viernes, 24 de octubre de 2014

Laberinto de deseo

- Y desde el minuto uno supe que eras tú la playa en que deseo morir. Que no quiero más luna que tu vientre, ese campo abierto donde sembrar hijos infinitos, como granos de arroz, como flores de loto.
Y cada día vuelvo aquí con la esperanza de verte girar en este espacio diminuto, mientras me miras distraída, como a tantos otros, con las mismas palabras, los mismos gestos, igual sonrisa, pero a la vez, todo tan nuevo, todo tan para mí... Tú, apenas te detienes un segundo para regalarme tus contadas frases amables, tus respuestas breves y diligentes y tus sutiles indirectas con ese idioma curioso que aprendiste quizá, tan sólo para mí.
Estos tus inciertos ojos entornados me reciben cada día, como un faro, como una guía, fieles a mi llegada y te veo tan fuerte y tan constante en el pasar de las horas inciertas, soportada por ese cuerpo tan breve y delicado. ¡Menudo espectáculo!
Envuelta estás en un laberinto de deseo en el que cualquier pasillo, cualquier estancia conduce hacia ti en una especie de peaje emocional. Contigo encuentro todo cuanto busco, sin importar su forma, su origen, su color... Tú, todo lo consigues, todo lo alcanzas con tu delicada mano. Posees todo cuanto necesito, todo me lo procuras, si existe lo tendrás, sólo es cuestión de tiempo, de poco tiempo: si no es hoy, tal vez mañana. Y así, como una invasión silenciosa te derramas sobre mí, en mi tierra, en mi cabeza, en mi piel.
Y regreso a casa con las manos llenas y el corazón aliviado por segundos, con mil cachivaches inservibles, que no llenan este vacío, pero abarrotan los estantes, las estancias y te esperan.
Como cada noche me duermo enredado en tu recuerdo, en tu boca minúscula, en tu mirada rasgada, en tu gato dorado y en ese beso en el cuello que aún no te he dado. Me detengo disfrutón en ese segundo en el que nuestras manos se rozan al despedirnos, lo saboreo, lo alargo, lo meto entre mis sábanas y lo acuno hasta quedarnos estrechamente dormidos, empapados entre lágrimas, sudor y otras humedades.
No sabes cómo te extraño y aún no te he tenido, cómo tu reclamo de neón se aparece cada día en mis sueños y en mis desvelos, como un “Bienvenido” parpadeante, insistiendo en un “Vuelva usted mañana”.
En casa todo me recuerda a ti: cada objeto, cada lágrima; todo habla de tu ausencia, todo lleva tu aroma a ninfa, tu mirada oriental, tu tacto de cálida porcelana y eso que aún no has estado allí conmigo, en un abrazo.
Todo espera tu reencuentro: los cuadros, las cortinas, los cubiertos, las cajitas que atesoro para tus pendientes, los cuadernos, las flores artificiales, los jarrones orientales... Todos estamos huérfanos de ti.
Y no te lo vas a creer pero a menudo inventamos finales felices en los que todo es como debería ser, en los que tú, yo y todas estas cosas que están aquí como un pretexto somos una gran familia.
De momento, sólo faltas tú.


  • Señol, ¿bolsa va a quelel?


Imagen y texto: Santi Jiménez

martes, 21 de octubre de 2014

Vuela, cariño

Ajeno al manto de mis lágrimas, mi Sufrido Carcelero, duerme cada noche sobre mí.
Su sed es infinita. Su corazón, un vacío, el olvido. Sus ojos quedaron ciegos y el ruido de los celos y sus gritos dejaron paso al silencio sordo de sus conclusiones.
Ya no puede escuchar las súplicas, las disculpas, los lamentos. Desoye las palabras de amor, genera sus propios hechos y recuerdos. Ahora nada pasó como fue, todo ocurre como él cree y con quien él supone.
Yo le hablo muda, envuelta en su tela de araña, en una súplica que escucha sordo, inerte.
Bebe mis lágrimas perplejo con una sed infinita como si no supiese que es él el manantial que las precipita, en una rutina que le vuelve poderoso y que me deja a mí diminuta y parada, en este limbo diario.
Cada vez traza los círculos más pequeños, mis pasos se vuelven más sabidos, más diminutos e invisibles. Ya apenas salgo de casa, tan solo para lo básico: el cole, las compras y por supuesto, sólo a los lugares predeterminados por él.
Mis palabras son como dardos, por mucho que las sopese, las piense, las mida, las tase o las calibre, siempre caen en terreno pantanoso. Llueven sobre mojado. Son la última gota que colma el vaso. Le hieren antes de arrojarlas. Me las ha ido restringuiendo y cada vez me permite menos letras, me las va descontando, una a una, dos a dos.
Sin embargo, cuanto menos hablo yo, más se ahoga él. Cada vez emplea más monosílabos. Cada vez me entiende menos y cada vez parece que sobro más. Más nos necesitamos, más daño nos hacemos. Más me ama, más me duele.
Me mira y parece que quisiera sacarme los ojos. Le ciegan los celos. Se acerca, me muerde la boca y enmudece. Mi condena no le sacia nunca porque él es su propia cárcel, él es su propio carcelero.
Te juro que me da hasta pena, a veces se le rompe la voz y la tapa el silencio, ya ni lo escucho gritar. A veces, consigo solapar sus brotes airados con mis besos, intento sorprenderlo con mis acordes tiernos, con versos, tratando de amainar esa tormenta cíclica que vuelve como una estación caprichosa e insistente; cada vez, más temprana, cada vez, más urgente.
Encerrada, custodiada, con la llave a mil pies y curiosamente, de repente, un día me siento tan libre, tan ajena, volando, siendo cielo. ¡Es de locos, lo sé!
En ocasiones, le visita la mala conciencia y acude solícito con su fuente olorosa, se deshace en buenas intenciones, en sus “no volverá a pasar”, en sus“te necesito”, en sus “sin ti no soy nada”, en “¿ves lo que me haces hacer?” y procura darme todo el elixir que me niega en vida, pero yo aprieto los labios, sin orgullo, mas con decisión y derramo cada gota que me da y a él se le seca la garganta y se vuelve loco porque sabe que ya no soy suya y se muere de sed. Yo creo que un día me mata.”
***

Esta fue la última carta que me enviaste, cómo duele no llegar a tiempo, no despedirnos como hubiésemos deseado.
Aquella fría sala no estaba tan mal, dirías tú para hacerme reír, que te conozco, pero no era nuestro cafecito de siempre ¡qué de risas allí! ¿te acuerdas?, antes de que llegara Él, claro. Y ¡qué guapa estabas hoy!, con ese vestido, que tan bien te sentaba, que realzaba tu escote y que ya nunca te ponías. Se te veía tan serena, tan bella, tan “viva”.
Y al final, he podido explicarte que el Amor -cuando es verdadero- no te corta las alas ni siquiera te las moja.

Vuela, Cariño.

Óleo y texto: Santi Jiménez.

El dúplex


Anoche,
tu cuerpo era un extraño.
Nuestro cuarto, un extranjero,
bañado acaso por otra luz.
Tus manos me hablaban
de nuevo,
con la urgencia
de aquel hotel de París.
Por un momento,
me supo a Gloria,
a pasado enterrado,
a comienzo,
a historia por escribir,
Aún así no noté tu alianza
en mi espalda.
Me siento otra en este abrazo.
No reconozco esta piel que nos envuelve.
Este latido, este aliento,
todo me es tan ajeno.
Esta caricia es tan nueva.
Esta canción aún no ha sido escuchada,
Nadie había escrito este verso.
Y tú,
jamás te había visto esa mirada.
No he reconocido ni tu voz.
Has dicho otro nombre entre susurros.
Ha sido la primera y la última vez, de algo.
Y qué pasa si ya no me despierto más a tu lado.
Si ya no confundimos las almohadas.
Si, de repente,
no calientas más mi lado de la cama.
Si no entrelazas tus piernas con las mías.
Por qué anoche no cruzamos las miradas.
Por qué no supimos que aún nos quedaban más ganas.
Por qué tu cepillo no descansaba cómplice
sobre el mío,
por qué ya no se encontraban.
Por qué esta mañana no he quemado tus tostadas, como siempre.
Por qué no te besé antes de marcharte,
con las prisas,
con la risa tonta,
con esas ganas de volver a verte
con tus ganas de volver a por más,
de repetir el postre.
Por qué hoy,
no encajan mis llaves...


¡Qué manía de hacer todos los dúplex iguales! Cuando se lo cuente a mi marido, se va a reír.

Imagen y texto: Santi Jiménez.

lunes, 20 de octubre de 2014

Metamorfosis

"Todo empezó como empiezan estas cosas: con un “para siempre”, con un “sin ti, muero”, con un “en la curva de esos labios un día yo me mato”.

¡Cómo erais! Por entonces, recuerda, volaban las horas, sobraban las distancias, faltaban las posturas, no quedaban probadores de El Corte Inglés por probar, ni túneles de lavado donde no remojar vuestras ganas, ni salas de cine donde degustar cualquier delicia, incluso las palomitas en lugares insospechados.
Luego, unas cuantas heridas después, tras algunas hipotecas, desilusiones y estrías acumuladas, la piel de gallina dejó paso a los malentendidos; el sublime tiempo suspendido en sus caderas fue sustituido por los incómodos tropezones en el pasillo. Los poemas erótico-festivos del espejo del baño, dejaron paso a las notas rápidas y anodinas en el frigorífico. Esos “te quiero” sin palabras de tus manos en su pelo, de sus jadeos en tu nuca, necesitaron hasta alarmas en el móvil para no olvidar un aniversario, un cumpleaños e incluso, que de vez en cuando, había que darse algún abrazo.
Te pones a pensar y ya ni recuerdas el punto exacto en el que pasasteis de ser depredadores sexuales adictos al amor, a simples compañeros de piso.
¿Cuándo comenzó el principio del fin? Un final que no llega, un final que os está re-matando. Un final que duele en cada foto del álbum que repasas con la ilusión de volver a mirarle con ojitos, con aquella chispa que arrastraba mariposas.
¿Cuándo fue la última noche que te dormiste sin llorar? ¿Cuándo, el último desayuno que no mojaste las tostadas en lágrimas? Y lo intentas una y otra vez y te reprochas las pocas ganas, los muchos rencores, las pobres excusas, los amargos sinsabores, los escasos aciertos, los evitables errores. Miras esquivando la viga de los tuyos y no ves más que la paja sobre sus cansados y aburridos ojos, que se posan en cualquier parte que no se llame “Tú”.
Pero un buen día, te levantas y te das una ducha renovada y exfolias los malos sueños, te despojas de las malas pasadas, empaquetas las peleas y las envías a Nunca Jamás por Seur, del modo más barato posible, para que se pierdan y no regresen. Y te pones esa camiseta suya, la que te queda tan grande y que tanto le gusta, aquella que no te duraba ni dos segundos puesta y sueltas una carcajada, más fuerte de lo esperado, al recordarlo. Vas a buscarlo a la que ahora es su habitación, con sanas y perversas intenciones y con ganas renovadas, y en la mesilla, junto a una foto castigada bocabajo, encuentras la temida nota."



¿Pero tú quién eres, impostora? Suelta el teclado ahora mismo y déjate de dramas, que esta sección la llevamos Miss Idiot y yo.

Imagen y texto: Santi Jiménez

Directa al diván

De pequeña mi madre me llevó al psicólogo, ya de mayor he perdido la cuenta de las veces que me he llevado yo misma y las que les ha hecho de psicóloga una servidora a ellos, pues era acudir a la consulta y sentárseme el especialista sobre el regazo:¡Ay, Santi, no sabes lo que me ha pasado! Y es que unas cuantas sesiones conmigo y “en casa de herrero, cuchara de palo”.
Como os contaba, mi santa madre, en un arrebato de modernidad, ya en aquellos tiempos de las monas a dos pesetas, me llevó a un miniloquero, que me puso a dibujar, haciéndome además, alguna que otra pregunta, que ya ni recuerdo.
Garabateé entre otras cosas, un señorito y una señorita muy bien plantados con su chistera y su vestidito pomposo respectivamente, muy elegantes ambos para la ocasión. Y aquel buen hombre, quizá hablando de otro paciente o para contentar a mi esforzada madre, que me había arrastrado hasta allí desde el pueblo, le soltó todo lo que la santa mujer quería escuchar: “Esta niña está por encima del no sé qué por ciento de la media, será lo que ella quiera”.
Acabáramos, la dichosa frasecita me cayó como setenta cubos de hielo de éstos que ahora están tan de moda. Fue escucharla y arruinarme la infancia y la vida por completo. Me sentí tan pequeñita y tan apabullada, que casi podía ver las puntitas de mis botas ortopédicas asomar bajo una mole gigantesca de responsabilidad. Aniquilada, muerta y sepultada salí de aquella consulta con el firme propósito de demostrar en adelante, cada milisegundo, que no existía ser más incapaz y unicelular que yo, ni personaje más equivocado, que aquel señor.

Y en esa lucha continúo, como una jabata. Bueno, no quisiera desmerecerme, pero he de confesar que tampoco es que me esté costando demasiado. Sea como fuere, me condené al ostracismo, perfeccioné las artes del avestruz y ni quería ni podía ni soportaba ni confiaba despuntar en nada.
Vecinas, que mi niña escribe cuentos, que le nacen poemas como flores en primavera”, pues el retoño de dorados tirabuzones, se los vuelvía a meter por donde salieron y los iba almacenando y empujando unos contra otros, como buenos hermanos.
¡Ay, mi niña, qué notazas!” Pues nos las callamos hasta última hora y el parto se dedicó a estudiar lo menos provechoso y productivo del mercado, eso sí con un “gozo en el alma ¡grande!”, que ella es la reina de corazones y de los números rojos.
Recientemente, esta incursión en la prensa me ha sido concedida por obra y gracia del Espíritu Santo, la estoy gozando y disfrutando como nunca y claro, como todo lo que hago, digo o respiro, voy y lo tuiteo. Pues eso hice, a mis niños de twitter, les mostré el artículo de la semana pasada. ¡A ya ya ya yayyyy, qué acogida! ¡Qué de piropazos! ¿Contenta, pensaréis los dos o tres que me leéis? Pues pichí pichá, más bien muertita de miedo. Con tanta inmerecida ovación, se me olvidaron los palabros, las letritas, los vocablos, y hasta cómo se hacía la “o con un canuto”, los deditos de las manos se me encogieron, más si cabe que las hemorroides, ya no parlo españolo, ni siquiera catalán en círculos reducidos y ni “estamos trabajando en ello” con acento tejano, ni nada de nada. Ya me estaban rondando dos artículos por la cabecita y los relegué, insegura y horrorizada, al olvidado cajón de borradores. Y eso que mis adorados tuiterillos se brindaron prestos a sugerirme impagables ideas. Yo, enardecía por mencionarlos a todos, pero el pánico, no sólo se había apoderado ya de mí, sino que me había pedido cita y me había devuelto directa al diván.

Se lo he comentado a una amiga desconsolada, con lagrimitas en los ojos, y no sabe lo feliz y aliviada que me ha dejado cuando me ha respondido, poniendo los suyos en blanco: “Nena, ¡tú eres tonta!”.
Imagen y texto: Santi Jiménez

Enred@d@

Al principio, parecía una labor sencilla e incluso encomiable: yo, la velaría, la seguiría en silencio, sin dejar apenas huella ni constancia, que en la red está la cosa muy malita para una adolescente (por muy adoctrinada que la tengamos), que hay mucho pirata navegando a su merced, piratas sin parche y con muy mala baba.
En apenas dos días, ya me habían convalidado 4º de Detective. A quién y quién la seguía, quién le hacía fav, quién la tuiteaba o la retuiteaba, nada se escapaba a mi atenta mirada.
En la famosa red del “Pajarito Azul”, una madre preocupada puede fisgar a sus anchas. Todo me era desvelado con un simple clic y yo me sentía, no sólo la mejor madre del mundo, sino también la más sagaz, la más moderna. Mas no sólo eso, la vieja del visillo y la adolescente que me habitan se chocaban los cinco y se relamían de placer: Give me five, sister!
Pero ojo, de ahí a vender tu alma al seductor twitter, hay una fina y quebradiza línea... de no retorno. Línea que cruzas en el momento en el que escribes, tímida e insensatamente, tu primer tuit: “¿Lo envío?, ¿no lo envío?... Bah, envíar...”
¡Ya estás perdido! Olvida la vida tal y como la conoces.
Amigo, si aún eres de esas gentes sin blog, sin Whatsapp, sin twitter o cualquier otro ser de estos en vías de extinción, escucha: ¡permanece vírgen!, me lo vas a agradecer... De nada.
Hoy, recuerdo con cierta nostalgia aquellos días en los que me comía la paella directamente, sin esperar a hacerle la foto de rigor para tuitearla (porque “es que me ha quedado tan mona...”), aquellos tiempos en los que sólo fotografiaría mis pies por error y no para subtitularlos: “Así os leo o Aquí sufriendo en la playita”; o cuando sufría al perfecto de mi cuñao en silencio, ¡ja! si ahora hasta lo gozo pensando en tuitear su desfachatez. Antes me daba miedito que alguien pudiera seguirme y ahora “me sube la bilirrubina, ¡ay, me sube la bili!” cuando me sigue un nuevo seguidor, ¡subidón, subidón!
Con esto del twitter, resulta que me entero antes de lo que les pasa al bueno de Orlando Blume y al desflequillado de Justin Bieber que de lo que le ocurre a mi vecina de portal. Y eso que, de vez en cuando, nos wassapeamos, pero verla lo que se dice verla, así “in person”, ahorita ni me suena.
Morriña siento de aquello de saber de la vida por el runrún de la calle y no por twitter.
Pero esto que me posee es más fuerte que yo, lo reconozco (ahora que no me escucha mi marido). ¡Ay, madre, el marido! Esto merece capítulo aparte.
La vida en pareja, queridos y queridas, también se resentirá, embarazodos no os vais a quedar, por supuestísimo, pero los cibercelos se apoderarán de vuestras parejas, sí o sí, y es que le pondréis más ojitos al móvil que a ellos, y no lo haréis con maldad, no en mi caso al menos, pero lo haréis: ¡Ay, quita que se me ha ocurrido un tuit! ¡Ay, esto tiene una foto que pa qué! ¡Madre mía, cuando lo cuente en twitter! ¡Jo, cari, pon cara de pasarlo bien, desaborío! Te reprochará, una y mil veces, tu dejadez y tú sabrás que tiene más razón que un santo, pero tendrás el móvil hasta en la sopa y tu alma tuitera gritará: “Por fi, si me vas a dejar, mándame un tuit en prime time que me caigan los retuits a pescozones, hazlo por lo que una vez nos unió. ¡Gracias, compañero!.”


Recuerdo que cuando me retuitearon por primera vez, se me humedecieron los ojitos y todo. ¡Hacía tanto que no lloraba! Menos mal que en twitter pasa como en GH: “todo se magnifica”.
¿Y cuándo alguien te deja de seguir de la noche a la mañana? Pero ¡qué puñalada trapera! “No es por ti, es por mí”. ¡Ya! No parece grave, ¿verdad? Al fin y al cabo, igual tú ni seguías a semejante individuo, pero escuece. Es una insignificancia, como un pequeño padrastro de los chiquitos, pero pica que no veas y sucede que todo te viene a dar ahí, para recordarte tu dolencia, esa minúscula e incómoda ausencia. “¡Qué habré hecho yo para merecer semejante abandono!”. Esa dichosa paranoia se repite en bucle en tu enred@d@ cabecita. Lo sé, lo reconozco es una tontá.
Permitidme aún una última advertencia: cuando te abres una cuenta en una red social, llamémosle X, se convierte en uno más de la familia, pero no uno cualquiera, es una mosca coj--era de alta demanda, 24 horas con la boquita abierta y la manecita estirá. Pero claro, aunque tú no seas consciente, la rotación y la traslación del planeta siguen su rutina. Las lavadoras, los lavavajillas, las aspiradoras, la compra, el trabajo, los informes, esas menudencias no se hacen solas, y tus hijos, jatetú, no abandonan la sana costumbre de alimentarse cinco veces al día, ni de ir al cole, hacer las tareas o acudir a extraescolares. Así que te ves obligada a desarrollar un “cuarto ojo” para echarle a tu celular. Ahí es ná.
Conducir se convierte en auténtico infierno, lo de no beber, está chupao, pero, queridísimos lectores, si conduces, no tuiteas. ¡OMG, acabáramos!
Por tanto, llegados a este punto, me declaro totalmente @da y creo que no me falta razón si os digo que, a día de hoy antes me robarán un riñón en plena calle que el móvil que vive adosado en mi manita. Y esto, soy consciente, me lo tengo que hacer mirar.
Nos leemos la semana que viene, si el “Pajarito Azul” me lo permite.
Deseadme suerte.

P.D.: Cruzo los dedos de la mano izquierda, que los de la derecha los tengo ocupaditos, ya sabéis: tuiteando. ;))***

Texto e imagen: Santi Jiménez.

Verano sin fin

¡Que no panda el cúnico! Ya podéis relajaos donde quiera que estéis. Este 2014, os traigo un regalito de última hora. Os cuento: he anticipado mi carta a sus Majestades de Oriente y después de unas santas, aunque no por ello menos duras negociaciones, hemos alcanzado un exitoso acuerdo. Señores: para todos ustedes y por siempre jamás, ya pueden gozar de un VERANO SINFÍN. ¡Totalmente, garantizado!
Se acabó la temida operación retorno, ni hablar del traumático estrés postvacacional o la agobiante cuesta de septiembre. La tan temida vuelta al cole será sólo un mal recuerdo. Ya podéis despediros del etiquetado de uniformes y el engorroso forrado de libros será, asimismo, cosa del pasado. Lo de renovar los armarios (lo sé, estos críos que insisten en cumplir topicazos del tipo “dar el estirón en verano”) ya no correrá prisa. El tema de la limpieza general, será, a Dios gracias, una batallita del pasado.
Nada de rellenar telediarios con los gastos que supone el regreso al dulce hogar, ni esos malditos consejitos para reincorporarse a la rutina laboral sin traumas (¡qué mal fario!, yo creo que hacen un corta pega cada año, ¿no?). Nunca más esos papis con sus retoños a moco tendido en la puerta del cole. Jamás de los jamases serás sometido a un tercer grado sobre tu estancia veraniega ni habrás de escuchar esas peripecias vacacionales, que tanta ilusión te hacen.

Amigos, acabo de salvaros la vida… ¡De nada!
¡Ay, el verano! No es ningún secreto que mi “particularidad” (me he prohibido, a mí misma, llamarlo “idiotez”), viene desde la infancia. Me nacía hacer un poco de drama y solía acompañar el acontecer de mi pequeña vida con una “buena” banda sonora.
Por ejemplo, era costumbre en mi pandilla, en los días hermanos a los que ahora corren, esos en los que tocaba darse la dirección postal y el número de teléfono (jamás hubiésemos añadido “fijo”, si no había otro, bueno, sí, el zapatófono del Inspector Gadget o el Superagente 86, pero ninguno de nosotros lo teníamos)… ¡Mare meua, si es que estoy hablando del siglo pasado!, “yoboró jijú jijú, yoboró jijú jijú, yoboró jiiiijuuuuuú jiiijuuuuú”, se me viene la canción del abuelito, lo que os decía: acción-reacción, sacar un tema y escuchar unos compases o acompañarlo con algún soniquete, por descabellado que suene.
A lo que iba, nuestra costumbre pandillera, por aquel entonces, no era otra que regodearnos en nuestro terrible sufrimiento con las acompasadas voces del eterno Dúo Dinámico, para despedir “el mejor verano de nuestras vidas”. Hasta que la cinta se rayaba de tanto replay o alguno de los chicos, consciente de que ese año tampoco pillaría, apagaba la casete y nuestros sollozos al grito de “¡quitad ya esta mierda!”.
Fui creciendo (poquito, eso sí) y la música siguió fiel a mi vida y a las personas que la habitan.
¡Qué bonito es el amor de verano!, ¿verdad? Normalmente, está asociado a algo fugaz, fulminante, intenso, como una buena ola. Sin embargo, paradójicamente, de aquella pandilla, nacieron al menos cuatro matrimonios que aún perduran, entre ellos el mío, sin ir más lejos. A los cuatro les tengo puesta banda sonora, aunque seguro que ellos tienen la suya propia e imagino que todas deben saber un poquito a mar, a Luis Miguel, Duncan Dhu, Danza Invisible, Shakira, U2, Europe o Sergio Dalma, y aunque nadie lo llame, seguro que se presenta ¡Georgie Dann!
Mi marido me ha “sugerido” que no lo mencione en estos pequeños encuentros semanales. ¡Será kamikaze!, sabiendo que ir a la contra es el único deporte en el que no tengo rival. Pues toma: ¡dos tazas!
Corría el año 89, viernes 3 de agosto, fiesta de la espuma en la discoteca Triángulo de Los Alcázares, habíamos salido los de siempre y yo estaba escayolada. Enrique Búnbury, cuando aún era un héroe del silencio, nos confesaba que la noche es toda magia y que un duende-e te invita a soña-ar. De repente, me vi sepultada por una burbujeante montaña blanca y todos me abandonaron en cero coma, sobretodo tú, que pretendías ser más que amigo. En ese espumoso momento supe que serías el hombre de mi vida, comprendí que tenía que rescatarte.
Desde aquella noche, las canciones y los días han ido cayendo inevitables sobre nosotros. Desde “Contigo aprendí”, “De niña a mujer” o “Adoro”, pasando por “Y sin embargo, te quiero”, hasta “callarte la boca con mis besos” o con lo que sea e incluso, “a veces te mataría, otras en cambio, te quiero comer” lo mismito que le pasa a los buenos de Amaral. Pero, corazón, mientras que sigan sonando las de amor, vamos bien.
Por último, aunque el acuerdo que abrió esta plática quedó cerrado y bien atado, no sería la primera vez que algún regalico se quede al fondo del saco real (de los Magos, malpensados).
Por tanto,
no quisiera despedirme,
sin aprovechar la ocasión
de gritar al mundo entero
que fue un placer muy placentero,
redundante y verdadero,
cada vez que hubo ocasión,
compartir en La Opinión,
con todos ustedes
cómo lo llevo.
Ni Shakespeare,

¡Oh, My Good!

Texto e imagen: Santi Jiménez.

Señales

No sé porqué, últimamente, el mundo insiste en enviarme señales que apuntan todas en la misma dirección: MI EDAD. Yo creo que ya he dicho alto y claro, que me siento libre, happy y cómoda en mi mullidita y nívea piel. Que si me va a suponer algún esfuercito o mucha pasta, pues “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy”.
A ver, si yo ya tengo to el pescao vendío, oiga. Mi gente me ama tal cual. Yo amo a mi gente y mi ser, en sí mismo, tampoco es que sea ningún atentado contra la humanidad ni un escándalo público de primer orden.
Pues nada, el enemigo, erre que erre, insistiendo en mejorar mi exterior o, al menos, en re-montarme en el patinete de Michael J. Fox al pasado, con lo que yo me mareo, pó Dió.
Hay ciertos tabús no escritos (bueno, probablemente, lo estén, los habré leído incluso e ipso facto los habré olvidado, que los años no pasan en balde, hijos míos…), pactos que, en la mayoría de los casos, se suelen respetar. Veamos algunos ejemplillos: preguntar la edad, los kilos, las creencias políticas o religiosas, la talla de sujetador, de preserv…, y otros asuntos similares. Mas nadie nos libra de ese lince ibérico, sin filtro alguno, que te espeta semejantes lindezas cuando menos te lo esperas.
Supón que te encuentras en tu mejor momento, justo en la cresta de la ola, pues ese preciso instante es el que suelen elegir estos elementos tan elementales para su estelar intervención. Y entonces, es como:” ¡ guan, guaan, guaaan, guaaaan, ha perdido usted el cooocheeeee!” Así, así debían sentirse esos desconsolados concursantes del 1, 2, 3 al escuchar esas palabritas de boca de la dicharachera Mayra Gómez Kemp.
Conste que yo tengo bastantes tragaderas. Prácticamente, se me puede preguntar casi cualquier cosa. A ver, quizá me moleste un pelín que curioseen sobre mi peso. Dicho sea de paso, que peso poquitísimo… (¿estoy cruzando los deditos tras la espalda?, será un tic).De todos modos, ¡para qué querrán saberlo!, ¿será para darme mi peso en oro?, ¿tal vez para cambiarme por camellos?, ¿quizá para reforzar las sillas de la terraza?, ¿a lo mejor es para ver si me dejan alquilar el dichoso patinete playero?… No sé, es todo tan…misterioso, por decir algo.
Como reza el título, las señales no cesan, por más que yo intente hacerme la sorda. Sin embargo, he observado que no soy rara avis y a mi edad (una cuarentañera en toda regla) es bastante frecuente andar algo desorientado a este respecto. Nuestra imagen mental, la emocional, la que reflejamos en el espejo y la que perciben los demás pueden estar librando auténticas batallas campales; incluso, hablar idiomas diferentes, o por el contrario, formar un coro perfecto (esto último, es sólo un rumor).
Toca confesión: a estas alturas del partido, me siento mmm… bien, algo inmadura, pero me quiero, me acepto, no me importan mis años, sí, creo que es cierto. No estoy ni bien ni mal conservada, ni en lata ni al vacío, al contrario, doy bastante la lata y me siento bastante llena. No me va mucho la marcha loca, pero puedo aguantar con soltura, si la ocasión lo merece.
Por otra parte, soy consciente de que una cosa es lo que yo creo-veo y otra diferente, lo que el mundo mundial percibe de mi persona y yo, por supuesto, como espectadora que soy a un tiempo, no estoy libre de hacer lo mismo con todos ustedes vosotros.
Como muestra, un botón: habréis tenido una de esas mañanas en que te despiertas con el “joven subío”, te vuelves a sentir sin más aquella chica del instituto, te pones tus vaqueros desgastados y tu camiseta con lema subversivo, una buena coleta y tu gorrita para atrás. A la que sales, te encuentras aquel compañerete de pupitre y “¡OMG! ¡Pero, qué le ha pasado!, ¡menudas entradas!, ¡qué tripita!, ¡madre mía, con lo bueno que estaba!” Y hasta lloras por dentro.
¿Que qué le ha pasado?: La vida, querida, la vida. Adivinas qué habrá pensado él de ti. Efectivamente, que tú estás igualita que entonces.
A veces estando con mi mami, me siento una niña de nuevo, me dice: “A tu edad (¡qué mona!, me ve como una cría) no sabes todo lo que llevaba yo p’alante”. Y me lo cuenta y a mí me entra como flojera hasta de oírlo y entonces, me digo: “pero ¡qué cría ni qué leches, si yo lo que estoy hecha es una auténtica pena!”.
Como os decía: en ocasiones, oigo voces que insisten en que ya tengo una edad.
Sin ir más lejos, el otro día, me calzo mis deportivas y mis mejores intenciones: “mens sana in corpore sano, Santi”, me propongo. Llevo unos 300 metros y continúo lúcida, cruzo un parque, observo que a unos niños se les escapa la pelota y pienso: “se la voy a devolver a lo Sergio Ramos”, cuando les escucho: “¡Cuidado con la vieja!”. Ejem, vuelta a casa, cari, esto haciendo sillonball no nos pasa. En fin, corramos un tupido velo de esos de Sarita Montiel.

Recientemente, hube de acompañar a mi padre a un evento en el Real Casino de Murcia. Mi madre declinó la invitación y me tocó ejercer de acompañante femenina. Allí recibí otra hermosa señal, esta vez de dimensiones colosales y de fluorescente neón. A punto estuve de desempolvar los adornos de mi arbolito de navidad y colocarme hasta la estrella anunciadora para codearme con la crème de la crème de la société murciana. Suerte que, una vez más, mi cuñada vino al rescate: “Sobriedad, menos es más” y quedé de diez, que mi abuela en gloria esté.
El caso es que, estando departiendo en semejante entorno, se nos acercó un tiburón de las finanzas. El tiburón iba disfrazado como tal: impecablemente trajeado, pelo largo engominado hacia atrás, blancos dientes afilados, sortijón, reloj y gemelos de oro; con aire satisfecho se dirige a mi padre y le pregunta: “¿Su señora?”. En ese momento, mi ego viajó con Verne al centro de la tierra, hasta que vi a la rubia que le lanzaba un besito desde el otro extremo de la sala, observé que podía ser no ya su hija sino la mía y que, para hacer el trayecto que iba de su tobillo hasta su cintura, había que coger el ascensor. Me dio la risa tonta y, por qué no decirlo, aliviada y le envié un whatsapp a mi padre (cierto que lo tenía a un centímetro de distancia) apenas sin maldad: “jejeje, hamor berdadero ^-^”.

¿Nos leemos la semana que viene? Buen día.

Imagen y texto: Santi Jiménez. 

¿Humana? ¡Qué casualidad!

Hay gente que podría elevarse a la categoría de palicera profesional. Personas que aprovechan el más mínimo descuido para soltarte, así, a bocajarro y sin previa anestesia, todo su mundo interior.
Apuesto a que ya se os ha venido a vuestra calenturienta mente el nombre de al menos uno de estos ejemplares. La verdad es que te los puedes encontrar en cualquier parte: en la oficina, en tu propio bloque, en la carnicería…, crecen como setas y aparecen cuando menos te lo esperas.
Estos individuos aprovechan el más ínfimo resquicio para empatizar contigo y, acariciando la más liviana excusa, darte la matraca: “Pero si tienes dos ojos… ¡como yo!” o “¡Qué calor!” y tú: “Es lo que tiene julio a las tres de la tarde”. Los hay que no confían suficiente en el hipnótico poder de su verborrea y te sujetan fuertemente del brazo, vaya que te escapes.
Algunos hacen de esta práctica todo un arte y otros, la ejercen como una auténtica profesión. Véase: esos infatigables comerciales de las compañías telefónicas. Éstos, sin duda, merecen un capítulo aparte. Ellos no entienden de horario ni fecha en el calendario. Les gusta llamar cuando has puesto el pie en la ducha o te acabas de sentar en la tacita de pensar o tras largas negociaciones se acaba de dormir tu pequeño del alma o le acabas de enchufar la tética.
Aviso para navegantes: a primeras de cambio, parecen muy amigables pero en cuanto caes en sus redes, estás perdido. Yo no he visto divorcio más reñido que el mío con ¡Oh, NO! Dejarlos fue prácticamente, misión imposible, gracias a Dios, conseguí zafarme e incluso quedarme con los niños.
Las criaturicas de la compra-venta de oro son también como para echarles de comer aparte, y ni te cuento del plasta que se empeña en que nuestra vida no tenía sentido hasta que nos presentó su fantabuloso colchón de viscoelástica, su adelgazante elíptica o su, eficaz a la par que favorecedora, operación láser visión.
En cierta ocasión, conocí a una Gran Habladora, así, con mayúsculas. Era una belleza gitana, de larga melena, algo mal encarada y con mucha mala uva, al menos en ese momento. Estaba protestando con un elevado nivel de decibelios en el centro de salud:
_ ¡Qué loca ni qué loca!, estoy harta de que to el mundo me venga con lo mismo. ¡Qué loca ni qué loca! Las pastillas que se las tome su madre. Me voy a tomar yo lo que ésta me diga. Y los políticos ¿qué? Que lo tienen to patas arriba y quiere ésta que las pastillas me las tome yo. ¡Lo lleva claro! ¡Qué loca ni qué loca!
Si no lo dijo cien veces no lo dijo ninguna. Todo esto apuntando en mi dirección y yo, tragando saliva y asintiendo disciplinada a todo lo que salía por aquella boquita.
Quiso el azar, que pasado un tiempo, nos volviésemos a encontrar en una sala de visitas (curiosamente, de fumadores, en mi caso, pasiva) de la Arrixaca. Ella, tan guapa como antaño y en camisón; yo, de calle.
Allí, mi gitana era bastante popular, con ella había que pagar un curioso peaje, con el que también yo tuve que cumplir. Se había ganado una merecida fama, ella misma anunciaba a su triunfal entrada en la sala: “Aquí llega la gitana de las horquillas y los chicles” y la verdad es que los pedía con tal gracia y desparpajo que no podías sino sucumbir a su reclamo. Si no llevabas encima tales tesoros, ya tenías deberes para casa.

No sé si habréis tenido ocasión de disfrutar de la simpar experiencia de ver tele con un señor palizas. Yo, sí. Está el típico palizas que te cuenta la peli de cabo a rabo, feliz, sin remordimientos ni contención alguna (de cárcel). Luego hay otro espécimen que intenta controlar su boca, mientras que su cuerpo trabaja por libre: codazos, imprudentes saltitos, uñas y miraditas que se te clavan en los momentos claves (colleja que le soltabas) y, por último, ese lobo con piel de cordero, aquel que parece el compañero perfecto para una velada cinematográfica y llegado el final… ¡zas!, te lo revienta: ¡EL ASESINO ES EL MAYORDOMO!

Y, hablando de finales, me despido que yo tampoco estoy mal, pero pa un ratico. 

domingo, 19 de octubre de 2014

Será por trenes


Mi hijo cuenta ocho años y los ojos verdes, cargados de ilusiones.
Álvaro atesora mil carpetas y cajas para sus cosas importantes: sus guiones, sus dibujos de personajes inventados, sus cartas de amor y sus colecciones de monedas y sellos.
Mi pequeño genio esconde una caja de los secretos y un cajón repleto de materiales.
Como todos los niños, Álvaro tiene muchos planes, grandes proyectos y múltiples ideas, geniales y chispeantes, que casi se pueden ver revoloteando por encima de su cabeza.
El cerebro le va a mil por hora, se le amontona el trabajo y siempre tiene algo que hacer. Quizá sea esta la razón por la que se pega y nos pega esos monumentales madrugones que no distinguen entre diarios ni festivos.
En una de aquellas carpetas arriba mencionadas, mi benjamín tiene una lista de las profesiones que desea desempeñar de mayor, el repertorio ya ocupa las dos caras de un folio. A él no se le escapa lo alarmante de la extensión y, entre pensativo y esperanzado, nos pregunta si creemos que le dará tiempo a realizar todas aquellas ocupaciones. Papá le dice que "el que mucho abarca poco aprieta", pero yo, como firme defensora de los sueños, creo ciegamente en la capacidad para creer y crear.
Claro que sí: SI QUIERES, PUEDES. ¡Será por trenes!
Persigue todos y cada uno de tus sueños. Lo peor que puede pasar es que corra más que tú, pero al menos lo habrás intentado.
El tren
Coge cada tren,

pero si pierdes alguno,

no te dejes vencer por el desaliento.

Estate atento,

siempre pasa otro.

Si no,

hay otros medios para llegar a tu destino.

Lo importante es no dejar de intentarlo.

Mantén tu ilusión intacta,

tu espíritu firme.

Si esto tampoco es siempre así,

debes saber dónde o a quién acudir,

cómo rearmarte.

Recomponte.

Cree en ti.

Porque

TÚ PUEDES.

Te quiero.

 

Dedicada a mi hijo Álvaro,
con el propósito de que le sirva
y la esperanza e ilusión de no olvidarlo yo tampoco. 

                                                                                                   Imagen: Santi Jiménez,
el modelo mi hijo.

Soy idiota.


Sí, no os riáis, que no estoy sola en esto. Más de uno vais de mi manita en este camino y, si no, al tiempo. Sin embargo, estamos de enhorabuena, pues el primer paso en cualquier rehabilitación es reconocer el problema.

¿Cuántas veces habéis metido la pata tan al fondo que parece que ésta haya desaparecido? Ahí lo dejo, al rincón de pensar.

Equilibrio… Mesura… Templanza… Son para mí puras quimeras. Se alzan relucientes y to ofrecíos, pero más intocables que los de Eliot Ness.

Admiro sobremanera a esa gente comedida en sus palabras, actos y ademanes. Si por cada vez que he dicho “no soy quien para darte un consejo” y, voy y lo “casco”, o he soltado una memez tal que le ha subido el azúcar a la barbie “dieta alcachofa”, me asaltase (o NOS asaltase) el megapuño de error y acierto de la tele, otro gallo nos cantara. Que no digo yo que alguna vez no suene la flauta, pero otras tantas, desafinamos que da gusto, brothers.

Sé que soy idiota cuando intento arreglar el mundo a base de cafés descafeinados, buenas intenciones y mucha charla, en el “Quitapesares”. Pero no puedo evitar esos ataques “Mani Manitas, si se rompe se lo arreglamos”, y vuelvo a la carga.

En el cole: _ Por fi, creo que, después de ocho horitas, los niños no deberían seguir haciendo deberes en casa, podrían vivir un poco, ¿no?

En el restaurante: _ Caballero, ¿de verdad cree que el niño come mejor a base de pescozones?

En el parque: _Señora, veo que se empeña en que su niña comparta, ¿me permite el móvil? Tengo que hacer una llamada.

En el autobús: _ No digo yo que le ceda el asiento a la embarazada entera, sólo un cachito para la panza si eso...

Si echo la vista atrás he de reconocer que yo ya era idiota de pequeña. Todo bicho viviente con aspecto abandonado que encontraba, me lo llevaba a casa puesto (No, no fue así como conocí a mi marido, malotes). Mi madre, que siempre ha sido una señora muy sabia, aguantó lo suyo hasta que se plantó: “Cuando tengas tu propia casa te montas un Arca de Noé si quieres, perla.” (Ahora, mi socio no me deja).

Un consejo (¿Ves?, ya estamos. No puedo evitarlo): si quieres evitar problemas, no me cuentes tus cuitas o intentaré solucionarlas. Si, por ejemplo, tu matrimonio va mal, creeré tener línea directa con Cupido e intentaré por todos los medios que os re-enamoréis como el primer día, os enviaré canciones románticas, os escribiré poemas, empapelaré vuestras paredes con vuestras primeras fotos juntos y otras horteradas por el estilo. Creo que Alejandro Sanz, no ha vuelto a comprar tiritas desde que me enteré que tenía el corazón partío. Con la cantidad ingente de apósitos que le envié, si nos ponemos arreglamos el agujerico de la capa de ozono.

¡Oh, oh!, creo que lo he vuelto a hacer.

Apaga y vámonos.

Maldita Afrodita A


Os preguntaréis a qué viene este ataque directo a la eficaz partener de aquel entrañable superhéroe, que tan buenas tardes nos hizo pasar. Lo veo, lo veo: a la salida del cole, bocadillico de salchicha de Lorca en mano y deberes con la manchica correspondiente en la otra, en mi casica de planta baja y esa puerta siempre abierta.

Lo que decía, por aquel entonces, la sexymbol de hojalata me caía bien, hasta que, con los años, he comprendido sus malvadas intenciones: con su enérgico “pechos fuera”nos hizo creer que con una simple orden podíamos dominar nuestro cuerpo. Quien dice “pechos fuera” dice “pechos firmes” o “talla 36”, “90-60-90”, “Photoshop para el mundo real”.

Cari, no se puede. Al menos, yo no estoy dispuesta, me resulta una lucha tan cansina, tan inútil, tan “pa qué”.

Por supuesto, he tenido mis etapas y he hecho muchas tolonterías. Pero, a día de hoy, queridos, me considero liberada. Creo que en mi liberación han confluido varios factores: mi incapacidad de sacrificio para estos menesteres y mi baja tolerancia al dolor y la renuncia para los mismos y, además,… ¡no podemos gastar tan poco!

A mí, el mundo de Afrodita, en general, me resulta muy agresivo. Siempre atacando y combatiendo: la celulitis, las patas de gallo, los primeros signos de la edad,… no dejan títere con cabeza. Un poquito de corazón <3.

Está sobradamente demostrado que la celulitis es la mejor amiga de la mujer. Nunca te abandona, está a las duras y a las maduras, seas alta o baja, gorda o flaca, siempre. Y tú, erre que erre, combatiéndola con nocturnidad, con frío, con calor… Os digo una cosa: ella no lo haría, pero si es piel de naranja, na-ran-ja, ¡vitamina C!

¿Y los tacones? Quiso Dios que yo, que soy mullidita y acogedora por donde me mires, tenga grasa 0% en el metatarso, lo que se traduce en una incapacidad absoluta para llevar tacón.

Mi cuñada, que es una artista en estas lides, se va a las 7 a.m. subida a 14 cms y regresa a las 20 h, perfecta y oliendo a flores blancas. Se ve que observa que mi labio inferior cuelga demasiado y me dice:

-Nena, si son comodísimos, ¡pruébatelos!

Me encaramo con recelo a esos afilados diablillos, me agarro a su brazo como si no hubiese un mañana y me dice:

-Bueno, otro día.

Como os digo, lo tengo superado, pero de vez en cuando tengo una pequeña recaída, sobre todo si la cosa no duele, es gratis (en este caso fue un regalo) y no me priva del buen comer. Hace poco me puse pestañas postizas, de esas “pelo a pelo”, mmm, una horita en la camilla, eso fue un punto a su favor; otro, que mi Marilyn llevaba también; más, por pereza, para no tener que usar máscara de pestañas y, por último, porque me quedaron unos pedazo abanicos que podía resfriar al contrario, a voluntad. Aviso que no repetiré pues mis pestañas empezaron a crecer, el pegamento comenzó a salir a flote y yo, al pellizcármelo, me las dejé calvas. La buena noticia: tus pestañas vuelven a crecer.

Llevad cuidado que hay mucho imprudente suelto (¡Presente!). El sábado pasado, lo que pretendía ser una alegre mañana en la Nueva Condomina con mi adolescente preferida, se tornó de improviso en un intento de sadomasoquismo:

  • ¡Señora!- la primera, en la frente.
  • ¿Sí? – yo, aún sonriente.
  • ¿Quiere que la pesemos? – con soltura.
  • ¡¿Qué?! – perpleja.
  • Sí, la pesamos y la medimos- muy diligente.

A todo esto acabábamos de darnos un homenaje en la heladería de la esquina.

- ¿Para qué?

- Le decimos su peso ideal, su IMC, su grasa corporal…

- ¡Ja, ja, ja! – se me escapó una risotá que debió oírse en la Plaza de las Flores. – Pero, chica, si yo estoy divina, no hace ná que me liberé.

- Si con esta dieta no se pasa hambre, se-ño-ra.

- Con la mía tampoco, te lo aseguro. Buen día, cariño.

Sin apenas apartar la mirada ni los dedos de su iphone, de los labios de mi hija surgió un apenas imperceptible y orgulloso: “LOL, vaya zas, mamá”.

Señores, a esta vida hemos venido a ser y hacer felices, que cada cual elija cómo. Paz y amor.

sábado, 11 de octubre de 2014

SUEGRAS


Suegra= madre política. “Suegra”, ¡vaya tela!, ya la propia sonoridad de la palabra tira de espaldas. Si es que es decirlo y te pasa como con los Donettes, te salen amigos por todas partes. Y si a esta delicia añadimos “política”, pues comprendo que da ganas de bajarse del artículo desde ya.

Hoy vengo con el sano propósito de que os dejéis seducir por este paraíso por descubrir y desterréis por siempre a estos adorables seres del  lado oscuro, del lado oscuro de las personitas que os llevaríais a una isla desierta.

Empecemos: “las suegras son un bien necesario”. Esta frase hay que repetirla como un mantra, hasta creérsela. ¡Ey, a ver!, el listo que ha dicho: “en vías de extinción”, que se ponga el último de la fila, sin rechistar.

Confesaré que me resultó bastante difícil encontrar un título apropiado para acompañar tan altruista propósito, en mi incontinencia verbal característica, un Sinfín (¿He vuelto a oír “pelota”?) de posibilidades del inmenso cajón de títulos se agolpaban en mi cabeza, mas  ninguna terminaba de encajar. A saber:

1.- Quien tiene una suegra, tiene un tesoro. Ya me imaginaba a algún desalmado contestando: “¡Y unos cojones!” Y claro, no queremos que eso ocurra, que la prensa también se lee en horario protegido. Y habría quien quisiera ponerla a buen recaudo en un lindo cofre o cámara acorazada, como tesoro que es. Desde luego, ¡hay gente “pa to”!

2.- Suegras, esas grandes incomprendidas. A este título le veía bastantes posibilidades. Ciertamente, no sabemos comprender sus acertadísimas expresiones, sus bienintencionadas sugerencias, sus sabios consejos, su  omnipresencia absoluta, su ser jueves a diario. Su, su, su… ¡Desfibriladorrr, por favorrr! ¡Creo que una servidora va a entrar en parada cardiorrespiratoria! Ah, pues no.

Todo te lo dicen por tu bien y con cariño, eso te lo tienes que grabar a fuego y punto. Ese “has ganado un poquito de peso, ¿verdad?”, “malo no está, pero le noto un regustillo así como a…”, “mejorando lo presente, pero ¡mi otra nuera es que es!”, “esta tortilla es de esas que venden hechas en Mercadona, ¿no, querida? (y, por supuesto, lo es)”. Todo esto son minucias, pequeñas gotitas que golpean una y otra vez y van dilapidando hasta rebosar la frágil copa de tu paciencia.

3.- Suegras, ¡pies para qué os quiero! En seguida supe que este título no cumpliría mis expectativas. ¡Confesad, bichos!, ¿cuántas veces habéis apagado las luces y desconectado el timbre cuando esa manita, que un día estrechó la de vuestra pareja, aporrea vuestra puerta? y ¿cuántas os quedásteis impasibles ante la llamada entrante de la madre de vuestros nietos? ¿Eh? ¡Pecadores!

 ¿Acaso nunca les habéis dicho a los niños que estáis en la ducha, que habéis salido, que no os podéis poner al aparato o que estáis ocupadísimos? Mmmmm, ya.

4.- Suegras, su peso en plomo, polvo, oro. Contra de la creencia popular, nuestras queridas madres políticas detestan repasar, no les va la prueba del algodón, son más de pasar el dedico.

No hay suegra que se resista a ir directa al WC cuando llega a tu dulce hogar y más vale que te despidas cariñosamente, pues pasará su media horita larga hasta vuestro próximo reencuentro. ¿Estreñimiento? Lo dudo. Lo que ahí dentro ocurra será una auténtica  lección magistral para la policía científica: toallas, apliques, repisas, baldas, cristales, espejos, mamparas, baños, etc., NADA escapa a su atenta e implacable mirada. Pero no debes preocuparte, tú nunca estarás a la altura.

5.- La suegra lo sabe todo, todo y todo. Es como una fusión de El libro gordo de Petete y La Biblia en pasta. Me río yo del pelocho, el 11811 y cualquiera de estos aficionadillos. Ella y nadie mejor que ella para resolverte esas dudillas que tienes y las que no, también.

Si es que un máster en todo, la cachonda. Sabe si te pegan los zapatos, lo que te tienes que tomar para esa tos, dónde venden la mejor fruta, el color de pelo que te favorece, si tienes mala cara, si no, ya te la pone ella.

Con tus hijos siempre serás una inepta absoluta y te lo hará saber, no delante de tu pareja, claro. Si son guapos, son clavaditos al papá o incluso a su tío-abuelo lejano, pero como los vea tirando a feos, serán calcaos a tu familia. Lo mismo para las virtudes y defectos de las criaturas.

6.- Suegras, un planazo para este verano. Éste era uno de mis títulos preferidos, por las fechas y por lo recomendable de la compañía. Así faltara sitio para la botella de oxígeno, si quieres disfrutar de lo lindo, deja hueco en la maleta para la suegra, lo agradecerás.

Playa o montaña, esa ya no es la cuestión, lo importante es que se venga la suegra. Quién si no te va a decir lo bien que te sienta el bañador, que no se te nota la tripa, ni las cartucheras, ni la celulitis, que le eches crema a los críos, que se han quemado por tu culpa, que le eches vinagre en las quemaduras, para los piojos, que la playa les da hambre, que hagan los deberes, que no hagan ruido en la siesta, que no pueden llevar el ritmo de los mayores, o que lo lleven, que le recojas esos pelos, que no coman tantos helados o que los coman, que, que, que,… ¡qué planazo! 

Ya decía el bueno de Milikito que venía de un viaje de placer cuando acababa de llevar a su suegra al aeropuerto.

Os preguntaréis entonces, si existe la suegra ideal. Rotundamente, sí. Sirvan estos ejemplos para los escépticos:

a)         La afónica.

b)         La que se encuentra en busca y captura.

c)         Aquella con una simpática orden de alejamiento.

d)         La que vive a más de 900 kms.

e)      O la que está disfrutando con Curro de su merecido cuponazo.

Por otro lado, cómo puede ser que mi adorable madre, esa que no hay más que una, sea a un tiempo la suegra de mi cuñá (pero si parece una copla). ¡Eso va contra natura, tiene que ser ilegal, tiene que estar  penalizado o algo!

Chicas, reflexionemos, qué nos pasa, los suegros, los yernos, en general, suelen ponerlo -quizá- un poquito más fácil. Cierto que llegado un punto, todas nos llenamos de buenas intenciones, sobre todo, al  alcanzar cierta madurez y nos decimos (así, en plan guay): “Yo no seré como ella. Les dejaré hacer su vida. Tampoco seré su colega, claro. Pero vamos, que si quieren me tendrán, no opinaré todo el rato. Y si me llaman iré, que si no, tan amigos, sin enfadarme y eso ¿no?”.

Pero, ¿sabéis qué?:“ESO ES… ¡MENTIRA!”.

P.D.: Queridísima suegra:

Todo esto no va contigo.

Tú eres divina.

Comemos el domingo.

Love youuu!

Imágenes:Santi Jiménez Serrano