La
vida se hace la puta, pero a mí no me engaña. Yo me he bebido mil
amaneceres, yo he visto el viento acariciar la hierba y el sol
colarse entre las ramas, entre tu pelo.
A
ratos, la vida se pone cuesta arriba pero a mí no me disuade. Yo he
alumbrado dos hijos y visto regresar gente de la muerte.
A
la vida le apetece en ocasiones, hacerse la estrecha pero a mí no me
confunde. Yo he dado abrazos que sanan y he recibido besos de los que
curan. Yo, que he hablado a un centímetro de tu boca, salvando las
distancias. Yo, que te he acariciado con palabras mientras besabas
mis dedos calientes, lento y desesperado, yo que he revuelto tu pelo,
yo, que me he visto en tus ojos por primera vez, yo, ya no me
detengo.
Pues
sí, la vida se pondrá en plan puta y te querrá cobrar por sus
favores y te pedirá incluso las vueltas y propina.
Pero
ésa es la misma que baila como nadie, que como nadie te mete el
ritmo en el cuerpo. Ésa es la misma vida que se hará de sangre
caliente si tienes frío, la misma que templará tu corazón cuando
refresque, que vendrá en son de paz si estás rendido. Y al rato se
tornará hostil y acero, hielo y miseria y te tocará las pelotas
para que te superes.
Y
te hará abandonar la senda, salir de tu predecible zona de confort y
te llevará desnudo al parque o a pasear por los tejados sin más
timón que tu paraguas abierto hacia el cielo.
A
la vida no le exijas respuestas porque igual se quedará muda. En
cambio, si olvidas las preguntas igual le pone banda sonora a ese
beso das bajo la lluvia o te canta con voz de confeti el cumpleaños
feliz.
Si
es que la vida es muy así y aprieta y también ahoga, pero sabe
dónde y cuándo tira y afloja. Porque a la vida, como a una amante
esquiva, le encanta sentirse deseada. Porque la vida comprende que no
es nadie sin la muerte. Y así, le gusta que, de cuando en cuando, la
veamos bien de cerca, para hacernos sentir vivos nuevamente.
Por
eso no te quepa la menor duda alguna vez habrás de saltar,
asegurándote bien de que el paracaídas sea convenientemente
defectuoso para sentir por segundos la caída libre. Pues sucede que,
a veces, saltar al vacío es la única forma de avanzar. Porque
comprende que, a ratos, nada de lo que conoces es verdad y es preciso
desaprender en segundos las lecciones que te han robado años.
Texto: Santi Jiménez
Fotografía: Yves Klein, Salto al vacío, 5 rue Gentil Bernard, París, 1960
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