domingo, 30 de noviembre de 2014

La carta

Tú, tan mesurado y controlado como siempre, mantuviste en todo momento la compostura. No derramaste ni una sola lágrima, asegurándome que era lo mejor para los dos. Luego supe que ese par no me incluía.
Yo grité, lloré y maldije en todas las lenguas existentes, muertas e imaginarias. Me arrastré, te abracé y supliqué mientras recogías pausado tus bienes más preciados. Tu abrecartas, tus libros y tus cds fueron tu prioridad, por encima de la ropa o de alguna foto. Yo, tan ilusa como de costumbre, mantuve la esperanza, hasta que cerraste tras de ti, de que te llevases nuestra foto del viaje a Roma. Lo sé, sería un contrasentido. Recuerdo cuánto me dolió que olvidases despedirte. Al principio, me ilusioné al interpretar que quizá se trababa de una pausa temporal, pero después comprendí que en realidad, donde quiera que fueses, ya no me necesitabas.
Me dijiste que volverías a por el resto de cosas otro día y que procurara no estar por allí. Planeé introducir entre tus bártulos algún objeto mío, mi aroma, mi vida o alguno de mis regalos, con la esperanza de atraparte un poco, de marcarte, pero finalmente, no me atreví.
Comencé a repasar la lista de fallos buscando el principio del fin, anhelando una marcha atrás. Me culpé por mis despistes constantes, por mis chistes malos, por no saber hacerte la carne al punto como a ti te gusta, por mis frecuentes dolores de cabeza, por mi manía de besarte y abrazarte incluso dormido interrumpiendo con esto tu delicado sueño. Luego, me invadió la rabia y te odié fuerte, con todas mis ganas y, tan falsamente, que en seguida se volvió contra mí.
Me pediste que pensara qué quería conservar yo realmente y que intentara ser lo más justa posible en el reparto de los objetos comunes. A mí sólo se me antojaban cosas tuyas. No quería nada que me hubiese pertenecido mientras fui tan feliz, te lo podías llevar absolutamente todo, sobre todo a mí.
Desoyendo todos los consejos quemé tu móvil con llamadas perdidas, saturé tu bandeja de entrada y te dejé 3000 mensajes de voz; una voz fingidamente alegre unas veces, entrecortada por los sollozos otras, suplicante, airada, entregada, desafiante, cortante y nuevamente entregada. Y vuelta a empezar.
Como era de esperar no contestaste ni una sola de mis señales de humo. Hasta que una voz me indicó que el usuario había cambiado de número y el correo me devolvió un “Failure Notice”. Aún así no me di por vencida, investigué un poco y te escribí una carta a tu nueva dirección postal. Me convencí de que no te habías marchado, que sólo habías emprendido un pequeño viaje de negocios. Por qué no, últimamente te surgían con frecuencia. La carta decía así:
Querido mío:
Espero que estés bien y que hayas llegado intacto a tu destino. Llevo una semana sin ir a trabajar, no sé si es gripe o qué, pero no estoy muy allá. El gato te extraña como nunca, se acuesta en tu lado del sofá, en tu lado de la cama, está triste y ya no ronronea. Te envía saludos.
Estoy algo preocupada pues me dio la sensación de que te marchaste algo molesto, apenas sin despedirte. Seguro que he hecho algo mal y estoy dispuestísima a arreglarlo. Ten fe en mí, sólo tienes que decirme qué esperas exactamente y lo haré. Te prometo ser perfecta, te prometo hacer cualquier cosa, te prometo no ser yo. Te prometo no volver a llorar si tú estás de buen humor y no contarte ni un solo chiste si estás enfadado. Prometo igualmente respetar tus silencios, tu mal-despertar. Te regalo mi taza del desayuno, si la quieres es toda tuya. Recuerdo que al principio era la que más te gustaba y yo me tuve que empeñar en quedármela.
Quiero que sepas que no he olvidado regar tus apreciadas plantas ni un sólo día desde que te tuviste que ir, incluso estoy aprendiendo a quererlas. He limpiado meticulosamente tu mesa del despacho sin mover ni un sólo objeto. Estoy viendo tus programas preferidos y he apuntado varias cuestiones para que las debatamos en cuanto vuelvas. Tampoco te preocupes por esos kilitos que tanto te molestaban, estoy sin probar bocado unos cuantos días y la verdad, sin ningún esfuerzo. Ya no tendrás que avergonzarte de mí en ninguna convención, con decirte que entro perfectamente en el vestido de nuestra primera cita.
Cuídate mucho, estoy deseando que vuelvas, te extraño, te sueño, te quiero.
Siempre tuya.
XXX.”

Al cabo de una semana, llamaron a nuestra puerta, pusieron en mi mano la carta aún sin abrir.

Era una mujer de mediana edad, era tu “lo mejor para los dos”, era Ella y olía a ti. 

2 comentarios:

  1. Un texto conmovedor, me puse en el lugar del protagonista.
    Con tu permiso, me quedo por aquí.
    Un abrazo.
    HD

    ResponderEliminar
  2. Agradezco mucho tus palabras y tu visita. Ciertamente, que alguien te confiese que se ha emocionado con unas palabras tuyas es de lo más satisfactorio. Muchas gracias, quédate el tiempo que quieras, para mí siempre es un honor y una grata sorpresa que alguien me visite.

    ResponderEliminar