jueves, 18 de agosto de 2016

Moleskine

La idea era desconectar un poco, aislarme, reflexionar, tal vez, encontrarme. Por eso he venido hasta aquí, a la finca de mis padres. Ellos no vienen nunca, de ahí que esté algo descuidada, pero a mí me gusta así. Todavía puedo verme corretear enganchándome las trenzas entre los limoneros. Y creo que el primer beso, lo di en este lugar.
Sin línea telefónica, ni cobertura, ni vecinos en kilómetros a la redonda se diría que esto es el paraíso o un infierno, según quien mire. Ni siquiera he traído el portátil, tan sólo mi moleskine, mi pluma de la suerte y la cámara que me regalaste. Bueno, también nuestras fotos, ésas que ahora son sólo mías y de las que no me he separado en los últimos dos meses. Me he dedicado a hacer un minucioso registro fotográfico de lugares, objetos y sensaciones, inevitable imaginarte reprochándome que vivo más detrás de la cámara que delante.
La verdad es que no he pegado ojo desde que llegué, eso me ha permitido soñar mucho contigo y alcanzar todos los amaneceres y son tan espectaculares que ni siquiera me he atrevido a apuntarlos con mi objetivo.
Se supone que mañana he de entregar el artículo y ni siquiera lo he escrito, apenas unas cuantas frases inconexas en las que siempre estás tú.
Éramos como una granada sin anilla, pero aún no lo sabíamos”. O, ayer, cuando comenzó a llover sin previo aviso, como lo hace siempre en esta tierra: “Y besarte así, como la lluvia”. Pero no logro centrarme. Caen las letras como gotas de lluvia espaciadas y desacompasadas.

He de reconocer que aún me duele encontrar tus notas y tus dibujos enredados con mis letras en los márgenes de mi libreta. He de reconocer que si guardo silencio, todavía te siento respirar.
Esta noche estoy muy inquieta, como cuando tienes el presentimiento de que algo malo va a pasar.
Hace un rato los perros se han puesto a ladrar como locos. He deducido que habrían visto alguna liebre. También podría ser que hubiese venido, Domingo, el señor que echa un vistazo de cuando en cuando a la finca y da de comer a los chuchos. Pero me extrañaría mucho que viniese a estas horas. Los perros se han callado repentinamente. Los he llamado y no acuden. Puede que esté paranoica pero voy a encerrarme en la buhardilla. El corazón se me va a salir por la boca. Se oyen ruidos en la planta baja, son sonidos casi imperceptibles, podrían ser incluso fruto de mi imaginación, pero no, presiento que no estoy sola. Pero si casi puedo notar el calor de otra persona, como cuando giras la cabeza al sentir que alguien te está mirando.
Tengo mucho miedo. Definitivamente, hay alguien o algo. Suenan pasos de madera en la escalera. Espero que vengan con la intención de robar, encuentren las joyas de mi madre que están en la primera planta y se vayan por donde han venido.
Vale, voy a intentar colocar una silla en el picaporte de la puerta por dentro, como en las películas. ¡Mierda!, la silla es más baja de lo que debiera. Esto no puede fallar, en las pelis siempre funciona.
Se me han inundado los ojos de lágrimas, me cuesta tragar saliva. El picaporte se está girando:
  • ¿Tú?
  • Sí, recuerda que fuiste tú quien dijo: “Y la última bala, quiero que la uses contra mí”.

Y te acercas, con esa sonrisa infalible, que anticipa tus besos. 

Texto: Santi Jiménez
Ilustración: Álvaro Ruiz

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