La
verdad es que lo veo más que alguna de mis amistades.
Cada
día, puntualmente impuntual, me dirijo a paso ligero a mi oficina.
Curiosamente hoy, voy con tiempo sobrado, el niño ha pasado una mala
noche y apenas hemos dormido, así que he aprovechado para hacer
tareas pendientes y aún me ha alcanzado para salir de casa media
hora antes de lo habitual. Y ahí está él, en la calle Trapería,
sentado en el amplio portal acristalado de una sucursal bancaria,
justo donde reza “Invierta en su futuro”.
Su
aspecto no difiere demasiado de uno de estos hipsters. Es alto,
delgado, con una larga barba que nos cuenta que fue rubio.
Normalmente, está leyendo o tocando dulcemente una flauta travesera,
que sólo sabe tristes canciones de amor. Le acompaña un pastor
alemán, que siempre está durmiendo. Hoy, por contra, simplemente
observaba a los transeúntes. Me pide un cigarro. Yo no fumo, pero no
sé por qué entro al estanco más cercano y le compro una cajetilla
y un mechero.
Tiene
una sonrisa blanca y embaucadora.
- Fumo porque vivir mata. Hay que echarle una mano a la vida.
Sólo
puedo reírme.
- Enciende un cigarro para mí. Hace tiempo que no beso a una mujer.
Y
yo, no sólo enciendo ese cigarro, sino que me siento a su lado.
- ¿Jugamos a las preguntas? - Me reta.
- ¿Cómo es eso?
- Sencillo, yo pregunto y tú respondes y si la respuesta es sincera tienes derecho a una pregunta.
- Hecho, pero te advierto que yo tengo muy pocas respuestas.
- ¡Qué va! Las tienes todas.- Y me sonríe directo al corazón o la razón o yo qué sé, pero acepto.
- Vale, haz tu pregunta.- Concedo.
- ¿A quién pertenecen los besos de tu almohada?
- No hay besos en mi almohada.- Repongo tajante.
- ¿Ves? No has sido sincera, te quedas sin pregunta. Me toca. ¿Cuánto hace que no sueñas?
Esta
vez me lo tomo en serio. Esa pregunta me la hace cada día la niña
que fui, desde el portafotos de mi mesilla, con su cara de eterna
resfriada, sus coletas y sus gafas de pasta.
- Mucho.
- Respuesta correcta. La gente que no sueña siempre camina con paso apresurado. Te toca.
- ¿Por qué estás aquí? Quiero decir: ¿por qué esta clase de vida?
- No se me ocurre otra vida mejor. Yo tampoco soñaba, estuve mucho tiempo mirando hacia otro lado y vistiendo traje de chaqueta. Y un día recordé que tenía una pequeña barca en la orilla y que sólo me atrevía a mojarme los pies. Recordé que la felicidad son momentos, lugares, personas y decidí tenerlos todos. Nada me falta ahora. Tengo a Sam, nadie sabe escuchar como él. Tengo mi música y nunca me faltan unos grafitos para dibujar. Y de cuando en cuando, alguien mira más allá y se sienta a charlar conmigo. Cuando logro un momento mágico, me marcho a otro lugar.
- Pues hace tiempo que no hay magia, llevo semanas viéndote aquí.
- Quizá te estaba esperando.
- Jajaja, quizá.
Pido
permiso con la mirada y tomo unas cuartillas perfectamente ordenadas
y limpias que guarda en una carpeta de cartón. Contiene poemas y
dibujos, entre la multitud, estoy yo, con mi abrigo y las prisas
reflejadas en su trazo.
La
catedral me avisa de que son las nueve. Llego tarde al final.
Levanto
los ojos de mi dibujo. Me está mirando, con esa mirada que sólo
puede acabar en un beso. Su sonrisa blanca y el sol de Murcia.
Le
beso, me besa, nos besamos. Sabe a mar y a libertad. Sabe a sueños.
- ¿Ves? Magia. Mañana tendré que irme.
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