jueves, 18 de agosto de 2016

Cielos

Esta mañana la nostalgia se sirve en plato hondo.
Hoy es mi cumpleaños y la cama no me deja levantarme. He remoloneado un poquito y he cerrado los ojos para poder recrear de nuevo tu regalo. Tus manos frías al principio, tu boca fresca y húmeda, tus dientes blancos, tus ojos del color de ese atípico cielo de ..., las pocas veces que hace sol. Casi he podido escuchar tu voz de contador de historias, esa voz que habla como escribe. Desde la mesilla me mira el libro que me regalaste. Lo tomo entre mis manos y leo de nuevo la dedicatoria: “Hoy me he dado cuenta de que la respuesta a la pregunta “¿El arte o la vida?” eres tú”. Excesiva y emocionante, como todo lo nuestro. Sonrío y lloro, y sé que es felicidad.
Hay que estar muy loco para emprender un viaje tan largo sólo para conocerme. Rematadamente loco para venir con el único propósito de hacerme feliz. Porque, sin duda, eso es la felicidad: momentos en los que no te cambiarías por nadie. Porque fuimos tan felices que ni siquiera hay una foto que sirva de testigo.
Era la primera vez que recibía a alguien en el aeropuerto. Durante el trayecto al mismo, la voz del GPS parecía juzgarme e instarme a que diera media vuelta. No es que estuviese nerviosa, no, es que mi corazón no encontraba su lugar.

El avión llegó con una hora de retraso. El tiempo justo para ir diez veces al baño, quitar y poner el carmín, comprobar el aliento cada cinco minutos, leer nuestras conversaciones, ver tus fotos y ponerme mucho más nerviosa.
Y por fin, apareciste. Eres más joven y más guapo de lo que esperaba. Te acercaste sonriendo y no necesitaste leer el cartelito que yo sostenía para besarme sin mediar palabra. Ése sería el primer beso de mil y la prueba irrefutable de que no me había equivocado. Todo estaba bien, todo sería inolvidable. Nuestras manos se encontraron y ya no se soltarían hasta nuestra despedida con aquel beso sabor café, de nuevo en el aeropuerto.
El sol nos festejaba y las calles cambiaban a nuestro paso. No sé qué le has hecho a los lugares, pero mi ciudad ya no es más mi ciudad y mi portal, jamás será el mismo.
Por fin consigo levantarme de la cama, debo irme a trabajar y aparentar que todo sigue igual. Desayuno con tu recuerdo, me ducho pensando en ti y me visto sabiendo que tú harías lo contrario.
Por cierto, olvidé decirte que en el mundo hay un lugar al que siempre puedes volver, del que nunca te has ido.


Muchas gracias, mi pequeño gran regalo.

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