Ella:
uno setenta y dos, labios rojos, suaves y sensuales; melena suelta,
de seda envolvente; paso firme, tacones de palmo, de ésos que
resuenan en los corazones y en los espejos y te hacen volver la
mirada.
Ojos
intensos que no te permiten adivinar su color, que miran dentro y más
allá, que te esquivan para que los busques, sin buscarlo.
Resuelta,
asertiva, fuerte, firme. Ilumina espacios, eclipsa bombillas de bajo
consumo. Sorprende, es atenta y decidida. Sólo se la juega si tiene
la carta ganadora y sin embargo, parece capaz de arriesgarlo todo,
cualquier cosa, por cualquiera.
La
llaman por su nombre en los bancos y en los bares. Mide las
distancias como nadie, las acorta certeramente a su capricho. Se sabe
deseada sin desearlo. Conoce y entiende sin pretender aparentarlo.
No
sabe de clichés ni de miedos. No duda, dispara sin balas y siempre
guarda una en la recámara.
No
da ejemplo, lo regala, lo es. Nunca aconseja, nunca lo pide.
Te
atrapa, te hipnotiza, te engancha, es la peor de las drogas, el más
rico manjar, la panacea, el oasis, es eso de lo que siempre quieres
más, esos cinco minutitos tras el despertador.
Es
un abrazo a tiempo, un beso con la boca llena de amor, un susurro
inesperado, deseado, soñado, un mordisco en el cuello. Es la mano
que sostiene tu hombro. Es un viaje a París, un paseo en góndola,
un beso bajo el muérdago, en la duodécima campanada. Es una cerveza
fresca y una tapa en la plaza o un cóctel elegante y distendido.
Pero
cuando regresa a casa, se desploma quizá, los ojos húmedos y
cansados y el disfraz sin doblar a los pies de la cama, que se lo
tiene que poner mañana, otra vez.
Y
me pregunto si acaso la conoces, si sabes de sus noches de insomnio,
de su diario secreto, bajo llave, de sus dolores remotos, de sus
cicatrices, de las puertas y ventanas que se cierra, de las que deja
de abrir, de las que le cerraron, de las que se le cerrarán. Me
pregunto si sabes que no tiene a quién contárselo, que no tiene si
quiera las palabras para hacerlo, que le faltan las fuerzas, que
carece de pulso. Desconoces tal vez, que llegó tarde a clase, que la
vida es una maestra exigente, violenta, que le enseña la letra con
sangre, con su propia sangre. Y que ella olvida lo que aprende, que
pierde lo que gana y gana cuando pierde.
No
la envidies, no la juzgues, no la temas, disfrútala tú, que ella no
puede.
Texto e imagen: Santi Jiménez.
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