miércoles, 8 de julio de 2015

Matar el pasado

Matar el pasado. ¿Y qué otra cosa podemos hacer cuando éste invade, frustra y aborta un presente tal vez más feliz, más cierto o más incierto, pero más real? ¿Qué hacer con un pasado que es un muro, un muro que se eleva un poco más si ve que tu salto es más alto, más potente, más osado? ¿Cómo superar una historia que tal vez sólo esté ya en tu cabeza, como un fantasma de blanca y deslumbrante sábana? ¿Cómo arrancarle al ayer la poesía que hemos estado alimentando a base de canciones, de sutiles guiños al recuerdo, de autoengaño y de ojitos cerrados imaginando lo que fue, lo que pudo ser y lo que tal vez ya no será? ¿Qué te quita la resaca de un amor que se aferra a ti, que te pide de boquilla que hagas tu vida, que huyas mientras te invita a revivirlo una y mil veces en la superioridad de la distancia? ¿Qué juego es ése? ¿Quién dispone las reglas? ¿Quién decide vencedores y vencidos? ¿Cuándo acaba?

En mí ese juego ha terminado. Descanse en paz mi pasado. Pues de aquellos besos, vestidos de rutina y amarrados a la comisura de otros labios, ya no queda nada. Porque aquellos besos cadenciosos, como gotas de lluvia pasada, ya no mojan mi cuerpo ni mi cara. Porque aquellos besos de contrato hacía tiempo que no rozaban mi piel, mucho menos mi alma. Porque aquella cárcel ya expiró y ahora, mi vuelo es liviano, tímido, atrevido, torpe, iluso y ligero.
Sabe que la vida está viva, que no se detiene, no se para, no te espera. Y ¡oh sorpresa!, hay un mundo ahí fuera y ¡oh, sorpresa!, hay un mundo aquí dentro en mi pecho de mil océanos y ahora nada, nadie lo sostiene, lo retiene. Así que hoy me encuentro con el corazón, la cabeza y el cuerpo en mis propias manos. De repente, el mundo, yo, somos una bola de plastilina. Y sucede que hoy, ahora, te quiero en este mundo, en mi mundo. Quiero que lo habites, que lo agites, que lo calmes, que lo abraces, que lo revuelvas, que lo llenes de palabras, de miradas, de gestos, de historias, que lo compartas, que lo respetes.
Y sin embargo, tú sigues anclado al pasado, sujeto por unos hilos tan burdos que ni siquiera son invisibles y que ella, cuando te siente vivir, cuando intuye que te alejas tensa con precisión dejando hasta marcas. No te quiere a su lado, pero tampoco permite que te arrope otro regazo.
Te propongo pues que cometamos el crimen perfecto, mis armas tal vez pueriles, quizá insuficientes no necesitan licencia. Tengo la ternura, tengo el abrazo y el tiempo. Tengo la ilusión, el afecto, el aliento. Te ofrezco la escucha, la risa, el poco talento.

Hagamos del pasado un bonito cadáver, muerto y enterrado. Regalémosle el olvido.

Texto: Santi Jiménez
Ilustración: Christian Schloe

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