viernes, 24 de octubre de 2014

Laberinto de deseo

- Y desde el minuto uno supe que eras tú la playa en que deseo morir. Que no quiero más luna que tu vientre, ese campo abierto donde sembrar hijos infinitos, como granos de arroz, como flores de loto.
Y cada día vuelvo aquí con la esperanza de verte girar en este espacio diminuto, mientras me miras distraída, como a tantos otros, con las mismas palabras, los mismos gestos, igual sonrisa, pero a la vez, todo tan nuevo, todo tan para mí... Tú, apenas te detienes un segundo para regalarme tus contadas frases amables, tus respuestas breves y diligentes y tus sutiles indirectas con ese idioma curioso que aprendiste quizá, tan sólo para mí.
Estos tus inciertos ojos entornados me reciben cada día, como un faro, como una guía, fieles a mi llegada y te veo tan fuerte y tan constante en el pasar de las horas inciertas, soportada por ese cuerpo tan breve y delicado. ¡Menudo espectáculo!
Envuelta estás en un laberinto de deseo en el que cualquier pasillo, cualquier estancia conduce hacia ti en una especie de peaje emocional. Contigo encuentro todo cuanto busco, sin importar su forma, su origen, su color... Tú, todo lo consigues, todo lo alcanzas con tu delicada mano. Posees todo cuanto necesito, todo me lo procuras, si existe lo tendrás, sólo es cuestión de tiempo, de poco tiempo: si no es hoy, tal vez mañana. Y así, como una invasión silenciosa te derramas sobre mí, en mi tierra, en mi cabeza, en mi piel.
Y regreso a casa con las manos llenas y el corazón aliviado por segundos, con mil cachivaches inservibles, que no llenan este vacío, pero abarrotan los estantes, las estancias y te esperan.
Como cada noche me duermo enredado en tu recuerdo, en tu boca minúscula, en tu mirada rasgada, en tu gato dorado y en ese beso en el cuello que aún no te he dado. Me detengo disfrutón en ese segundo en el que nuestras manos se rozan al despedirnos, lo saboreo, lo alargo, lo meto entre mis sábanas y lo acuno hasta quedarnos estrechamente dormidos, empapados entre lágrimas, sudor y otras humedades.
No sabes cómo te extraño y aún no te he tenido, cómo tu reclamo de neón se aparece cada día en mis sueños y en mis desvelos, como un “Bienvenido” parpadeante, insistiendo en un “Vuelva usted mañana”.
En casa todo me recuerda a ti: cada objeto, cada lágrima; todo habla de tu ausencia, todo lleva tu aroma a ninfa, tu mirada oriental, tu tacto de cálida porcelana y eso que aún no has estado allí conmigo, en un abrazo.
Todo espera tu reencuentro: los cuadros, las cortinas, los cubiertos, las cajitas que atesoro para tus pendientes, los cuadernos, las flores artificiales, los jarrones orientales... Todos estamos huérfanos de ti.
Y no te lo vas a creer pero a menudo inventamos finales felices en los que todo es como debería ser, en los que tú, yo y todas estas cosas que están aquí como un pretexto somos una gran familia.
De momento, sólo faltas tú.


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Imagen y texto: Santi Jiménez

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