sábado, 28 de marzo de 2015

Volver

Quizá fuera aquella la cita más importante de su vida. Se habían agotado todos los plazos, todas las excusas. Ya no le quedaba otra, lo sabía, lo cual no hacía más que acrecentar sus nervios, nervios que llevaban una buena temporada instalados en su estómago.
No sabía qué ponerse para la gran ocasión, nada le parecía adecuado. Se recogió el pelo de mil formas diferentes, cambió su pañuelo otras tantas veces, se probó varios sombreros y camisas. ¿Falda o pantalón? Cogió las gafas de sol a pesar de la lluvia y las devolvió de nuevo a su lugar.
La verdad ya no recordaba en qué punto exacto se alejaron, cuándo dejaron de verse, de entenderse, de tomarse en cuenta. Lo que sí sabía es que se habían convertido en perfectas desconocidas. ¿Y si no se gustaban? ¿Y si era demasiado tarde para retomarlo? ¿Y si la distancia era infranqueable? ¿Y si no había retorno? A pesar de sus dudas, sentía en alguna parte un brillo de esperanza, un pequeño aliento casi imperceptible por los golpes de la lluvia en el tejado.
Reconocía su responsabilidad, se sabía parte activa de aquella ruptura por más que apelase a las circunstancias, los sucesos, el prójimo... Entendía que ella y sólo ella había ido tomando cada decisión, cada indecisión.
Entonces comprendió que debía presentarse sin adornos, sin aderezos, sin corazas, sin máscaras, que ni tan siquiera la ropa debía cubrir su cuerpo, nada debía retener su cabello. Se descalzó, se despojó del último vestido que se había probado, se quitó cuidadosamente la ropa interior, retiró el maquillaje de su rostro y se metió bajo el chorro de agua caliente. Debía eliminar cada huella, cada rastro, cada tatuaje, la mano del tiempo, las capas de pintura, de impostura, las heridas, las manchas. Era la hora de la limpieza, de la desnudez.

Había que olvidar las renuncias y sus causas. Sintió que no estaba preparada por eso supo que era el momento.
Lloró y rió y volvió a llorar.
Cuando se hubo calmado salió de la ducha, ni siquiera se secó, no escurrió su cabello ni retiró el exceso de agua de sus oídos. Por algún motivo recordó su canción de cuna, sus cascabeles. Caminó despacio hasta el espejo y se deshizo del vaho para asistir a su cita.
Se miraron, eran perfectas extrañas, gemelas idénticas separadas en algún momento después de nacer. Se acercaron hasta tocar sus narices, frías como el cristal. Se clavaron las pupilas grises en las pupilas. Trataron de sonreírse pero fue imposible. Sus labios se rozaron en frío reconocimiento, pero no surgió el beso. Se sentían mareadas por la proximidad de sus miradas, experimentaron una suerte de vértigo y se alejaron con cierta prudencia la una de la otra, lo justo para verse de cuerpo entero.
Y brotaron las palabras sin eco, a un tiempo:
"¿Quién eres tú?
¿Cuándo te perdí?
¿Quieres, puedes volver?
He sido otras, perdóname, ven.”

No se respondieron, simplemente atravesaron el espejo.

Texto y óleo de Santi Jiménez

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