Matar
el pasado. ¿Y qué otra cosa podemos hacer cuando éste invade,
frustra y aborta un presente tal vez más feliz, más cierto o más
incierto, pero más real? ¿Qué hacer con un pasado que es un muro,
un muro que se eleva un poco más si ve que tu salto es más alto,
más potente, más osado? ¿Cómo superar una historia que tal vez
sólo esté ya en tu cabeza, como un fantasma de blanca y
deslumbrante sábana? ¿Cómo arrancarle al ayer la poesía que hemos
estado alimentando a base de canciones, de sutiles guiños al
recuerdo, de autoengaño y de ojitos cerrados imaginando lo que fue,
lo que pudo ser y lo que tal vez ya no será? ¿Qué te quita la
resaca de un amor que se aferra a ti, que te pide de boquilla que
hagas tu vida, que huyas mientras te invita a revivirlo una y mil
veces en la superioridad de la distancia? ¿Qué juego es ése?
¿Quién dispone las reglas? ¿Quién decide vencedores y vencidos?
¿Cuándo acaba?
En
mí ese juego ha terminado. Descanse en paz mi pasado. Pues de
aquellos besos, vestidos de rutina y amarrados a la comisura de
otros labios, ya no queda nada. Porque aquellos besos cadenciosos,
como gotas de lluvia pasada, ya no mojan mi cuerpo ni mi cara.
Porque aquellos besos de contrato hacía tiempo que no rozaban mi
piel, mucho menos mi alma. Porque aquella cárcel ya expiró y
ahora, mi vuelo es liviano, tímido, atrevido, torpe, iluso y
ligero.
Sabe
que la vida está viva, que no se detiene, no se para, no te espera.
Y ¡oh sorpresa!, hay un mundo ahí fuera y ¡oh, sorpresa!, hay un
mundo aquí dentro en mi pecho de mil océanos y ahora nada, nadie
lo sostiene, lo retiene. Así que hoy me encuentro con el corazón,
la cabeza y el cuerpo en mis propias manos. De repente, el mundo,
yo, somos una bola de plastilina. Y sucede que hoy, ahora, te quiero
en este mundo, en mi mundo. Quiero que lo habites, que lo agites,
que lo calmes, que lo abraces, que lo revuelvas, que lo llenes de
palabras, de miradas, de gestos, de historias, que lo compartas, que
lo respetes.
Te
propongo pues que cometamos el crimen perfecto, mis armas tal vez
pueriles, quizá insuficientes no necesitan licencia. Tengo la
ternura, tengo el abrazo y el tiempo. Tengo la ilusión, el afecto,
el aliento. Te ofrezco la escucha, la risa, el poco talento.
Hagamos
del pasado un bonito cadáver, muerto y enterrado. Regalémosle el
olvido.
Texto: Santi Jiménez
Ilustración: Christian Schloe
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