jueves, 18 de agosto de 2016

рафтан

Siempre he sido una escéptica. Nunca he creído en nada, ni siquiera en vuestro Dios. Pero de un tiempo a esta parte, ya no sé si creo en todo o si nada me resulta imposible.
Todo comenzó con un inquietante mensaje en la pantalla de mi portátil, blanco sobre negro: рафтан. Cada mañana, puntual a su cita, durante dos meses ya. Al principio creí que era una broma de mi hija mayor y tras someterla al tercer grado, no logré que confesara lo que no había hecho. Últimamente, el espejo del baño principal amanece cubierto por una tela blanca, tela que jamás había visto antes y que desecho al instante, tela que incansable vuelve a aparecer al día siguiente. Nadie ha sido, nadie sabe nada.
Después de cuatro años, mi hijo vuelve a dormir con una pequeña luz encendida, dice que cuando se levanta al aseo “siente” sombras y que una figura, similar a un maniquí, pasa la noche con él en una esquina de su dormitorio.
Trabajo a unos cinco minutos de casa en coche, ese pequeño trayecto se me hace insufrible ahora que hace frío, no por el destino en sí, sino porque al empañarse los cristales afloran huellas de cientos de manos sobre ventanillas y lunas delantera y trasera. Por más que varíe la temperatura de la calefacción, no logro hacerlas desaparecer.
La verdad, todo esto se me antoja cosa de locos, quizá por eso no me atrevo a comentárselo a nadie, vaya que me tomen por lo que soy. La otra noche, sin embargo, tras una larga conversación, me lancé a la piscina y se lo comenté a un amigo con el que me escribo hace bastante tiempo.
Su respuesta me dejó helada y aliviada en cierta forma. Os transcribo su whatsaap:
Desde antes que naciera B, en casa ya pasaban cosas.
Teníamos dos perritas, Carola y Romina, que generalmente se acostaban con nosotros en la cama. Caro era más pacífica; Romi, más guardiana. Dormían mientras nosotros mirábamos la tele. Y casi siempre pasaba que Romi se despertaba sobresaltada y miraba de a una todas las esquinas de la habitación, gruñía y se iba corriendo. Eso ya era raro.
L, mi esposa, ya arrastraba problemas de salud, pero desde entonces fue empeorando, nuestra relación también. Luego ella quedó embarazada y llegó B. Desde que él nació los episodios extraños fueron en aumento. Cuando B ya caminaba, aún dormía con la madre y yo, en la habitación contigua. Yo apagaba todo, porque con luz no duermo y cerraba la puerta. Primero, porque ellos se acostaban más tarde y segundo, porque L dejaba la luz del pasillo encendida.
Una noche algo me despertó sobresaltado, con el tiempo he aprendido a controlar el susto y rápidamente, reconozco dónde estoy y se me pasa. Quedé despierto un ratito y sentí como pasos dentro de la habitación. Primero, caminando. Luego, como si corrieran hacia mí. Jamás sentí algo igual. Sólo atiné a decir: “No me molesten”. El corazón se me salía.
En ese momento fue muy real, pero al siguiente día, no le quise dar veracidad hasta que L me preguntó si yo me había levantado a buscar algo, porque había sentido pasos en mi habitación. Casi me caigo de culo, puesto que eso me confirmaba que no había sido un sueño. Fin de este episodio.
Te cuento que B nunca va al baño solo ni entra en ninguna habitación sin luz. Siempre dijo que veía maniquíes, desde pequeño, dice que incluso atraviesan las paredes. No quiero asustarte, pero puedes creer cada palabra que lees”.
A estas alturas del cuento, ya tengo los ojos inundados de lágrimas y la piel de gallina, tampoco ayuda mucho que, mientras os escribo estas líneas, noto una mano congelada sobre mi espalda y no, no hay nadie detrás de mí.

¡Feliz Navidad!, no obstante.

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