jueves, 18 de agosto de 2016

Fotos boca abajo

Cuanto entré en casa había tres cajas de cartón en medio del salón, como en las películas.
Las últimas semanas habías estado muy rara, la verdad, pero nunca hubiese imaginado algo así. Supongo que sí, que tenías razón cuando decías que estaba demasiado absorto en el trabajo.
Te diría que esa tarde estabas preciosa, como siempre, pero no es verdad. Tenías las ojeras marcadas y estabas más delgada que nunca. Tu mirada clara asomaba deslucida.
Hablaste sin mirarme:
  • Me voy. He recogido algunas cosas, puedes quedarte con el resto.
Habías dejado la casa desierta de libros, de cuadernos, de lápices, de cds. Te habías llevado hasta tu portátil. La verdad es que no necesitabas nada más para sobrevivir. O eso creía yo. Habías colocado boca a bajo todas nuestras fotos, esa imagen me impactó, se me ha seguido apareciendo en sueños hasta hoy.
¿Qué nos ha pasado? ¿Qué nos ha faltado?, te hubiera querido decir. Sin embargo, sólo te pregunté si querías que te acercase a algún sitio y si ibas bien de batería.
  • No te preocupes, viene Ana a buscarme.- Susurraste.
Me quedé helado al escuchar su nombre. No tengo ni idea de cómo lo supiste. Cierto que mis viajes de “negocios” empezaron a incrementarse y que cada vez nosotros hacíamos menos el amor, nos besábamos menos. El caso es que cuando Ana y yo comenzamos, nos prometimos que nuestra historia no debería afectarte a ti, que tú no lo merecías, que ambos te queríamos, pero el deseo se impuso y cada vez fuimos menos cuidadosos, más atrevidos. Nos convencimos de que estaba bien, de que sólo pretendíamos ser felices, sin pasar por encima de nadie y que tú estarías bien mientras no lo supieses.
Si me paro a pensarlo ahora sé que todo eso no era cierto. Tú nunca cambiaste, me recibías siempre con un beso entregado, me enseñabas entusiasmada tus pequeños descubrimientos: “mira este pintor, está empezando, ¡menudo artista!” o “escucha esta canción, soy yo” y yo, poco a poco, miraba y escuchaba menos cualquier cosa que tú pudieras ofrecerme.
Curiosamente, lo que más me gustaba de Ana es que yo volvía a ser el que era contigo al principio.
  • Adiós, cuídate.- Sentenciaste.
Me acerqué al ventanal, sabía que pronto te vería abandonar el edificio y mi vida. Me extrañó no ver las cajas ni el coche de Ana. Tampoco había ningún taxi.

Te vi quitarte la alianza y tus zapatos preferidos. Te soltaste la coleta, tus labios parecían recitar alguno de tus poemas, cerraste los ojos y cruzaste sin dudar.

Texto: Santi Jiménez
Imagen: Rebecca Mason Adams

No hay comentarios:

Publicar un comentario