jueves, 18 de agosto de 2016

La catedral

Y ahora sólo pienso en ti y en un hotel con vistas a la catedral, ésa que nunca visitaremos. Sólo pienso en ti y en esa habitación donde pecarlo todo, sin más alianza que la de nuestros besos, en círculo. Y fíjate que, ahora, todo lo que escribo nace de ti y que la función principal de mi vida ocurre entre bambalinas, sin más atrezzo que tú, un par de almendros y unas cuantas amapolas a pie de carretera. Dime si acaso no somos ricos.
Y sucede ahora que tú y que, inevitablemente, tú. Y me bebo tres vasos de agua sin respirar, para ver si así te olvido, entre sueño y sueño. Que yo sólo quiero que nos amemos eternamente, por unas horas y que digamos adiós a esos trenes que nunca cogimos.
Por eso, querido, te propongo que seamos tú y yo, yo y tú, el uno en el otro. Te sugiero que seamos, tan sólo, mientras nos hagamos ilusión.
Y descuida, mi amor, que soy plenamente inconsciente de todo y que todo tengo perfectamente improvisado.
Te prometo árboles de hoja perenne y un jardín de ésos que no hay que regar. Te regalo mis dedos sin huellas, como lazos que acarician sin apretar. Te garantizo la alegría y la locura, el carnaval sin disfraz. Te aseguro mil historias sin pies ni cabeza, de ésas que enganchan desde la primera línea y se escriben sobre renglones torcidos.
Te sugiero un amor desprendido, sin fechas, sin reglas, gestado en el azar.
Te invito al juego de la verdad, al quién es quién de los cuerpos enredados, a la certeza de las bocas cegadas por el hambre y los ojos con sed.
Bésame sólo si no puedes evitarlo, tócame sólo si te duelen las manos de no hacerlo y bórrame a la mañana siguiente, que no se te olvide, cada vez, que todo es un sueño.




A ti que eres todas esas cosas que sólo se dicen al oído.

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