jueves, 18 de agosto de 2016

¡Que me quieras, coño!

Yo es que soy muy de no tener ni puta idea además de osada y bocazas, así que voy a soltar cuatro cosas que no tengo claras en absoluto para adaptarme a los tiempos que corren. Por tanto, advertido lector, haz caso omiso, por favor.
¡Que me quieras, coño!”, a simple vista, no parece la mejor de las estrategias. Sin embargo, es de las que cuenta con mayor número de adeptos. Pareciera que empeñarse y estrellarse contra la pared del corazón ajeno sea deporte olímpico emocional. ¡Ay, cuánto daño han hecho frases hechas del tipo “El que la sigue, la consigue”! A veces, puede parecer incluso que es verdad y que, a fuerza de insistir, lograrás colarte en el palpitante órgano de tu contrincante. Pero me temo, querido lector, que será una visita temporal. Además, eso de querer por dos, ya te digo yo, que es agotador y poco fructífero.
Otra cosa que va fatal para el pelo, la autoestima y el amor es lo de dar pena. Todo el rollo este del chantaje emocional, intentar hacer sentirse culpable al otro pobre infeliz y responsabilizarlo de la propia dicha o desgracia a fin de retenerlo a nuestro lado, no es muy top. Stop victimismo en el amor, please.
Por otro lado, es bueno saber que llega un momento en el que algunas cosas se acaban, que se dan de sí hasta no sujetarse, como pasaba antes con el elástico de las bragas y de nada servía volvértelas a subir, lo mejor, sin duda, era comprar unas nuevas o acostumbrarte a ir sin ellas. En fin, decíamos que a veces las cosas se acaban. Esto sucede, posiblemente, cuando ya lo ha hecho para alguna de las partes. No obstante, no es ajeno al ser humano obstinarse en que algo no deje de ser lo que alguna vez fue, en hacer y deshacer el lazo esperando que quede igual de bonito y que esta vez sea para siempre.
Aún os voy a decir algo más. Lo de prometer amor eterno está muy bien, no digo yo que no, pero exigirlo ya es otro cantar. Y mira que todo iría mejor si el tema de la reciprocidad fuera automático, mas para nuestra desgracia no lo es. Tú conviértete en el mejor de los amantes, procúrale los mejores cuidados a tu amorcito, sé ese mullido hombro sobre el que llorar, haz el pino puente si es preciso, que como sea que no, es que no y que igual se le cruza otro u otra que es todo lo contrario a lo que necesita y/o espera y se le hacen los ojos (por decir algo) chiribitas. “¡Puta vida, tete!”, que dicen algunos.
Finalmente, estimado lector, me gustaría advertirte sobre un tipo gravemente perjudicial para el sangrante músculo del amor. Se trata de ese tipo de persona que es incapaz de quedarse pero tampoco sabe irse para no volver. Es un tipo de amante agazapado que cuando le haces caso omiso o estás feliz con otra persona, reaparece así como por arte de magia. Entonces de repente, comprende lo mucho que te quiere y no se explica cómo ha podido vivir sin ti todo este tiempo en el que tú has estado recuperándote del hachazo que te dio para irse. Como eres idiota lo vuelves a recibir, te lo vuelves a creer y todo va de película hasta que se marca un nuevo Houdini. Digamos que te ha hecho de nuevo el truco pero sin trato. Ojo, que yo no conozco a nadie así, que a mí me lo han contado.

Y llegados a este punto, respetado lector, me voy a despedir que he dicho que eran cuatro cosas.

¡Feliz jueves!

No hay comentarios:

Publicar un comentario