jueves, 18 de agosto de 2016

El beso

Son las tres de la mañana, estamos cogidas de la mano y tumbadas en la cama. María está hecha un asco y yo, no me he visto la cara, pero debo andar por el estilo. La miro con los ojos empañados clavados en el techo y aprieto más fuerte su mano. Se me ocurre la estúpida idea de que podrían habernos hecho una fotografía en esa misma posición desde niñas y se verían crecer a cámara rápida nuestros cuerpos, nuestro cariño y nuestros problemas.
María es una suicida, una suicida emocional. Cuando se le presentan varias opciones siempre elige la que más miedo le da, porque dice que ésa es la buena. Yo me propuse salvarla desde que la conocí, pero si lo pienso bien no sabría decir quién ha salvado a quién. Ella me obliga a ser fuerte por las dos.
Desde pequeñas yo fui la responsable, la ordenada, la modélica, la encargada de llevar el dinero cuando nos mandaban a comprar a la tienda de la esquina y la que recibía las broncas de nuestros padres, porque claro, “María es así. De donde no hay, no se puede sacar.”
Recuerdo que cuando se trasladaron a nuestro barrio, teníamos las dos diez años y mis padres me medio obligaron a que fuese a visitar a los nuevos vecinos y fuera amable con su hija. María tenía la misma cara de bicho que tiene ahora y en cuanto nos dejaron solas en su cuarto me susurró:
  • No te esfuerces, me caes mal, yo meriendo remilgadas como tú cada día.
  • Como quieras.- Pasé por delante de sus narices y tomé un libro de la estantería, me tumbé en su cama y me puse a leer uno de “Los Cinco”. Ella hizo lo propio y se acostó a mi lado. Así pasamos toda la tarde y así nos condenamos a querernos para siempre.
María no ha dejado un solo charco sin pisar ni una sola rana sin besar. Cuando me propuse salvarla no sabía que me daría tanta faena. Ella dice que todo lo hace como si sólo tuviese una oportunidad y yo añado que sí, que como si sólo tuviese la oportunidad de cagarla. Asegura que tiene que coger todos los trenes. Yo cuando empieza con los topicazos no puedo con ella y le contesto que se asegura muy mucho de saber de antemano cuáles son los que van a descarrilar.
María me presenta todos y cada uno de sus novios. Yo creo que se los busca en un catálogo de tarados. Todos están cortados por el mismo patrón. Todos son el amor de su vida, con todos siente lo que nunca antes había sentido, con todos le da el pálpito de que esta vez sí que sí, que me vaya comprando el vestido de dama de honor. Pero la verdad es que no da con uno bueno y no será porque no busca y compara a ver si encuentra otro peor: un yonki, un tatuador expresidiario, un casado que le sacaba veinte años y a cuyos hijos les daba clases particulares y fue el padre el que acabó tomándole la lección. Un striper que remataba el show con un final feliz para las clientas no se incluido en el sueldo. Y el último, el que la ha dejado en mi cama con los ojos como un oso panda es el hijo de su jefe. Trabajan ambos en una ferretería y me ha contado con todo lujo de detalles los polvazos que echan en la trastienda. Éste tiene diez años menos que nosotras y dice que está fuerte como un toro. Asegura que le da mucho reparo que los pillen en plena faena pero que las siestas sin tránsito de clientela son muy largas y aburridas.

María ha comenzado a sollozar de nuevo al otro lado de mi cama. Me saca de mis pensamientos, está esperando las palabras mágicas. Entrelazo nuestros dedos y me giro, ella copia mis movimientos como un espejo. Nos quedamos frente a frente, mirándonos más allá de los ojos y le digo lo que quiere escuchar:
  • Pequeñaja, todo va a salir bien.
María borra la distancia entre nosotras, está blanca y caliente como su alma. Acomoda un segundo su frente en mis labios y se agarra de nuevo a mis pupilas.
  • Todo va a salir bien.- Repite.

Y me besa como si sellara esas palabras. Es un beso como ella: roto, pequeño, suave y frágil. Un beso lleno de problemas. 

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