento que no estoy sola. Pero si casi puedo notar el calor de
otra persona, como cuando giras la cabeza al sentir que alguien te
está mirando.
Tengo
mucho miedo. Definitivamente, hay alguien o algo. Suenan pasos de
madera en la escalera. Espero que vengan con la intención de robar,
encuentren las joyas de mi madre que están en la primera planta y se
vayan por donde han venido.
Vale,
voy a intentar colocar una silla en el picaporte de la puerta por
dentro, como en las películas. ¡Mierda!, la silla es más baja de
lo que debiera. Esto no puede fallar, en las pelis siempre funciona.
Se
me han inundado los ojos de lágrimas, me cuesta tragar saliva. El
picaporte se está girando:
- ¿Tú?
- Sí, recuerda que fuiste tú quien dijo: “Y la última bala, quiero que la uses contra mí”.
Y
te acercas, con esa sonrisa infalible, que anticipa tus besos.
Texto: Santi Jiménez
Ilustración: Álvaro Ruiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario