lunes, 20 de octubre de 2014

Directa al diván

De pequeña mi madre me llevó al psicólogo, ya de mayor he perdido la cuenta de las veces que me he llevado yo misma y las que les ha hecho de psicóloga una servidora a ellos, pues era acudir a la consulta y sentárseme el especialista sobre el regazo:¡Ay, Santi, no sabes lo que me ha pasado! Y es que unas cuantas sesiones conmigo y “en casa de herrero, cuchara de palo”.
Como os contaba, mi santa madre, en un arrebato de modernidad, ya en aquellos tiempos de las monas a dos pesetas, me llevó a un miniloquero, que me puso a dibujar, haciéndome además, alguna que otra pregunta, que ya ni recuerdo.
Garabateé entre otras cosas, un señorito y una señorita muy bien plantados con su chistera y su vestidito pomposo respectivamente, muy elegantes ambos para la ocasión. Y aquel buen hombre, quizá hablando de otro paciente o para contentar a mi esforzada madre, que me había arrastrado hasta allí desde el pueblo, le soltó todo lo que la santa mujer quería escuchar: “Esta niña está por encima del no sé qué por ciento de la media, será lo que ella quiera”.
Acabáramos, la dichosa frasecita me cayó como setenta cubos de hielo de éstos que ahora están tan de moda. Fue escucharla y arruinarme la infancia y la vida por completo. Me sentí tan pequeñita y tan apabullada, que casi podía ver las puntitas de mis botas ortopédicas asomar bajo una mole gigantesca de responsabilidad. Aniquilada, muerta y sepultada salí de aquella consulta con el firme propósito de demostrar en adelante, cada milisegundo, que no existía ser más incapaz y unicelular que yo, ni personaje más equivocado, que aquel señor.

Y en esa lucha continúo, como una jabata. Bueno, no quisiera desmerecerme, pero he de confesar que tampoco es que me esté costando demasiado. Sea como fuere, me condené al ostracismo, perfeccioné las artes del avestruz y ni quería ni podía ni soportaba ni confiaba despuntar en nada.
Vecinas, que mi niña escribe cuentos, que le nacen poemas como flores en primavera”, pues el retoño de dorados tirabuzones, se los vuelvía a meter por donde salieron y los iba almacenando y empujando unos contra otros, como buenos hermanos.
¡Ay, mi niña, qué notazas!” Pues nos las callamos hasta última hora y el parto se dedicó a estudiar lo menos provechoso y productivo del mercado, eso sí con un “gozo en el alma ¡grande!”, que ella es la reina de corazones y de los números rojos.
Recientemente, esta incursión en la prensa me ha sido concedida por obra y gracia del Espíritu Santo, la estoy gozando y disfrutando como nunca y claro, como todo lo que hago, digo o respiro, voy y lo tuiteo. Pues eso hice, a mis niños de twitter, les mostré el artículo de la semana pasada. ¡A ya ya ya yayyyy, qué acogida! ¡Qué de piropazos! ¿Contenta, pensaréis los dos o tres que me leéis? Pues pichí pichá, más bien muertita de miedo. Con tanta inmerecida ovación, se me olvidaron los palabros, las letritas, los vocablos, y hasta cómo se hacía la “o con un canuto”, los deditos de las manos se me encogieron, más si cabe que las hemorroides, ya no parlo españolo, ni siquiera catalán en círculos reducidos y ni “estamos trabajando en ello” con acento tejano, ni nada de nada. Ya me estaban rondando dos artículos por la cabecita y los relegué, insegura y horrorizada, al olvidado cajón de borradores. Y eso que mis adorados tuiterillos se brindaron prestos a sugerirme impagables ideas. Yo, enardecía por mencionarlos a todos, pero el pánico, no sólo se había apoderado ya de mí, sino que me había pedido cita y me había devuelto directa al diván.

Se lo he comentado a una amiga desconsolada, con lagrimitas en los ojos, y no sabe lo feliz y aliviada que me ha dejado cuando me ha respondido, poniendo los suyos en blanco: “Nena, ¡tú eres tonta!”.
Imagen y texto: Santi Jiménez

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