lunes, 20 de octubre de 2014

Enred@d@

Al principio, parecía una labor sencilla e incluso encomiable: yo, la velaría, la seguiría en silencio, sin dejar apenas huella ni constancia, que en la red está la cosa muy malita para una adolescente (por muy adoctrinada que la tengamos), que hay mucho pirata navegando a su merced, piratas sin parche y con muy mala baba.
En apenas dos días, ya me habían convalidado 4º de Detective. A quién y quién la seguía, quién le hacía fav, quién la tuiteaba o la retuiteaba, nada se escapaba a mi atenta mirada.
En la famosa red del “Pajarito Azul”, una madre preocupada puede fisgar a sus anchas. Todo me era desvelado con un simple clic y yo me sentía, no sólo la mejor madre del mundo, sino también la más sagaz, la más moderna. Mas no sólo eso, la vieja del visillo y la adolescente que me habitan se chocaban los cinco y se relamían de placer: Give me five, sister!
Pero ojo, de ahí a vender tu alma al seductor twitter, hay una fina y quebradiza línea... de no retorno. Línea que cruzas en el momento en el que escribes, tímida e insensatamente, tu primer tuit: “¿Lo envío?, ¿no lo envío?... Bah, envíar...”
¡Ya estás perdido! Olvida la vida tal y como la conoces.
Amigo, si aún eres de esas gentes sin blog, sin Whatsapp, sin twitter o cualquier otro ser de estos en vías de extinción, escucha: ¡permanece vírgen!, me lo vas a agradecer... De nada.
Hoy, recuerdo con cierta nostalgia aquellos días en los que me comía la paella directamente, sin esperar a hacerle la foto de rigor para tuitearla (porque “es que me ha quedado tan mona...”), aquellos tiempos en los que sólo fotografiaría mis pies por error y no para subtitularlos: “Así os leo o Aquí sufriendo en la playita”; o cuando sufría al perfecto de mi cuñao en silencio, ¡ja! si ahora hasta lo gozo pensando en tuitear su desfachatez. Antes me daba miedito que alguien pudiera seguirme y ahora “me sube la bilirrubina, ¡ay, me sube la bili!” cuando me sigue un nuevo seguidor, ¡subidón, subidón!
Con esto del twitter, resulta que me entero antes de lo que les pasa al bueno de Orlando Blume y al desflequillado de Justin Bieber que de lo que le ocurre a mi vecina de portal. Y eso que, de vez en cuando, nos wassapeamos, pero verla lo que se dice verla, así “in person”, ahorita ni me suena.
Morriña siento de aquello de saber de la vida por el runrún de la calle y no por twitter.
Pero esto que me posee es más fuerte que yo, lo reconozco (ahora que no me escucha mi marido). ¡Ay, madre, el marido! Esto merece capítulo aparte.
La vida en pareja, queridos y queridas, también se resentirá, embarazodos no os vais a quedar, por supuestísimo, pero los cibercelos se apoderarán de vuestras parejas, sí o sí, y es que le pondréis más ojitos al móvil que a ellos, y no lo haréis con maldad, no en mi caso al menos, pero lo haréis: ¡Ay, quita que se me ha ocurrido un tuit! ¡Ay, esto tiene una foto que pa qué! ¡Madre mía, cuando lo cuente en twitter! ¡Jo, cari, pon cara de pasarlo bien, desaborío! Te reprochará, una y mil veces, tu dejadez y tú sabrás que tiene más razón que un santo, pero tendrás el móvil hasta en la sopa y tu alma tuitera gritará: “Por fi, si me vas a dejar, mándame un tuit en prime time que me caigan los retuits a pescozones, hazlo por lo que una vez nos unió. ¡Gracias, compañero!.”


Recuerdo que cuando me retuitearon por primera vez, se me humedecieron los ojitos y todo. ¡Hacía tanto que no lloraba! Menos mal que en twitter pasa como en GH: “todo se magnifica”.
¿Y cuándo alguien te deja de seguir de la noche a la mañana? Pero ¡qué puñalada trapera! “No es por ti, es por mí”. ¡Ya! No parece grave, ¿verdad? Al fin y al cabo, igual tú ni seguías a semejante individuo, pero escuece. Es una insignificancia, como un pequeño padrastro de los chiquitos, pero pica que no veas y sucede que todo te viene a dar ahí, para recordarte tu dolencia, esa minúscula e incómoda ausencia. “¡Qué habré hecho yo para merecer semejante abandono!”. Esa dichosa paranoia se repite en bucle en tu enred@d@ cabecita. Lo sé, lo reconozco es una tontá.
Permitidme aún una última advertencia: cuando te abres una cuenta en una red social, llamémosle X, se convierte en uno más de la familia, pero no uno cualquiera, es una mosca coj--era de alta demanda, 24 horas con la boquita abierta y la manecita estirá. Pero claro, aunque tú no seas consciente, la rotación y la traslación del planeta siguen su rutina. Las lavadoras, los lavavajillas, las aspiradoras, la compra, el trabajo, los informes, esas menudencias no se hacen solas, y tus hijos, jatetú, no abandonan la sana costumbre de alimentarse cinco veces al día, ni de ir al cole, hacer las tareas o acudir a extraescolares. Así que te ves obligada a desarrollar un “cuarto ojo” para echarle a tu celular. Ahí es ná.
Conducir se convierte en auténtico infierno, lo de no beber, está chupao, pero, queridísimos lectores, si conduces, no tuiteas. ¡OMG, acabáramos!
Por tanto, llegados a este punto, me declaro totalmente @da y creo que no me falta razón si os digo que, a día de hoy antes me robarán un riñón en plena calle que el móvil que vive adosado en mi manita. Y esto, soy consciente, me lo tengo que hacer mirar.
Nos leemos la semana que viene, si el “Pajarito Azul” me lo permite.
Deseadme suerte.

P.D.: Cruzo los dedos de la mano izquierda, que los de la derecha los tengo ocupaditos, ya sabéis: tuiteando. ;))***

Texto e imagen: Santi Jiménez.

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