martes, 30 de diciembre de 2014

El autobús


Me encanta ir en autobús, me relaja. A veces tomo uno cualquiera sin rumbo ni destino y me dejo envolver por el traqueteo. Me place apoyarme en el cristal y ver pasar la ciudad como pequeñas postalitas, ahora navideñas. Otras, aprovecho para leer ese libro al que le tengo ganas y la rutina de a pie no me deja hincar el diente. Ése es mi pequeño momento, cuando el autobús se convierte en burbuja. Me fascina el repertorio de personajes que lo van ocupando, como un continuo desfile de almas. Acostumbro incluso, a inventar historias sobre ellos, a imaginar sus vidas.
Me gusta viajar en silencio, pero puedo escuchar si se brinda la ocasión. Tengo la teoría de que la gente que se dirige a ti en el autobús no necesita mucha réplica, sino más bien que la escuches. A mí me han contado de todo, historias para todos los gustos y colores. Algunas se han transformado en canciones o poemas, otras, en cuadros. La última me la contó un señor el pasado martes. Se situó frente a mí señalando el asiento vacío de mi lado y me preguntó si estaba ocupado. A pesar de la obviedad y de mi urgencia por leer mi libro, procuré no poner los ojos en blanco ni nada como una buena chica y negué educadamente con una sonrisa.
En cuanto se sienta, me mira de reojo con toda la pinta de querer hablar (Adiós libro).
  • Estoy huyendo- me dice.
  • ¿Y quién no?- le respondo con tono filosófico creyendo que bromeaba.
  • Estoy huyendo de la soledad.
  • Claro, como todos.- Me resigno, confirmado: no voy a poder leer ni una sola línea.
  • ¿Sabes por qué monto en autobús? Para no estar sólo. Antes no me he explicado. Hace tiempo que nunca estoy solo. Aunque no haya nadie más.
Me estaba entrando un poco de miedito, pero me esforcé por seguirle la conversación y ver cómo acababa la cosa.
- ¿Y desde cuándo le ocurre tal cosa?
El hombre continuó absorto por donde lo había dejado:
-Desde el primer momento supe que no estaba solo. Noté su aliento en mi nuca nada más cruzar el umbral y el eco de unos pasos tras los míos al cerrar la puerta. Al principio intenté desechar estos sentimientos y convencerme de que todo se debía al estrés y los nervios causados por el viaje y los últimos acontecimientos. Me dispuse a colocar diligentemente todas mis pertenencias, ya sabes, buscarles un hogar en su nueva casa. Deseaba acabar cuanto antes con el desembalaje, darme un baño y ordenar mis sentimientos en brazos Morpheo.
Necesitaba mantenerme ocupado e intentar adormecer esa sensación de ser vigilado. La verdad es que el crujir de la madera tras de mí no facilitaba la tarea, por suerte siempre viajo con mis hierbas y me preparé una tila para calmarme un poco. Regresé a la habitación y el hecho de que las prendas que había dejado de cualquier manera sobre la cama estuviesen perfectamente ordenadas en el armario deshizo por completo el trabajo de la tila. Hasta hoy no ha habido un sólo día en que no me sobresalte un objeto mudado de lugar, un canal de televisión que cambia como por arte de magia y, cuando llega la noche es aún peor, sé que alguien comparte mi cama.
  • ¿Y puedo saber por qué se cambió de residencia?
  • Bueno, fue muy duro perder a mi mujer, hemos compartido toda una vida, desde niños y creí que me vendría bien un cambio de aires.

El hombre me miró con ojos vidriosos y creo que no faltó un solo vello que no se me pusiera en pie. Comprendí que, en efecto, hay amores más allá de la muerte y que esa presencia angustiosa no era otra que su mujer, ese incomprendido ángel de la guarda, que estaba ansioso por que él la reconociese y no pasar su primera Navidad separados.

Texto e imagen: Santi Jiménez

2 comentarios:

  1. Los viajes en bus pueden dar origen a aventuras maravillosas, mire, si no, al protagonista de Kafka en la Orilla de Murakami.

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