sábado, 28 de marzo de 2015

Hace frío y me resfrío


Qué cosas!, ¿verdad? Es una relación causa-efecto de lo más sorprendente que me tiene hasta los mismísimos cajones.
¡Vaya, pero si al final vamos a estar en invierno y todo!
Os diré que, últimamente, estoy más en el centro de salud que en mi propia casa y creo que el próximo que me suelte algún topicazo estacional ya no precisará de sus servicios.
Por allí he llevado a fichar a todo ser moqueante en mi haber: el papi, la mami, el marido, el niño, la niña y la Santa María. Menos yo, que debo ser un bicho bastante bicho y no me quieren ni los "vírules", todos y cada uno han ido cayendo reincidiendo como si no hubiese un mañana.
No los culpo, no por ponerse malitos, faltaría más, pero un poquito les tengo que agradecer esos buenos ratos en la sala de espera que me facilitan.
¡Qué ambientazo! Mis simpáticos compañeros de espera me cuentan con desparpajo la textura, consistencia y coloración de sus esputos y mucosidades y rivalizan entre ellos a ver quién está peor de lo suyo y cuál tiene la tosecita más mala. Están bastante graves pero también bastante comunicativos.
Después del incomparable concurso de toses y, sin abandonarlo en ningún momento, damos paso a la suelta indiscriminada de obviedades. Yo me aferro a mí móvil como a una tabla de salvación y pongo cara de estar muy ocupada, pero ni por ésas, acabo inexorablemente por asentir, levantar las cejas en connivencia, poner los ojos en blanco con complicidad y maldecir internamente en arameo.
-¡Qué frío!- dice la señora de enfrente.
- Ya, pero lo peor es el aire... - completa el caballero de la columna.
- En mi casa hemos caído todos.- presume la de mí derecha.
- Es que claro, entras en los sitios con la calefacción a tope y luego cuando sales el frío te suelta una bofetá y así se empieza.
- Se resfría uno por los pies. A ná que te destapes en un descuido, resfriado al canto.
-Para eso como te hayas lavado la cabeza y te llamen por teléfono, que digo yo que parece que te ven meter el pié en la ducha. Como tardes cinco minutos en empezar a secarte el pelo, constipado garantizado.
- Y lo peor son los resfriados mal curados, ojo.- apunta por toda la escuadra la de rojo.
-Y las recaídas, las recaídas son fatales- nos sorprende la señora de las pieles en Murcia.
- Y por las noches te ahogas, claro al estar acostado se te van todos los mocos a la garganta... (Santi, por favor, no visualices).
En este punto estoy tan interesada en la conversación como en que me claven agujas en las pupilas o que me azote el señor Grey.
Como alguien vuelva a decir "moco" van a tener que acordonar la zona y dibujar figuritas de tiza en el suelo.
Pero lo que no me explico de verdad de la buena, es ese misterioso misterio por el que has de esperar durante horas tu turno para entrar y cuando te toca te despachen en 47 segundos. Vamos a ver, que al señor de delante casi no lo he reconocido de lo cambiado que estaba al salir e incluso, lo he echado un poquito de menos y a mí, aún no he atravesado la puerta de la consulta cuando ya estoy en la cola de la farmacia. Va a ser eso lo de la famosa relatividad del tiempo.
Pues sí, yo diría que de fiesta, fiesta paso relativamente poco tiempo, pero ¿qué sería de mí y de mis conocimientos invernales sin estos buenos raticos que me proporcionan mis estancias en el ambulatorio?
Hay que ver el frío que hace en esta época, jo...

Pues nada, a quien corresponda,el próximo invierno por favor que sea verano. ¡Ea!

Imagen y texto: Santi Jiménez

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Quizá fuera aquella la cita más importante de su vida. Se habían agotado todos los plazos, todas las excusas. Ya no le quedaba otra, lo sabía, lo cual no hacía más que acrecentar sus nervios, nervios que llevaban una buena temporada instalados en su estómago.
No sabía qué ponerse para la gran ocasión, nada le parecía adecuado. Se recogió el pelo de mil formas diferentes, cambió su pañuelo otras tantas veces, se probó varios sombreros y camisas. ¿Falda o pantalón? Cogió las gafas de sol a pesar de la lluvia y las devolvió de nuevo a su lugar.
La verdad ya no recordaba en qué punto exacto se alejaron, cuándo dejaron de verse, de entenderse, de tomarse en cuenta. Lo que sí sabía es que se habían convertido en perfectas desconocidas. ¿Y si no se gustaban? ¿Y si era demasiado tarde para retomarlo? ¿Y si la distancia era infranqueable? ¿Y si no había retorno? A pesar de sus dudas, sentía en alguna parte un brillo de esperanza, un pequeño aliento casi imperceptible por los golpes de la lluvia en el tejado.
Reconocía su responsabilidad, se sabía parte activa de aquella ruptura por más que apelase a las circunstancias, los sucesos, el prójimo... Entendía que ella y sólo ella había ido tomando cada decisión, cada indecisión.
Entonces comprendió que debía presentarse sin adornos, sin aderezos, sin corazas, sin máscaras, que ni tan siquiera la ropa debía cubrir su cuerpo, nada debía retener su cabello. Se descalzó, se despojó del último vestido que se había probado, se quitó cuidadosamente la ropa interior, retiró el maquillaje de su rostro y se metió bajo el chorro de agua caliente. Debía eliminar cada huella, cada rastro, cada tatuaje, la mano del tiempo, las capas de pintura, de impostura, las heridas, las manchas. Era la hora de la limpieza, de la desnudez.

Había que olvidar las renuncias y sus causas. Sintió que no estaba preparada por eso supo que era el momento.
Lloró y rió y volvió a llorar.
Cuando se hubo calmado salió de la ducha, ni siquiera se secó, no escurrió su cabello ni retiró el exceso de agua de sus oídos. Por algún motivo recordó su canción de cuna, sus cascabeles. Caminó despacio hasta el espejo y se deshizo del vaho para asistir a su cita.
Se miraron, eran perfectas extrañas, gemelas idénticas separadas en algún momento después de nacer. Se acercaron hasta tocar sus narices, frías como el cristal. Se clavaron las pupilas grises en las pupilas. Trataron de sonreírse pero fue imposible. Sus labios se rozaron en frío reconocimiento, pero no surgió el beso. Se sentían mareadas por la proximidad de sus miradas, experimentaron una suerte de vértigo y se alejaron con cierta prudencia la una de la otra, lo justo para verse de cuerpo entero.
Y brotaron las palabras sin eco, a un tiempo:
"¿Quién eres tú?
¿Cuándo te perdí?
¿Quieres, puedes volver?
He sido otras, perdóname, ven.”

No se respondieron, simplemente atravesaron el espejo.

Texto y óleo de Santi Jiménez

La galería

¿Acaso no recuerdas cómo temblaba la primera vez que te vi? Cuando sientes algo así ya no hay vuelta atrás, de esa sensación nunca se regresa.
Porque hay quien quiere amar, hay quien ama sin querer y hay quien no puede hacer otra cosa. Para mí, ahora, lo difícil es no pensarte. Cualquier distancia que nos separe la venzo en un abrir y cerrar de ojos. Todo me recuerda a ti, eres una constante en mi cerebro, en mi corazón, las mariposas me invaden y no hay forma de alimentarlas, ni calmarlas.
Cuando algo así se despierta en ti, ya no te deja dormir, como mucho podrías hacerte la dormida. Así es el amor: toda una revelación.
Y los demás no lo pueden entender, no entienden que te amo porque eres tú mismo y porque contigo yo misma soy.
Porque si tú me miras así, si me abrazas así, sí me guías así, si me pierdes así, ¿qué otra cosa puedo yo hacer?
Pero claro, a ellos no les has contado cosas que no saben, como a mí. No te han visto dudar y despejar todas mis dudas. Ellos no han estado en este paraíso y por eso creen que la vida es otra cosa.
Pobres, jamás te han tenido en sus manos, ninguno ha besado tus ojos, tus alas, tu alma... Claro, ellos no te han visto sonreír, ni llorar, ni mirar hacia un lado, ni merodear pensando, ni silbar, ni aparecer, ni alejarte.
No saben que me miras a los ojos y eso es la vida, que levantas mi alma con un vuelo, ni que eres refugio y precipicio. Si lo supieran no dudarían en saltar, como yo.
Nadie ha sentido aún tu paz. Nadie tu calma o tu alegría.
Sin ti sólo hay palabras mudas y risas ahogadas. Pero contigo las canciones suenan diferentes. Contigo, todo son primeras veces. ¡Qué fácil y qué difícil quererte! ¡Qué eterno y qué inhumano! ¡Qué imposible y qué inevitable!...”


Nuestras galerías se comunican y no es que yo quiera entrometerme ni juzgar a nadie, pero ciertamente, me resulta bastante inquietante asistir a este tipo de conversaciones entre mi vecina y su loro, cuando tiendo la ropa.

Miedo, señores y señoras, mucho miedo. 

Santi Jiménez

¿Llueve?

Fuera llueve, no ha dejado de hacerlo en toda la noche. La lluvia me entristece, es como si lavase mi alma dejándola gris, se me nota la lluvia en los ojos, en el pelo, en la piel, en las ojeras.
Fuera llueve y dentro, mi corazón son mil pedazos, mi corazón es arena, arena del desierto, no de playa.
Fuera llueve y el agua entra por los cristales y la casa está llena de goteras. Los corazones han cogido frío y este techo ya no nos abriga.
Fuera llueve y el viaje es largo e incierto y también necesario.
Palabras que acaban, momentos que se hacen pasado, vidas que se separan y entrelazan eternamente.
Y si me fijo, sé que dentro llueve más que fuera, que quizá el refugio está al otro lado de la puerta, que las paredes asfixian y aprietan y que tú y yo ya no somos la respuesta.
Los porqués insisten y sobran a un tiempo. Los porqués duelen y alivian. Fuimos redondos y nos dejamos rodar inconscientes, colocamos las brújulas junto a imanes y quedamos adheridos sin remedio y desorientados y no cuerdos.
Dentro llueve con fuerza y el agua saca fuera todo lo que ya no nos pertenece.
Así que hoy escribo para mí, desde mí, aunque me leas tú o tú o tú. Hoy escribo para que nadie me lea, hoy me vuelco y me revuelco en las palabras, como bálsamo. Y no sé si tendré tiritas de este tamaño, probablemente no, pero igualmente sanaré al aire.
Hoy no pienso en otros ojos cayendo sobre mis letras. Hoy, las palabras sólo brotan, quieren sanar, pero escuecen y si escuece es porque curan, me decían.
Y la vida se hace la muerta, pero a mí no me engaña. La vida se hace la dura, pero a mí no me convence. La vida sobreactúa burlona. Mas yo sé de qué va esto de andar, sé que hay que poner un pie en el suelo y luego el otro y continuar con el primero y de nuevo vuelta con el otro. Y así hasta perder la cuenta o las fuerzas y así hasta renovarlas. Nunca dejes de caminar y de cuando en cuando, descansa y disfruta del paisaje. Y ya lo sabes, el paisaje a veces son personas; a veces, alimento; a veces, la nada.
Y no olvides además, caminar por el cielo, ni descuides tus alas, ni cercenes las ajenas.
Hoy sé que no es sano acostumbrarse al miedo ni evitar el conflicto. Que no se puede amar por encima de nuestro cadáver. Hoy sé que no conviene ahogarse, que el silencio no es respuesta certera. Que el mutismo arrancará tarde o temprano palabras tristes, reproches, despedidas.
Y sucede que te quiero y te dejo de querer, que te echo de menos y te echo de más. Sucede que me quieres y me dejas de querer. Sucede que me echas y me alejas, aunque sea yo quien te diga adiós.

Así que voy a ponerme mis botas rojas de agua, esas que nunca me compré, las que nunca me atreví a calzar y voy a salir a la calle, a pesar del frío y de la lluvia y voy buscar todos los charcos y a saltar sobre ellos hasta vaciarlos, salpicando las nubes, los recuerdos, los sueños, los coches, las rosas, las espinas.

Y sí, me voy a llenar de barro hasta brillar.

Texto e imagen: Santi Jiménez

jueves, 12 de marzo de 2015

Sí, quiero



¿Dónde está el límite? ¿Quién lo marca? ¿Es lícita en algún caso la imposición? ¿Cuándo pasa un consejo a ser otra cosa? ¿Cómo sabes qué está bien? ¿Deja pistas la razón? ¿En qué momento deja de ser sano caminar juntos? ¿Cómo de estrecho debe de ser el camino? ¿Quién decide el rumbo? ¿Existe el equilibrio? ¿Es lo deseable? ¿Será siempre así?
Me pregunta estas y otras cosas y no tengo respuesta alguna, no tengo siquiera el valor de ofrecérsela. Desconozco incluso la conveniencia de hacerlo. Yo no estoy en su cabeza ni en su corazón y quizá, aunque lo estuviera, seguiría sin saber qué, cómo y cuándo hacerlo.
Me cuenta todas estas cosas sin lágrimas en los ojos, con una desesperanza y tristeza infinitas, bajo la anestesia de no sé qué pastillas para no soñar.
Se reconoce un desastre, un despiste con patas, una mesa coja, sin motivación y sin ganas para según que cosas. Cosas que, curiosamente, son prioridad para él. Y quizá, esto no lo tiene ella claro, lo sean para cualquiera.
Insiste en que él es buena persona y que, sin duda, quiere lo mejor para la familia, pero que es su “lo mejor”, el de él y cómo y cuándo él lo considera oportuno. Ella no lo puede ver con tanta claridad. Comprende que son bien distintos, tanto como sus intereses o inquietudes. Eso sí, sabe que el fin último de ambos es el bienestar familiar, pero se sienten muy lejos de tenerlo y muy lejos entre sí. Me dice que no sabe cómo acertar, que siempre está confusa, que sólo quiere que las cosas funcionen y que los niños sean felices, que no quiere decepcionarlo todo el tiempo, sentir que hace todo mal, y probablemente, hacerlo. Que no la ayuda, desde luego, oír constantemente que es la causa de la infelicidad del otro, ni responsabilizarlo a él de la suya propia. Se siente a trescientos kilómetros del mundo, de sí misma y de él. Sólo el apego a los hijos y su promesa la sostiene.
Percibe que hace ya tiempo que las palabras se visten de reproches, que ya no les caben las risas, nada sabe hacer como a él le gusta, nunca y él considera que lo hace adrede. Se siente como si la hubiesen sacado a la pista a hacer malabares sin instrucción. No sabe en qué momento o con qué causa se enfadará. Él le dice que a estas alturas ya debería anticiparlo, pero ella ciertamente está perdida. Le da la sensación de que maneja vajilla delicada por una cuerda floja, sin ojos, sin manos, sin fe y siempre, siempre, se le cae alguna pieza clave.
Claro que lo quiere, claro que él la quiere, claro que quiere ser feliz y que lo sean.
Necesita a sus hijos felices, no quiere sentir que les falla a ellos ni a él. Él se siente desmerecido y perjudicado por los sentimientos y la conducta de ella hacia los otros, hacia los pequeños. Siempre blanda, floja, protectora. Le repite constantemente el daño que así les hace. Ella sabe que no hace lo correcto, pero la puede el amor desbordado, el instinto, la sinrazón de ofrecerles felicidad inmediata. Por eso le duelen y le duele que él los haga llorar. Le duele que oigan hablar así de su madre, le duele que la vean a ella contestar, defenderse, defenderlos y quizá sin una amenaza real. Tal vez él tenga más razón de lo que ella considera y eso sea educar.

Ella ya no sabe nada, nada de nada y quiere que yo le dé respuestas. Y yo no sé si existen, yo no sé si eso es amor o acaso se le parece.
Texto e imagen: Santi Jiménez.
Óleo sobre tabla 28x20cms

Pésame mucho

El marido de mi amiga es una auténtica joya y ella, que es muy de bisutería, no lo sabe apreciar.
Como la susodicha no se decidía, este santo varón se vio en la obligación moral de escribir por ella su lista de deseos para este 2015. ¿Y creéis que se lo agradeció? Al contrario, puso cuatro gritos en el cielo y cinco puntos sobre la íes.
Todo son ventajas con este buen señor, armado como está de ganas de complacer siempre. No obstante, mi amiga me cuenta todos sus detalles con los ojos inyectados en sangre y el corazón en un puño.
Veamos: el otro día sin ir más lejos, quedamos para un café. Yo lo tomé solo y ella, con su leche, su croissant y, ¡cómo no!, su sacarina. Y me suelta la muy arpía : "Nena, que dice mi marido que no hago deporte ¿y lo de pasar olímpicamente , qué? ¡Ja,ja,ja! "- Se parte ella solita y continúa: "Mi marido quiere que adelgace, es el punto number one de la lista que me regaló para Reyes. He aceptado de inmediato, pero no sé qué parte de que 'el lunes empiezo' no entiende, pues llevo como doce viernes diciéndoselo y no lo capta". Se vuelve a desternillar ella sola consigo misma, la muy sinvergüenza.
Imprudente de mí le pregunto por el resto de "sus" propósitos.
"Bueno, mi cari sigue obcecado con lo del deporte y, mira tú por dónde, con eso creo que va a tener suerte y es que acaban de abrir un gimnasio en nuestra misma calle. Ya he ido a verlo y todo. Me tiró un poco para atrás las vueltas que hay que dar para poder aparcar, quedé tan lejos que tuve que pedir un taxi para llegar. Pero me anima que ya se me empieza a notar el efecto, mínimo dos kilitos habré perdido con el ajetreo del aparcamiento y el potreo de rellenar los papeles de la matrícula”.
En esto, mi amiga echa un vistazo a la barra y se le antoja que unas magdalenas sexys se le están insinuando, así que le pide un par al camarero : “Tráeme dos magdalenas, rey, que las veo muy solas. ¡Ah! y otro sobre de sacarina. Gracias, majo”.
Mi amiga, gorda, lo que se dice gorda tampoco está, pero come con un hambre infinita eso sí, como si hubiese ayunado en todas sus vidas anteriores. Ella dice que es por el ansia que le provoca su pobre esposo con esto de animarla a comerse todo lo verde, pero cuando el ojo del amo no mira... engorda el caballo. Suerte que al ser mi amiga bajita, su abnegado compañero le echa un capote escondiendo las chuches y alimentos prohibidos en las alturas.
Mientras saborea pecaminosamente su bollería industrial, me cuenta que el gimnasio no vale nada, que es todo como muy rudimentario: las bicicletas sin motor, los steps sin ascensor, las pesas de subirlas a pulso. Vaya, que le parece todo demasiado “artesanal”.
Ahora me cuenta que hace poco fue su aniversario y que estuvo oyendo a su marido trajinando en la cocina, ya estaba ella salivando, anticipando el desayuno sorpresa de su cari, cuando lo vio atravesando el umbral del dormitorio con la báscula en brazos. "Que te peses", le soltó. "De hoy no pasa". Dicho lo cual, el pobre no vio la zapatilla venir... Ella se negó, toda lo redonda que era. Suerte que él no desiste y cada domingo, que tiene más tiempo, la despierta con el peso en la mano.
Yo me he acordado de aquella peli de "La princesa prometida" ,cuando cada vez que el prota le decía a ella "como desees" en realidad le estaba diciendo "te amo". Pues el galán de mi amiga, lo mismo, cada vez que le dice:"que te peses, " en realidad es una declaración de amor en toda regla. No sé, a mí me parece bastante romántico.
¿No creéis?


Texto e imagen: Santi Jiménez Serrano

El árbol


Era un árbol con las raíces hacia el cielo y las esperanzas por las nubes. Aquel árbol siempre estuvo atento a nosotros. Fue cuna, cobijo y trampa. En aquel Árbol de la Sabiduría aprendí, me enseñaste, nos enseñó los placeres del bien y del mal, lo poco que sé del amor sin ti y lo mucho de la felicidad contigo. Ese árbol nos enseñó a brotar esperanzas y a tragárnoslas. En sus ramas anidaban como plumas las dudas y las respuestas, coquetas e inalcanzables.
He vuelto mil veces junto a su tronco a buscarnos, caminando sigilosa con la ilusión inquieta de que aún estuviésemos allí, siendo niños, intercambiando secretos, tebeos y sueños, como hojas del aire, del sol, del agua y de la savia.
Recuerdo que cada verano yo trenzaba mi pelo a un lado para aliviar el calor y tú me pedías que dibujase aquel árbol en tu hombro izquierdo, a veces con tinta, a veces con barro a veces sólo con el dedo. Aquella imagen amada se posaba en tu piel brillante por el sudor, los juegos y la vida. Repetíamos aquellos trazos casi como un mantra, los dibujábamos con los ojos cerrados, con la mano izquierda o la derecha, sobre la tierra, sobre los cuadernos, sobre las cartas de invierno y sobre los recuerdos.
Y recuerdo que éramos dos náufragos, dos fugitivos o dos piratas. Y tú me asegurabas que cuidarías de mí, que si lo deseábamos, podíamos vivir siempre allí, que nos vestiríamos con la piel de los animales, que comeríamos de la caza y la pesca, de los frutos del árbol, que no necesitábamos nada ni a nadie. Lucías tan orgulloso y satisfecho como si fuese verdad y yo te creía como no he creído nunca a nadie jamás.
Los veranos se iban sucediendo. Y cada año, un anillo más en aquel tronco y un nuevo repaso a nuestros nombres en su corteza. Y cada año, las ganas renovadas de encontrarnos bajo su amparo, de contarnos los fríos del invierno y apagarlos.
Pasó como pasa el tiempo, sin detenerse y llegaron las hormonas, los pechos, la barba incipiente, los cuerpos nuevos recibidos en un paraíso viejo. Y así, yo trenzaba mi pelo desnuda y tú besabas mi cuello indefenso y enredábamos nuestros troncos bajo el tronco y nos olvidábamos de las cuentas y los cuentos. Y así renovamos los motivos y los juegos bajo el mismo punto de encuentro.
Pero las hojas a veces se caen, a veces se las lleva el viento y así fue que llegó un verano de hojas impares y por primera vez, me quedé sola, una sola sombra proyectada sobre el suelo. Colgada de una rama el alma triste como una niña sin cuento. Supe de ti por el viento. Erasmus, el trabajo y otros sinsentidos que mudan la vida hicieron el resto. Y nunca más se supo.
Pero fíjate que hoy me he vuelto a acordar de ti, de nuestros juegos y nuestras promesas, de aquel paraíso querido y huérfano.
Hoy que hace un día de campo perfecto, me he acercado a nuestro árbol, como quien va a visitar a un enfermo y allí bajo su sombra hay un hombre, lleva tan solo un pantalón ancho y los pies descalzos. Ha debido quitarse la camisa por el calor. Hace malabares y ríe bajo la atenta mirada de una mujer. La mujer lleva el pelo trenzado y la felicidad prendida.
El hombre se ha girado en una ágil cabriola quedando de espaldas a mí, mostrando el beso de un árbol tatuado en su hombro izquierdo.

Se me han acelerado paso y corazón, han llegado mil mariposas pretéritas y me he alejado de una mano ajena, ajena a la tuya que, condescendiente, me ha devuelto tu tacto, como nuevo. 
Texto: Santi Jiménez
Obra: Álvaro Ruiz Núñez.