jueves, 18 de agosto de 2016

Libros y café

Es la primera vez que vengo a esta cafetería, el ambiente me encanta, está decorada como una biblioteca. Libros y café, ¡qué más se puede pedir! Una amiga de un amigo presenta una novela. Emilio ha insistido en que le acompañe y yo, la verdad, no tenía nada mejor que hacer. Escuchar a un autor hablar acerca de su propia obra me gusta, no sé si arroja más luz sobre ésta o sobre la persona, pero no deja de ser interesante. No me esperaba que la oradora fuera una señora mayor, pues Emilio me había dicho que era su primera novela y había supuesto su juventud, como si correr tras los sueños tuviese edad.
La escritora tiene esos ojos que parece que te miran por dentro y que te miran a ti, y sólo a ti, entre la multitud. Tanto es así que ni siquiera recuerdo el color, sí, lo profundos, sí, lo intensos. Me fastidió un poco llegar cuando ya se habían hecho las presentaciones y la protagonista ya había comenzado a hablar.
Estas páginas hablan de cuando hice todo mal y fui feliz.
Alguien me dijo una vez: “Si tu necesidad de ser amado es mayor a la de amar, no va a funcionar”. Quizá tuviese razón y quizá suceda también a la inversa. Comienzo escribiéndole a él”.
Abrió el libro por la primera página y leyó con los ojos cerrados:
Estoy sentada en un banco de la plaza, un chico toca el violín y tú no lo sabes, pero estás aquí. Ésta es una de esas historias que no hay que contar, de las que marcan un antes y un después. Ésta es la historia de una mentira, la historia de un viaje, de esos viajes de los que aunque vuelvas, nunca regresas.
Ésta es una historia sin final, una historia que prometí no escribir.
¿Qué más os podría decir? Es la historia de dos sueños que se enredan, de dos personas que no son libres pero eligen la libertad. Éramos jóvenes y estúpidos. Bueno, él era joven y yo, rematadamente estúpida.
Yo vivía entre cuatro paredes, unos muros que habíamos levantado entre mi marido y yo, durante la friolera de veinte años. Los cimientos se resquebrajaban y el leve aliento de mi joven amigo fue suficiente para hacerlos desaparecer.
Todo comenzó de manera inocente. Nos conocimos en una red social. Lo normal: intercambio de poemas, de cuadros, de fotografías, de inquietudes y acabamos sabiendo el día a día, el minuto a minuto del otro. A él se le ocurrían siempre ideas disparatadas. Inventemos una máquina del tiempo, me decía. Yo quiero besarte en el patio del colegio, quiero ser quien te tire de las coletas, quiero quitarte el bocadillo. Inventemos una máquina teletransportadora y esta noche estaré justo ahí, besándote.
Siempre descartamos la idea de conocernos en persona, pero “siempre”, a veces, resulta ser un tiempo muy corto y cuando nos vinimos a dar cuenta, ya tenía el billete de autobús en mi monedero. En cuando quisimos reparar en ello, ya me estaba recogiendo en la estación.
No puedo explicaros qué sentí cuando lo vi por primera vez, no puedo expresar las ganas de tocarlo, de besarlo, de hacernos uno, aunque me parecía que ya lo había tocado, que ya lo había besado, que ya lo había sentido dentro. La ciudad que nunca vimos era preciosa, me cuentan, pero sólo vimos las paredes del hotel, sólo nos vimos el uno al otro. Y resulta, amigos míos, que eso era el amor. Y resulta, querido público, que eso era el sexo.
Sus manos expertas me despertaron, su lengua sedienta me caló y os puedo asegurar que de ahí no se regresa. No, no se regresa. Me río yo de las Cincuenta sombras de Grey, me descojono del Kamasutra”.
Risas generalizadas entre los asistentes, que habían permanecido mudos hasta ese momento.
Prosiguió:
No quiero destripar la novela. Pero os invito, señoras y señores, a que no finjáis los orgasmos, os invito a cambiar de máquina de gimnasio si ya no os produce agujetas, os emplazo a jugar un partido en casa y el siguiente fuera si es necesario, os animo a vivir, a VIVIR. Y a ti, mi joven amigo, te pido perdón. Me advertiste: No lo cuentes, el mundo no lo entendería. Espero que te equivoques.”

Y entonces, el que yo suponía su editor, puso las manos en su cuello, hundió los dedos en su pelo, no cerraron los ojos, no dejaron de mirarse y nació un beso. Un beso que recorrió la estancia, que me entró por los pies, golpeó mi corazón y se quedó dando vueltas en mi cabeza. 

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