Es
la primera vez que vengo a esta cafetería, el ambiente me encanta,
está decorada como una biblioteca. Libros y café, ¡qué más se
puede pedir! Una amiga de un amigo presenta una novela. Emilio ha
insistido en que le acompañe y yo, la verdad, no tenía nada mejor
que hacer. Escuchar a un autor hablar acerca de su propia obra me
gusta, no sé si arroja más luz sobre ésta o sobre la persona, pero
no deja de ser interesante. No me esperaba que la oradora fuera una
señora mayor, pues Emilio me había dicho que era su primera novela
y había supuesto su juventud, como si correr tras los sueños
tuviese edad.
La
escritora tiene esos ojos que parece que te miran por dentro y que te
miran a ti, y sólo a ti, entre la multitud. Tanto es así que ni
siquiera recuerdo el color, sí, lo profundos, sí, lo intensos. Me
fastidió un poco llegar cuando ya se habían hecho las
presentaciones y la protagonista ya había comenzado a hablar.
“Estas
páginas hablan de cuando hice todo mal y fui feliz.
Alguien
me dijo una vez: “Si tu necesidad de ser amado es mayor a la de
amar, no va a funcionar”. Quizá tuviese razón y quizá suceda
también a la inversa. Comienzo escribiéndole a él”.
Abrió
el libro por la primera página y leyó con los ojos cerrados:
“Estoy
sentada en un banco de la plaza, un chico toca el violín y tú no lo
sabes, pero estás aquí. Ésta es una de esas historias que no hay
que contar, de las que marcan un antes y un después. Ésta es la
historia de una mentira, la historia de un viaje, de esos viajes de
los que aunque vuelvas, nunca regresas.
Ésta
es una historia sin final, una historia que prometí no escribir.
¿Qué
más os podría decir? Es la historia de dos sueños que se enredan,
de dos personas que no son libres pero eligen la libertad. Éramos
jóvenes y estúpidos. Bueno, él era joven y yo, rematadamente
estúpida.
Yo
vivía entre cuatro paredes, unos muros que habíamos levantado entre
mi marido y yo, durante la friolera de veinte años. Los cimientos se
resquebrajaban y el leve aliento de mi joven amigo fue suficiente
para hacerlos desaparecer.
Todo
comenzó de manera inocente. Nos conocimos en una red social. Lo
normal: intercambio de poemas, de cuadros, de fotografías, de
inquietudes y acabamos sabiendo el día a día, el minuto a minuto
del otro. A él se le ocurrían siempre ideas disparatadas.
Inventemos una máquina del tiempo, me decía. Yo quiero
besarte en el patio del colegio, quiero ser quien te tire de las
coletas, quiero quitarte el bocadillo. Inventemos una máquina
teletransportadora y esta noche estaré justo ahí, besándote.
Siempre
descartamos la idea de conocernos en persona, pero “siempre”, a
veces, resulta ser un tiempo muy corto y cuando nos vinimos a dar
cuenta, ya tenía el billete de autobús en mi monedero. En cuando
quisimos reparar en ello, ya me estaba recogiendo en la estación.
No
puedo explicaros qué sentí cuando lo vi por primera vez, no puedo
expresar las ganas de tocarlo, de besarlo, de hacernos uno, aunque me
parecía que ya lo había tocado, que ya lo había besado, que ya lo
había sentido dentro. La ciudad que nunca vimos era preciosa, me
cuentan, pero sólo vimos las paredes del hotel, sólo nos vimos el
uno al otro. Y resulta, amigos míos, que eso era el amor. Y resulta,
querido público, que eso era el sexo.
Sus
manos expertas me despertaron, su lengua sedienta me caló y os puedo
asegurar que de ahí no se regresa. No, no se regresa. Me río yo de
las Cincuenta sombras de Grey, me descojono del Kamasutra”.
Risas
generalizadas entre los asistentes, que habían permanecido mudos
hasta ese momento.
Prosiguió:
“No
quiero destripar la novela. Pero os invito, señoras y señores, a
que no finjáis los orgasmos, os invito a cambiar de máquina de
gimnasio si ya no os produce agujetas, os emplazo a jugar un partido
en casa y el siguiente fuera si es necesario, os animo a vivir, a
VIVIR. Y a ti, mi joven amigo, te pido perdón. Me advertiste: No
lo cuentes, el mundo no lo entendería. Espero que te
equivoques.”
Y
entonces, el que yo suponía su editor, puso las manos en su cuello,
hundió los dedos en su pelo, no cerraron los ojos, no dejaron de
mirarse y nació un beso. Un beso que recorrió la estancia, que me
entró por los pies, golpeó mi corazón y se quedó dando vueltas en
mi cabeza.
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