martes, 29 de enero de 2013

El pensador. Óleo sobre tabla 60x40 cms.

Me fascinan los retratos infantiles, si bien es cierto que pueden resultar un arma de doble filo.
A mi juicio es muy fácil caer en la ñoñería y el empalago, pues estos seres son de por sí tan sumamente encantadores y adorables que, a poco que la imagen se edulcore, podemos zambullirnos irremediarblemente en la cursilería más absoluta.
Otro "peligro" que nos acecha, es retratar al niño cuando éste es demasiado pequeño, entonces el problema no es otro que costará distinguirlo de los demás retoños, excepto a sus avispados padres capaces de vislumbrar su agraciada aguja en el pajar, algo que quizá no le resulte tan sencillo con el correr de los años. Esto no es en sí un gran problema, puesto que siempre es hermoso mirar un bebé.
Pero, si lo que queremos es reconocer a nuestro hijo-hermano-nieto-sobrino, a NUESTRO NIÑO, conviene esperar al que el retratado cuente con al menos cuatro o cinco años, cuando sus rasgos estén más o menos definidos.
Como decía al principio, a mí me apasiona retratar a las personas en general y a los niños en particular, ya sea con una cámara o con unos pinceles. Pero me gusta reflejar al niño cuando éste nos muestra a la persona que es, esa mirada intensa, profunda, inteligente, vivaz, interrogante, expresiva, audaz.
Me gusta el niño auténtico, que mira a cámara y te desarma con su verdad, o interactuando con la realidad sin cortapisas, libre, sin adoctrinar, sin sonreir al pajarito o posar como le dice la mami o el adulto de turno.
Los niños, si se lo permitimos, si nos permitimos escucharlos, nos dan siempre grandes lecciones. Deberíamos dejarles hacer más a menudo.
Y por supuesto, una buena luz y una buena foto son aliados inestimables para un retrato de calidad.
Os dejo ahora un ratito para contemplar uno de mis retratos más queridos, para esta obra conté con un modelo muy especial. La verdad es que soy una persona realmente afortunada, estoy rodeada de todo cuanto necesito: ¿que necesito un supermodelo? Pues ahí está mi hijo, distraido, sumergido en sus pensamientos... Agarro mi móvil -cual gacela-, intento no hacer mucho ruido y traslado mi impresión de ese mágico momento con mis óleos a una tabla de 60x40 centímetros, bajo el título de El Pensador.
 
 
Espero que sea de vuestro agrado. Felicitaros por vuestra santa paciencia si habéis leido hasta aquí y premiaros con esta canción de la monstrua, Rosario Flores,  con la que me despido y que, con vuestro permiso, voy a dedicar a mi hijo Álvaro, protagonista de la obra y uno de los protagonistas de mi vida. ¡Qué bonito! 
 
 
Hasta la próxima,
Santi Jiménez.
 
 

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