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Y desde el minuto uno supe que eras tú la playa en que deseo morir.
Que no quiero más luna que tu vientre, ese campo abierto donde
sembrar hijos infinitos, como granos de arroz, como flores de loto.
Y
cada día vuelvo aquí con la esperanza de verte girar en este
espacio diminuto, mientras me miras distraída, como a tantos otros,
con las mismas palabras, los mismos gestos, igual sonrisa, pero a la
vez, todo tan nuevo, todo tan para mí... Tú, apenas te detienes un
segundo para regalarme tus contadas frases amables, tus respuestas
breves y diligentes y tus sutiles indirectas con ese idioma curioso
que aprendiste quizá, tan sólo para mí.
Estos
tus inciertos ojos entornados me reciben cada día, como un faro,
como una guía, fieles a mi llegada y te veo tan fuerte y tan
constante en el pasar de las horas inciertas, soportada por ese
cuerpo tan breve y delicado. ¡Menudo espectáculo!
Envuelta
estás en un laberinto de deseo en el que cualquier pasillo,
cualquier estancia conduce hacia ti en una especie de peaje
emocional. Contigo encuentro todo cuanto busco, sin importar su
forma, su origen, su color... Tú, todo lo consigues, todo lo
alcanzas con tu delicada mano. Posees todo cuanto necesito, todo me
lo procuras, si existe lo tendrás, sólo es cuestión de tiempo, de
poco tiempo: si no es hoy, tal vez mañana. Y así, como una invasión
silenciosa te derramas sobre mí, en mi tierra, en mi cabeza, en mi
piel.
Y
regreso a casa con las manos llenas y el corazón aliviado por
segundos, con mil cachivaches inservibles, que no llenan este vacío,
pero abarrotan los estantes, las estancias y te esperan.
Como
cada noche me duermo enredado en tu recuerdo, en tu boca minúscula,
en tu mirada rasgada, en tu gato dorado y en ese beso en el cuello
que aún no te he dado. Me detengo disfrutón en ese segundo en el
que nuestras manos se rozan al despedirnos, lo saboreo, lo alargo, lo
meto entre mis sábanas y lo acuno hasta quedarnos estrechamente
dormidos, empapados entre lágrimas, sudor y otras humedades.
No
sabes cómo te extraño y aún no te he tenido, cómo tu reclamo de
neón se aparece cada día en mis sueños y en mis desvelos, como un
“Bienvenido” parpadeante, insistiendo en un “Vuelva usted
mañana”.
En
casa todo me recuerda a ti: cada objeto, cada lágrima; todo habla de
tu ausencia, todo lleva tu aroma a ninfa, tu mirada oriental, tu
tacto de cálida porcelana y eso que aún no has estado allí
conmigo, en un abrazo.
Todo
espera tu reencuentro: los cuadros, las cortinas, los cubiertos, las
cajitas que atesoro para tus pendientes, los cuadernos, las flores
artificiales, los jarrones orientales... Todos estamos huérfanos de
ti.
Y
no te lo vas a creer pero a menudo inventamos finales felices en los
que todo es como debería ser, en los que tú, yo y todas estas cosas
que están aquí como un pretexto somos una gran familia.
De
momento, sólo faltas tú.
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Imagen y texto: Santi Jiménez
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