sábado, 9 de febrero de 2013

Espigas. Óleo sobre tabla 50x70.

El paisaje que hoy os traigo es un regalo que hice a mi padre, mi Ángel. Normalmente me cuesta pintar paisajes, como ya os expliqué, pero no fue así en este caso. Tal vez por el destinatario, o quizá porque en realidad no es un paisaje, sino un retrato, su retrato, y esto lo descubrí meditando el pasado día cinco de febrero del año que corre.
En esta ocasión, no hice dibujo previo, pinté diréctamente con el pincel, a mano alzada, de una manera muy disfrutona y espontánea sobre la marcha y para las espigas hice uso de la espátula.
A él contemplarlo le resulta muy relajante, lo ha colgado en el comedor, en la pared situada frente a la mesa en la que come, se ve que es adecuado para una buena digestión.
 
 
 
 
 
Mi padre es nuestro refugio, nuestro remanso de paz, nuestro ejemplo, nuestro regalo.
Este paisaje eres tú, el día cinco lo volví a comprender, representa eso que te hace tan especial, por eso elegí esta imagen para ti y por eso este paisaje no es un paisaje, es un retrato, eres tú.
Tú eres nuestro paisaje sereno, donde hay espacio para todos, donde el aire es puro, relajado, limpio. Naturaleza generosa y desinteresada, que se nos da sin esperar nada a cambio, nada espera, todo lo da. Y en esa inmensidad, es capaz de hacerse pequeño y frágil, suave como una espiga para acariciarte, pero a la vez es flexible y fuerte para poder soportar las embestidas del viento sin abatirse, impasible al desaliento.
Te quiero siempre, papá.
 
Me despido de vosotros dedicándole una canción de Pastora Soler a mi padre, mi referente, mi guía, esa que lleva por título: La mala costumbre
 
                               
 
 

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