jueves, 18 de agosto de 2016

Tom

Hacía más de un año que no tenía noticias tuyas, hasta la semana pasada, cuando recibí tu postal navideña. Una postal fría y aséptica, probablemente la misma que enviaste a todos, quizá incluso a ella. Decías que querías verme, igual también se lo pediste a la otra.
Accedí sólo por joder, con la idea de demostrarte, demostrarnos, que ya no me afectas.
Quedamos en zona neutral. Me costó elegir un bar en el que no hubiésemos estado, un lugar donde no pudiésemos encontrar ninguno de nuestros besos.
Me puse para la ocasión todo lo que odias. Ese look, que según tú, me hace parecer una secretaria: mi falda de tubo gris hasta la ridilla, la camisa blanca de seda, los taconazos negros, el rojo de labios y esas gafas que no necesito. Tampoco me olvidé del moño con gomina que detestas.
Y allí estabas tú, con tu sonrisa de medio lado, tan seguro de ti mismo, con las gafas negras que te regalé y los dedos tamborileando sobre la mesa.
Apuesto a que tenías esa mirada bajo los cristales y que me repasaste de arriba a abajo mientras me acercaba.
  • Vienes muy guapa.- Me dijiste.- ¿No me querrás enamorar?
Te juro que me hubiese dado media vuelta en ese mismo instante.
  • Bueno, ¿qué te pica? - Escupí.- ¿No te queda ningún amiguito con quién jugar?
Ya habías pedido por mí, me fastidia que hagas eso y no soporto que aciertes.
  • Te he pedido una copa, para que me aguantes mejor.
  • En ese caso, no deberían haber retirado la botella. Al primer chiste, me largo. A la primera alusión al pasado, saco el spray de pimienta.
  • Ésa es la actitud.
A los cinco minutos ya nos estábamos riendo, pero ya no me parecías tan listo, ni tan guapo, ni tan alto. Ya no me volvía tan loca tu boca. Durante la cena me rozaste descuidadamente. Para mi desgracias tus manos aún me quemaban. Después, el típico paseo que hicimos en silencio y acabamos frente a tu coche.
  • Tom te echa de menos.
  • Ese perro es estúpido.
  • No seas mala madre, ven a verlo. Se va a alegrar tanto o más que yo. Venga, que te dejo conducir a ti.
Subimos al coche. Llevabas cara de saber lo que iba a pasar y yo me sentía muy enfadada. Siempre te has jactado de conocerme mejor que yo. En el primer semáforo ya tenías una mano entre mis muslos. En el segundo, ya me habías roto las medias y deshecho el moño.
Te acercaste a mi oído mientras una de tus manos jugueteaba con mis pechos:
  • Se me está haciendo muy corto el trayecto y muy largo y duro este año sin ti y otras cosas...
  • Eres idiota, ¿lo sabes?
  • Y a ti te encanta.
El bocado en el cuello y la piel de gallina ya no me los quitaba nadie. Habíamos llegado. Me agarraste del pelo con fuerza y me atrajiste hacia ti, con la respiración entrecortada, con besos urgentes y mucha lengua mientras jadeabas mi nombre.
  • Sube a ver a Tom. Sube.

Te bajaste triunfal y algo perjudicado del coche y lo rodeaste para abrirme la puerta, haciendo gala de esa caballerosidad que gastas en estas memeces. Estabas guapísimo, a pesar de todo, a pesar de ti. Eché el bloqueo automático y bajé la ventanilla. Te miré como se miran las últimas veces:
  • Ha sido un auténtico un placer, te regalo el perro. Feliz año y feliz todo.

Y me alejé de ti derrapando las ruedas de tu flamante coche como esas locas de las películas.

Texto: Santi Jiménez 
Fotografía: S.D.R.

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