Son
las tres de la mañana, estamos cogidas de la mano y tumbadas en la
cama. María está hecha un asco y yo, no me he visto la cara, pero
debo andar por el estilo. La miro con los ojos empañados clavados en
el techo y aprieto más fuerte su mano. Se me ocurre la estúpida
idea de que podrían habernos hecho una fotografía en esa misma
posición desde niñas y se verían crecer a cámara rápida nuestros
cuerpos, nuestro cariño y nuestros problemas.
María
es una suicida, una suicida emocional. Cuando se le presentan varias
opciones siempre elige la que más miedo le da, porque dice que ésa
es la buena. Yo me propuse salvarla desde que la conocí, pero si lo
pienso bien no sabría decir quién ha salvado a quién. Ella me
obliga a ser fuerte por las dos.
Desde
pequeñas yo fui la responsable, la ordenada, la modélica, la
encargada de llevar el dinero cuando nos mandaban a comprar a la
tienda de la esquina y la que recibía las broncas de nuestros
padres, porque claro, “María es así. De donde no hay, no se puede
sacar.”
Recuerdo
que cuando se trasladaron a nuestro barrio, teníamos las dos diez
años y mis padres me medio obligaron a que fuese a visitar a los
nuevos vecinos y fuera amable con su hija. María tenía la misma
cara de bicho que tiene ahora y en cuanto nos dejaron solas en su
cuarto me susurró:
- No te esfuerces, me caes mal, yo meriendo remilgadas como tú cada día.
- Como quieras.- Pasé por delante de sus narices y tomé un libro de la estantería, me tumbé en su cama y me puse a leer uno de “Los Cinco”. Ella hizo lo propio y se acostó a mi lado. Así pasamos toda la tarde y así nos condenamos a querernos para siempre.
María
no ha dejado un solo charco sin pisar ni una sola rana sin besar.
Cuando me propuse salvarla no sabía que me daría tanta faena. Ella
dice que todo lo hace como si sólo tuviese una oportunidad y yo
añado que sí, que como si sólo tuviese la oportunidad de cagarla.
Asegura que tiene que coger todos los trenes. Yo cuando empieza con
los topicazos no puedo con ella y le contesto que se asegura muy
mucho de saber de antemano cuáles son los que van a descarrilar.
María
me presenta todos y cada uno de sus novios. Yo creo que se los busca
en un catálogo de tarados. Todos están cortados por el mismo
patrón. Todos son el amor de su vida, con todos siente lo que nunca
antes había sentido, con todos le da el pálpito de que esta vez sí
que sí, que me vaya comprando el vestido de dama de honor. Pero la
verdad es que no da con uno bueno y no será porque no busca y
compara a ver si encuentra otro peor: un yonki, un tatuador
expresidiario, un casado que le sacaba veinte años y a cuyos hijos
les daba clases particulares y fue el padre el que acabó tomándole
la lección. Un striper que remataba el show con un final feliz para
las clientas no se incluido en el sueldo. Y el último, el que la ha
dejado en mi cama con los ojos como un oso panda es el hijo de su
jefe. Trabajan ambos en una ferretería y me ha contado con todo lujo
de detalles los polvazos que echan en la trastienda. Éste tiene diez
años menos que nosotras y dice que está fuerte como un toro.
Asegura que le da mucho reparo que los pillen en plena faena pero que
las siestas sin tránsito de clientela son muy largas y aburridas.
María
ha comenzado a sollozar de nuevo al otro lado de mi cama. Me saca de
mis pensamientos, está esperando las palabras mágicas. Entrelazo
nuestros dedos y me giro, ella copia mis movimientos como un espejo.
Nos quedamos frente a frente, mirándonos más allá de los ojos y le
digo lo que quiere escuchar:
- Pequeñaja, todo va a salir bien.
María borra la distancia entre
nosotras, está blanca y caliente como su alma. Acomoda un segundo su
frente en mis labios y se agarra de nuevo a mis pupilas.
- Todo va a salir bien.- Repite.
Y me besa como si sellara esas
palabras. Es un beso como ella: roto, pequeño, suave y frágil. Un
beso lleno de problemas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario