Y
ahora que nadie nos lee, vamos a contar mentiras:
Digamos,
por ejemplo, que el amor es eterno. Convengamos en que el desamor es
más largo que el olvido. Admitamos que todo es posible. Demos por
hecho que “el que la sigue, la consigue”, que nadie deja nunca de
soñar y que la lluvia no me pone triste. “Que llueva de noche”,
te solía decir y tú contestabas de forma teatral: “La lluvia,
querida, es mi forma de tocarte, cuando yo no estoy”. Pues te diré,
querido, que ahora que no estás, lleva varios días sin parar de
llover y tus manos siguen sin hacer acto de presencia.
Agradecí
mucho que te marcharas, realmente era algo que se veía venir.
Sigamos mintiendo.
Odiaba
nuestras conversaciones de madrugada, las discusiones que acababan en
besos, en persecuciones en ropa interior por los pasillos y en
lágrimas de ésas de tanto reír.
No
soportaba ya tus caricias. Apenas sonreía cuando aparecía tu
llamada entrante. No me palpitaba el corazón cuando estabas en línea
a altas horas de la madrugada y siempre, siempre, me creí tus
excusas.
No
dejemos de mentir. Jamás me han roto el corazón, tampoco yo he
dejado ninguno hecho añicos, siempre recuerdo protegerme y aprendo
una gran lección, cada vez que me equivoco.
Continuemos
faltando a la verdad. Ya no me gustas. No soporto los dibujos que
forma tu pelo, odio el contorno de tu boca y las ideas locas que
amueblan tu cabeza. No extraño que escribas para mí, no echo de
menos nuestras tonterías ni que te emociones conmigo. No recuerdo
tus descabelladas ideas sobre política, la pasión que ponías en
todo cuanto hacías, no he memorizado ni una sola de tus palabras,
como aquello de “que haya ocurrido siempre, no lo convierte en
justo ni en inevitable”. No admiraba que quisieras cambiar el
mundo, que hablases de un reparto injusto de los bienes a conciencia,
que insinuaras que los políticos no pretenden el beneficio del país
antes que el suyo propio. No recuerdo que comentases que todo se
podía arreglar con sexo y poesía. Y, por supuesto, ya no estás en
ninguna canción.
Se
ha perdido en algún lugar de mi memoria la longitud perfecta de tus
dedos y esa forma tuya de cerrar las cartas: “Los dioses nos
envidian”.
Así
que, como yo, date por muerto, querido, que “no hay peor muerte que
el olvido”, según decías. Creo.
Texto: Santi Jiménez
Imagen: Christian Schloe
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