viernes, 12 de diciembre de 2014

¡Socorro, qué alegría, ya llega la Navidad!


¿Eres de los que siente “un gozo en el alma grande” en estas fechas o de los que planea su propia catalepsia hasta el próximo ocho de enero?
¿Eres de los que se deja empapar hasta la médula con el alegre tintineo de los villancicos o de los que pegaría un volantazo a la tercera canción del CD?
¿Eres de los que vibra con las luces navideñas o de los que no puede evitar pensar en el ahorro que supondría el apagón y la energía que te chupan esas luminosas criaturas?
¿Decoras con esmero e ilusión tu dulce hogar o guardas el arbolito ya adornado desde el año anterior para ahorrarte ese mal trago?
¿Acudes a las comidas de empresa y fiestas de guardar con gorrito de Papá Noel y un detallito para cada uno o eres capaz de escayolarte ambas piernas para evitarlas?
¿Eres de los que cree en los Reyes Magos o de los que ha descubierto recientemente que son don Felipe VI y doña Letizia?
Seas como seas, te invito a que realices el siguiente ejercicio: Sal a la calle y felicita la Navidad a todo el que te encuentres al son de un fuerte abrazo. Yo ya lo he probado y os diré lo que he sacado en claro: tres euros, dos palmadas en el culo y cuatro miradas recelosas, mientras se agarraban fuertemente la cartera y el móvil. Tan sólo dos personas me han devuelto el abrazo y la felicitación (con esto me refiero a que me han invitado a metérmelos por semejante sitio).
¿Pero qué nos está pasando? ¿Cuándo nos bajamos del trineo en marcha? ¿Cuándo empezamos a pensar en otra cosa si hablamos de camellos? ¿Acaso no os estremecéis ante la fascinada mirada de vuestros hijos cuando descubren los regalos? ¿Tal vez no os emociona su letra infantil cuando escriben la carta? ¿No os sacan la sonrisa cuando se piden lo más caro para Reyes porque como son mágicos? ¿No os invade la ternura cuando les quitáis las pepitas a sus uvas?

En estas reflexiones me hallaba sumergida cuando escuché el inquietante villancico “Los peces en el río”, como por primera vez. No entendiendo muy bien la relación entre que los peces beban en el río y el hecho de que vean a Dios. A lo mejor ellos tampoco y por eso beben y beben y vuelven a beber, así hasta conseguirlo. Y ¿qué pasa aquí, todo el mundo de fiesta y la pobre Virgen recién parida lavando y tendiendo?,pero ¡qué despropósito es éste! ¿Y qué no llevarán los pañales del Niñito para que florezca el romero? Vale, a medida que avanza la alegre cantinela la cosa no mejora mucho, nos enteramos que la Buena Madre se peina entre cortina y cortina... ¿Un pesebre con cortinas, en serio? ¿Y por qué no alquilaron un lugar mejor si tenía los cabellos de oro y el peine de plata fina? Por ellos sin duda les hubiesen dado un buen pico.

Y llegados a este punto, entiendo que hay momentos, personas, lugares, sentimientos que nos invitan a que cerremos un poquito la cabeza y abramos bien grande el corazón, para así saborearlos con claridad. ¡Feliz Navidad!

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