Cuanto
entré en casa había tres cajas de cartón en medio del salón, como
en las películas.
Las
últimas semanas habías estado muy rara, la verdad, pero nunca
hubiese imaginado algo así. Supongo que sí, que tenías razón
cuando decías que estaba demasiado absorto en el trabajo.
Te
diría que esa tarde estabas preciosa, como siempre, pero no es
verdad. Tenías las ojeras marcadas y estabas más delgada que nunca.
Tu mirada clara asomaba deslucida.
Hablaste
sin mirarme:
- Me voy. He recogido algunas cosas, puedes quedarte con el resto.
Habías
dejado la casa desierta de libros, de cuadernos, de lápices, de cds.
Te habías llevado hasta tu portátil. La verdad es que no
necesitabas nada más para sobrevivir. O eso creía yo. Habías
colocado boca a bajo todas nuestras fotos, esa imagen me impactó, se
me ha seguido apareciendo en sueños hasta hoy.
¿Qué
nos ha pasado? ¿Qué nos ha faltado?, te hubiera querido decir. Sin
embargo, sólo te pregunté si querías que te acercase a algún
sitio y si ibas bien de batería.
- No te preocupes, viene Ana a buscarme.- Susurraste.
Me
quedé helado al escuchar su nombre. No tengo ni idea de cómo lo
supiste. Cierto que mis viajes de “negocios” empezaron a
incrementarse y que cada vez nosotros hacíamos menos el amor, nos
besábamos menos. El caso es que cuando Ana y yo comenzamos, nos
prometimos que nuestra historia no debería afectarte a ti, que tú
no lo merecías, que ambos te queríamos, pero el deseo se impuso y
cada vez fuimos menos cuidadosos, más atrevidos. Nos convencimos de
que estaba bien, de que sólo pretendíamos ser felices, sin pasar
por encima de nadie y que tú estarías bien mientras no lo supieses.
Si
me paro a pensarlo ahora sé que todo eso no era cierto. Tú nunca
cambiaste, me recibías siempre con un beso entregado, me enseñabas
entusiasmada tus pequeños descubrimientos: “mira este pintor,
está empezando, ¡menudo artista!” o “escucha esta canción,
soy yo” y yo, poco a poco, miraba y escuchaba menos cualquier cosa
que tú pudieras ofrecerme.
Curiosamente,
lo que más me gustaba de Ana es que yo volvía a ser el que era
contigo al principio.
- Adiós, cuídate.- Sentenciaste.
Me
acerqué al ventanal, sabía que pronto te vería abandonar el
edificio y mi vida. Me extrañó no ver las cajas ni el coche de Ana.
Tampoco había ningún taxi.
Te
vi quitarte la alianza y tus zapatos preferidos. Te soltaste la
coleta, tus labios parecían recitar alguno de tus poemas, cerraste
los ojos y cruzaste sin dudar.
Texto: Santi Jiménez
Imagen: Rebecca Mason Adams
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