jueves, 18 de agosto de 2016

Ahora que nadie nos lee

Y ahora que nadie nos lee, vamos a contar mentiras:
Digamos, por ejemplo, que el amor es eterno. Convengamos en que el desamor es más largo que el olvido. Admitamos que todo es posible. Demos por hecho que “el que la sigue, la consigue”, que nadie deja nunca de soñar y que la lluvia no me pone triste. “Que llueva de noche”, te solía decir y tú contestabas de forma teatral: “La lluvia, querida, es mi forma de tocarte, cuando yo no estoy”. Pues te diré, querido, que ahora que no estás, lleva varios días sin parar de llover y tus manos siguen sin hacer acto de presencia.
Agradecí mucho que te marcharas, realmente era algo que se veía venir. Sigamos mintiendo.
Odiaba nuestras conversaciones de madrugada, las discusiones que acababan en besos, en persecuciones en ropa interior por los pasillos y en lágrimas de ésas de tanto reír.
No soportaba ya tus caricias. Apenas sonreía cuando aparecía tu llamada entrante. No me palpitaba el corazón cuando estabas en línea a altas horas de la madrugada y siempre, siempre, me creí tus excusas.

No dejemos de mentir. Jamás me han roto el corazón, tampoco yo he dejado ninguno hecho añicos, siempre recuerdo protegerme y aprendo una gran lección, cada vez que me equivoco.
Continuemos faltando a la verdad. Ya no me gustas. No soporto los dibujos que forma tu pelo, odio el contorno de tu boca y las ideas locas que amueblan tu cabeza. No extraño que escribas para mí, no echo de menos nuestras tonterías ni que te emociones conmigo. No recuerdo tus descabelladas ideas sobre política, la pasión que ponías en todo cuanto hacías, no he memorizado ni una sola de tus palabras, como aquello de “que haya ocurrido siempre, no lo convierte en justo ni en inevitable”. No admiraba que quisieras cambiar el mundo, que hablases de un reparto injusto de los bienes a conciencia, que insinuaras que los políticos no pretenden el beneficio del país antes que el suyo propio. No recuerdo que comentases que todo se podía arreglar con sexo y poesía. Y, por supuesto, ya no estás en ninguna canción.
Se ha perdido en algún lugar de mi memoria la longitud perfecta de tus dedos y esa forma tuya de cerrar las cartas: “Los dioses nos envidian”.

Así que, como yo, date por muerto, querido, que “no hay peor muerte que el olvido”, según decías. Creo. 



Texto: Santi Jiménez
Imagen: Christian Schloe

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