lunes, 2 de febrero de 2015

La mujer en la ventana

En aquel tiempo yo vivía sólo para ti, tan ajena, tan dichosa. Acompasaba mi respiración a la tuya, encajaba mi cuerpo
en el hueco perfecto que el tuyo dejaba, mis pasos caminaban gustosos a tu compás. Cada nota, cada palabra , cada pincelada nacía por y para ti, buscando suplicante tu aprobación y tu disfrute.

Nos conocimos en aquella macroexposición, yo estaba pletórica, donde quiera que mirara el arte había depositado su huella. Había acudido sola, me gustaba poder deleitarme o pasar de largo por delante de una obra a placer, sin aguantar las prisas de nadie.
Me senté en un banco que dejaba ante mí un cuadro titulado "Mujer y ventana". Me atrapó al instante: las carnaciones magistrales, la pincelada bien resuelta, los potentes colores en contraste con la suavidad de la figura y esa luz que nos invitaba a mirar a la mujer, colándose por la ventana y estableciendo un callado diálogo entre ambas.
Te acomodaste en mi banco a una prudente distancia y me preguntaste, mirando en dirección al cuadro:
-¿Y bien?
- Bueno, no es Hopper.- Repuse, tú te giraste hacia mí, sonriente:
-No, desde luego que no lo soy.
Sin más presentaciones que nuestros argumentos enfrentados y cómplices, comenzamos a hablar de lo humano y lo divino hasta el desayuno, en una batalla dialéctica que tantas veces repetiríamos.
Y la felicidad se hizo, me trasladé casi de inmediato a tu estudio, una amplia e iluminada sala, repleta de material pictórico y vacía de otras comodidades, apenas unos taburetes y un colchón desnudo tirado en el suelo, un hornillo y una pequeña nevera. Por lo demás un paraíso poblado de libros, cuadros, amor y sexo. Como en tu cuadro, el colchón estaba situado frente a un amplio ventanal, me retratabas continuamente allí, ibas plasmando mi paso por tu vida, por tu cama, con la luz variable del día y yo no quería preguntarme cuántas habrían ocupado antes mi lugar. Era feliz, plenamente feliz, vivía en una noria, embriagada de ti y contemplando la vida desde diferentes alturas.
Tú ocupabas todas mis creaciones, fue mi etapa de labios y manos: tus labios, tus manos; esculpidos, retratados, fotografiados, tantas veces recorridos, tan anhelados, tan amados.
Solías decirme que las cosas eternas duran poco, camufladas entre chistes me suministrabas las claves de un final próximo que guardabas sólo para ti. Me habías elegido para acompañarte en tus últimos días con la intención de que transcurrieran entre vino y rosas. Nada de hospitales, nada de dramas. Nunca fui una casualidad, siempre fui tu mujer en la ventana.

Y ahora, años después te encuentro en su boca y en esas manos que heredó de ti. No quisiste dejarme sola.

Imagen: "Recreación de Sol de Mañana de Edward Hopper", por Ed Lachman

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