Siempre
he sido una escéptica. Nunca he creído en nada, ni siquiera en
vuestro Dios. Pero de un tiempo a esta parte, ya no sé si creo en
todo o si nada me resulta imposible.
Todo
comenzó con un inquietante mensaje en la pantalla de mi portátil,
blanco sobre negro: рафтан. Cada mañana, puntual a su cita,
durante dos meses ya. Al principio creí que era una broma de mi hija
mayor y tras someterla al tercer grado, no logré que confesara lo
que no había hecho. Últimamente, el espejo del baño principal
amanece cubierto por una tela blanca, tela que jamás había visto
antes y que desecho al instante, tela que incansable vuelve a
aparecer al día siguiente. Nadie ha sido, nadie sabe nada.
Después
de cuatro años, mi hijo vuelve a dormir con una pequeña luz
encendida, dice que cuando se levanta al aseo “siente” sombras y
que una figura, similar a un maniquí, pasa la noche con él en una
esquina de su dormitorio.
Trabajo
a unos cinco minutos de casa en coche, ese pequeño trayecto se me
hace insufrible ahora que hace frío, no por el destino en sí, sino
porque al empañarse los cristales afloran huellas de cientos de
manos sobre ventanillas y lunas delantera y trasera. Por más que
varíe la temperatura de la calefacción, no logro hacerlas
desaparecer.
La
verdad, todo esto se me antoja cosa de locos, quizá por eso no me
atrevo a comentárselo a nadie, vaya que me tomen por lo que soy. La
otra noche, sin embargo, tras una larga conversación, me lancé a la
piscina y se lo comenté a un amigo con el que me escribo hace
bastante tiempo.
Su
respuesta me dejó helada y aliviada en cierta forma. Os transcribo
su whatsaap:
“Desde
antes que naciera B, en casa ya pasaban cosas.
Teníamos
dos perritas, Carola y Romina, que generalmente se acostaban con
nosotros en la cama. Caro era más pacífica; Romi, más guardiana.
Dormían mientras nosotros mirábamos la tele. Y casi siempre pasaba
que Romi se despertaba sobresaltada y miraba de a una todas las
esquinas de la habitación, gruñía y se iba corriendo. Eso ya era
raro.
L,
mi esposa, ya arrastraba problemas de salud, pero desde entonces fue
empeorando, nuestra relación también. Luego ella quedó embarazada
y llegó B. Desde que él nació los episodios extraños fueron en
aumento. Cuando B ya caminaba, aún dormía con la madre y yo, en la
habitación contigua. Yo apagaba todo, porque con luz no duermo y
cerraba la puerta. Primero, porque ellos se acostaban más tarde y
segundo, porque L dejaba la luz del pasillo encendida.
Una
noche algo me despertó sobresaltado, con el tiempo he aprendido a
controlar el susto y rápidamente, reconozco dónde estoy y se me
pasa. Quedé despierto un ratito y sentí como pasos dentro de la
habitación. Primero, caminando. Luego, como si corrieran hacia mí.
Jamás sentí algo igual. Sólo atiné a decir: “No me molesten”.
El corazón se me salía.
En
ese momento fue muy real, pero al siguiente día, no le quise dar
veracidad hasta que L me preguntó si yo me había levantado a buscar
algo, porque había sentido pasos en mi habitación. Casi me caigo de
culo, puesto que eso me confirmaba que no había sido un sueño. Fin
de este episodio.
Te
cuento que B nunca va al baño solo ni entra en ninguna habitación
sin luz. Siempre dijo que veía maniquíes, desde pequeño, dice que
incluso atraviesan las paredes. No quiero asustarte, pero puedes
creer cada palabra que lees”.
A
estas alturas del cuento, ya tengo los ojos inundados de lágrimas y
la piel de gallina, tampoco ayuda mucho que, mientras os escribo
estas líneas, noto una mano congelada sobre mi espalda y no, no hay
nadie detrás de mí.
¡Feliz
Navidad!, no obstante.
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