Ajeno
al manto de mis lágrimas, mi Sufrido Carcelero, duerme cada noche
sobre mí.
Su
sed es infinita. Su corazón, un vacío, el olvido. Sus ojos
quedaron ciegos y el ruido de los celos y sus gritos dejaron paso al
silencio sordo de sus conclusiones.
Ya
no puede escuchar las súplicas, las disculpas, los lamentos. Desoye
las palabras de amor, genera sus propios hechos y recuerdos. Ahora
nada pasó como fue, todo ocurre como él cree y con quien él
supone.
Yo
le hablo muda, envuelta en su tela de araña, en una súplica que
escucha sordo, inerte.
Bebe
mis lágrimas perplejo con una sed infinita como si no supiese que es
él el manantial que las precipita, en una rutina que le vuelve
poderoso y que me deja a mí diminuta y parada, en este limbo diario.
Cada
vez traza los círculos más pequeños, mis pasos se vuelven más
sabidos, más diminutos e invisibles. Ya apenas salgo de casa, tan
solo para lo básico: el cole, las compras y por supuesto, sólo a
los lugares predeterminados por él.
Mis
palabras son como dardos, por mucho que las sopese, las piense, las
mida, las tase o las calibre, siempre caen en terreno pantanoso.
Llueven sobre mojado. Son la última gota que colma el vaso. Le
hieren antes de arrojarlas. Me las ha ido restringuiendo y cada vez
me permite menos letras, me las va descontando, una a una, dos a
dos.
Sin
embargo, cuanto menos hablo yo, más se ahoga él. Cada vez emplea
más monosílabos. Cada vez me entiende menos y cada vez parece que
sobro más. Más nos necesitamos, más daño nos hacemos. Más me
ama, más me duele.
Me
mira y parece que quisiera sacarme los ojos. Le ciegan los celos. Se
acerca, me muerde la boca y enmudece. Mi condena no le sacia nunca
porque él es su propia cárcel, él es su propio carcelero.
Te
juro que me da hasta pena, a veces se le rompe la voz y la tapa el
silencio, ya ni lo escucho gritar. A veces, consigo solapar sus
brotes airados con mis besos, intento sorprenderlo con mis acordes
tiernos, con versos, tratando de amainar esa tormenta cíclica que
vuelve como una estación caprichosa e insistente; cada vez, más
temprana, cada vez, más urgente.
Encerrada,
custodiada, con la llave a mil pies y curiosamente, de repente, un
día me siento tan libre, tan ajena, volando, siendo cielo. ¡Es de
locos, lo sé!
En
ocasiones, le visita la mala conciencia y acude solícito con su
fuente olorosa, se deshace en buenas intenciones, en sus “no
volverá a pasar”, en sus“te necesito”, en sus “sin ti no soy
nada”, en “¿ves lo que me haces hacer?” y procura darme todo
el elixir que me niega en vida, pero yo aprieto los labios, sin
orgullo, mas con decisión y derramo cada gota que me da y a él se
le seca la garganta y se vuelve loco porque sabe que ya no soy suya y
se muere de sed. Yo creo que un día me mata.”
***
Esta
fue la última carta que me enviaste, cómo duele no llegar a tiempo,
no despedirnos como hubiésemos deseado.
Aquella
fría sala no estaba tan mal, dirías tú para hacerme reír, que te
conozco, pero no era nuestro cafecito de siempre ¡qué de risas
allí! ¿te acuerdas?, antes de que llegara Él, claro. Y ¡qué
guapa estabas hoy!, con ese vestido, que tan bien te sentaba, que
realzaba tu escote y que ya nunca te ponías. Se te veía tan
serena, tan bella, tan “viva”.
Y
al final, he podido explicarte que el Amor -cuando es verdadero- no
te corta las alas ni siquiera te las moja.
Vuela,
Cariño.
Óleo y texto: Santi Jiménez.
Estupendo trabajo.
ResponderEliminarMuchas gracias.
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