Al
principio, parecía una labor sencilla e incluso encomiable: yo, la
velaría, la seguiría en silencio, sin dejar apenas huella ni
constancia, que en la red está la cosa muy malita para una
adolescente (por muy adoctrinada que la tengamos), que hay mucho
pirata navegando a su merced, piratas sin parche y con muy mala
baba.
En
apenas dos días, ya me habían convalidado 4º de Detective. A quién
y quién la seguía, quién le hacía fav, quién la tuiteaba o la
retuiteaba, nada se escapaba a mi atenta mirada.
En
la famosa red del “Pajarito Azul”, una madre preocupada puede
fisgar a sus anchas. Todo me era desvelado con un simple clic y yo me
sentía, no sólo la mejor madre del mundo, sino también la más
sagaz, la más moderna. Mas no sólo eso, la vieja del visillo y la
adolescente que me habitan se chocaban los cinco y se relamían de
placer: Give me five, sister!
Pero
ojo, de ahí a vender tu alma al seductor twitter, hay una fina y
quebradiza línea... de no retorno. Línea que cruzas en el momento
en el que escribes, tímida e insensatamente, tu primer tuit: “¿Lo
envío?, ¿no lo envío?... Bah, envíar...”
¡Ya
estás perdido! Olvida la vida tal y como la conoces.
Amigo,
si aún eres de esas gentes sin blog, sin Whatsapp, sin twitter o
cualquier otro ser de estos en vías de extinción, escucha:
¡permanece vírgen!, me lo vas a agradecer... De nada.
Hoy,
recuerdo con cierta nostalgia aquellos días en los que me comía la
paella directamente, sin esperar a hacerle la foto de rigor para
tuitearla (porque “es que me ha quedado tan mona...”), aquellos
tiempos en los que sólo fotografiaría mis pies por error y no para
subtitularlos: “Así os leo o Aquí sufriendo en la playita”; o
cuando sufría al perfecto de mi cuñao en silencio, ¡ja! si ahora
hasta lo gozo pensando en tuitear su desfachatez. Antes me daba
miedito que alguien pudiera seguirme y ahora “me sube la
bilirrubina, ¡ay, me sube la bili!” cuando me sigue un nuevo
seguidor, ¡subidón, subidón!
Con
esto del twitter, resulta que me entero antes de lo que les pasa al
bueno de Orlando Blume y al desflequillado de Justin Bieber que de lo
que le ocurre a mi vecina de portal. Y eso que, de vez en cuando, nos
wassapeamos, pero verla lo que se dice verla, así “in person”,
ahorita ni me suena.
Morriña
siento de aquello de saber de la vida por el runrún de la calle y no
por twitter.
Pero
esto que me posee es más fuerte que yo, lo reconozco (ahora que no
me escucha mi marido). ¡Ay, madre, el marido! Esto merece capítulo
aparte.
La
vida en pareja, queridos y queridas, también se resentirá,
embarazodos no os vais a quedar, por supuestísimo, pero los
cibercelos se apoderarán de vuestras parejas, sí o sí, y es que le
pondréis más ojitos al móvil que a ellos, y no lo haréis con
maldad, no en mi caso al menos, pero lo haréis: ¡Ay, quita que se
me ha ocurrido un tuit! ¡Ay, esto tiene una foto que pa qué! ¡Madre
mía, cuando lo cuente en twitter! ¡Jo, cari, pon cara de pasarlo
bien, desaborío! Te reprochará, una y mil veces, tu dejadez y tú
sabrás que tiene más razón que un santo, pero tendrás el móvil
hasta en la sopa y tu alma tuitera gritará: “Por
fi, si me vas a dejar, mándame un tuit en prime time que me caigan
los retuits a pescozones, hazlo por lo que una vez nos unió.
¡Gracias, compañero!.”
Recuerdo
que cuando me retuitearon por primera vez, se me humedecieron los
ojitos y todo. ¡Hacía tanto que no lloraba! Menos mal que en
twitter pasa como en GH: “todo se magnifica”.
¿Y
cuándo alguien te deja de seguir de la noche a la mañana? Pero ¡qué
puñalada trapera! “No es por ti, es por mí”. ¡Ya! No parece
grave, ¿verdad? Al fin y al cabo, igual tú ni seguías a semejante
individuo, pero escuece. Es una insignificancia, como un pequeño
padrastro de los chiquitos, pero pica que no veas y sucede que todo
te viene a dar ahí, para recordarte tu dolencia, esa minúscula e
incómoda ausencia. “¡Qué habré hecho yo para merecer semejante
abandono!”. Esa dichosa paranoia se repite en bucle en tu enred@d@
cabecita. Lo sé, lo reconozco es una tontá.
Permitidme
aún una última advertencia: cuando te abres una cuenta en una red
social, llamémosle X, se convierte en uno más de la familia, pero
no uno cualquiera, es una mosca coj--era de alta demanda, 24 horas
con la boquita abierta y la manecita estirá. Pero claro, aunque tú
no seas consciente, la rotación y la traslación del planeta siguen
su rutina. Las lavadoras, los lavavajillas, las aspiradoras, la
compra, el trabajo, los informes, esas menudencias no se hacen
solas, y tus hijos, jatetú, no abandonan la sana costumbre de
alimentarse cinco veces al día, ni de ir al cole, hacer las tareas o
acudir a extraescolares. Así que te ves obligada a desarrollar un
“cuarto ojo” para echarle a tu celular. Ahí es ná.
Conducir
se convierte en auténtico infierno, lo de no beber, está chupao,
pero, queridísimos lectores, si conduces, no tuiteas. ¡OMG,
acabáramos!
Por
tanto, llegados a este punto, me declaro totalmente @da y creo que no
me falta razón si os digo que, a día de hoy antes me robarán un
riñón en plena calle que el móvil que vive adosado en mi manita. Y
esto, soy consciente, me lo tengo que hacer mirar.
Nos
leemos la semana que viene, si el “Pajarito Azul” me lo permite.
Deseadme
suerte.
P.D.:
Cruzo los dedos de la mano izquierda, que los de la derecha los tengo
ocupaditos, ya sabéis: tuiteando. ;))***
Texto e imagen: Santi Jiménez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario