miércoles, 8 de julio de 2015

¿Puede el amor ser eterno?

Me gusta imaginarlos de jóvenes y saber que siguen siendo dos a través del tiempo.
Ella: inteligente, ingeniosa, alegre, con alguna carga demasiado dura para su edad, moderna de lecturas y de ideas, de práctica, lo que de ella se espera y más y la risa, su risa, como arma y remedio, como respuesta habitual. Madre hoy de tres hijas, como tres hijas tuvo su madre, una madre con dos mundos, con dos realidades, con dos estados anímicos, con mucho amor, mucha lucha, mucho dolor, mucha alegría.
Él: muy apuesto, representa un galán y presume aún hoy de entrar perfectamente en su traje de novio, con ganas de comerse el mundo, de agradar, amante del arte del buen hablar y las buenas maneras. Criado en una escuela de monjas, recuerda con gusto su origen humilde, trepando a los árboles, compartiendo infancia con un hermano de leche. Es un ser carente de apetito, amante de la tortillita pasadita y el chocolate con magdalenas. Posee fuertes convicciones que su novia, su mujer, no dudará en cuestionar con fina ironía, vamos, hablar por hablar.


Mi tía me ha pedido que escriba para él. Para documentarme me trae una libreta con gusanillo metálico y tapas de cartón marrón chocolate, tamaño cuartilla, en cuya portada reza: “Papel superior”, papel amarillento hoy tras 53 años pasando página.
La ternura se ha encarnado en esta libreta. Ambos escriben en ella sus impresiones desde el momento de la boda, la lista de regalos, el viaje de novios, la primera hija, talla y peso de la pequeña, los primeros moquitos de ésta, las primeras visitas al pediatra. Algo me dice que la libreta cayó en manos de la primogénita porque cuenta con algún garabato y alguna mancha de humedad que ha corrido la tinta.
El cuaderno es cálido y palpita a su contacto. Tiene dos comienzos: ella escribe en el inicio de sus páginas. Él lo hace desde la contraportada en dirección al principio. Ambos, como en la vida, parecen tomar direcciones opuestas que les llevan al encuentro.
Ella comienza directamente con estas palabras: “Día 12 de septiembre 1962. Por la mañana a las 11 me convertí en la señora de Olmos”.Apunta detalles pragmáticos y culinarios, se recrea de cuando en cuando en la palabra “marido” y detalla pormenorizadamente qué comieron y bebieron en Alicante, primer destino o cómo entraron “un ratico en una iglesia”, cómo se lavó y cortó el pelo “en una peluquería por 50 pesetas”. (Después sabré por él que salió disgustada porque no le hicieron lo que esperaba y sobre todo ¡por las 50 pesetas!).
Por fin embarcan rumbo a Palma de Mallorca y ella sin renunciar a contar cada café o bocadillo de jamón que se han llevado a la boca, se deleita con las puestas de sol en la cubierta del barco. Adoro que pusieran un telegrama y enviaran dos postales a la familia. Llegan al hotel y a ella le gusta todo, todo lo que ve, todo lo que le sirven para comer y él apenas prueba bocado, no hay problema, ella se come su parte: “Pepe sigue sin querer comer, yo sigo comiendo”. Observan maravillados que casi nadie habla en castellano, sospechan que puede tratarse de mallorquín. Alucina con el hecho de alojarse en un cuarto piso y de que dispusieran tantos cubiertos en el comedor.
Les gusta ir al cine, durante el viaje de novios van más de una vez: “Mujeres culpables”, “El sindicato del crimen”, “Operación pacífico”. Los imagino entrelazando sus manos y besándose despacito, castamente.
No podía faltar la excursión a Manacor a una exposición de collares, broches, pulseras y la amistad con el matrimonio holandés vecino en el restaurante. Mi tío, como de costumbre, les pagó la consumición y ellos, en respuesta, obsequiaron a mi tía con “un collar blanco muy bonito con la marca de Manacor”.
Al finalizar el día, cada día, ambos escriben en el cuaderno, sin leer al otro.
Así, mi tío, comienza de manera bien diferente, con una cita: “La limpieza, la ortografía y la redacción, no debe impedir la clara comprensión de lo vivido realmente”.
Él se recrea en detalles de la ceremonia que ella solventó en una línea. Se deleita con la marcha que sonaba, el párroco que oficiaba la misa, de qué brazo llegaban cada uno, las firmas en la sacristía, las fotos en casa del fotógrafo, el calor de los focos en su dirección. Los detalles culinarios los resume con un “comimos opíparamente”, hablando de su “insaciable apetito” y claro, conociéndolo me tengo que reír. Él cuida el texto, le gusta embellecerlo, adornarlo con metáforas. Escribe gustándose, escribe quizá para ella.

Y así, gracias a ellos, hoy puedo responder a la pregunta de mi hijo con un emocionado sí.

Mamá, ¿puede el amor ser eterno?”.
Texto y fotografías: Santi Jiménez

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