lunes, 9 de febrero de 2015

El amante imaginario


El otro día asistí a una “espectacular” representación tipo performance a las afueras de nuestro querido Teatro Romea. Como lo oís: fuera del recinto, concretamente en Palco41 (si te van a dar la brasa, mejor que sea allí). Como soy una gran amiga e incapaz de despreciar una buena comida, acudí rauda y veloz a la desesperada llamada de esta entrañable amiga sobre la cual, dada la naturaleza de tan delicada situación, mantendré el anonimato. Era una llamada de carácter urgente, se apreciaba tanto en lo que decía como en lo que callaba, que yo para esas cosas soy muy cuca.
Me la veo venir perfectamente disfrazada de “Doña Incógnita”: con sus gafitas de sol, su gabardina y su pañuelito en la cabeza- Me fijo un poquito mejor y, efectivamente, también lleva guantes. ¡Que el Señor nos pille confesados! Ya me veo atracando un banco o deshaciéndome de un cadáver, menos mal que no fue así, que esas cosas me dan la risa. Simplemente “había quedado secretamente con su amante imaginario” y afortunadamente, “el elegido-a” para representar semejante farsa era una servidora.
Después de poner nuestras glándulas salivares a prueba leyendo la carta del restaurante, entramos en materia. No me preguntéis qué extraño mecanismo en su cabecita la había llevado a la conclusión de que la mejor manera de reflotar su relación no era otra que fingir un pequeño desliz. Se lamenta compungida de que su maridito ya no le hace tanto caso como antes, que apenas la piropea, que no pasean de la mano y que su nivel de romanticismo está bajo mínimos. Según ella, esto se debe a que la tiene demasiado segura. Así que, ni corta ni perezosa, ha decidido engañar a su marido fingiendo un simpático affaire y anda “despistándose” para dejarle pistas de su pseudo-infidelidad. (Va a ser cosa del riego, los cuarenta o quizá que a ella le daban un solo petit- suisse).
Para muestra un botón: me ha traído copia de la carta que ha dejado sin querer queriendo en su mesilla, vaya que la descubra su anodino esposo. (Lo sé, la pobre está fatal, pero se la tiene que querer).
Presa ante mi presa ibérica y enjugando sus lágrimas en vinito de la tierra, cual Dama sin su Vagabundo, me va leyendo la epístola apasionadamente, poniendo toda la carne en el asador:
Y de repente vuelvo a ser una adolescente, vuelvo a sentir en el estómago cosas diferentes a la preocupación, el hambre o las agujetas. Acabo y empiezo el día contigo, aunque no estés. Y abro los ojos por la mañana y te pienso y te veo en tu ausencia. Y pongo el pie izquierdo en el suelo y luego el derecho y sigues ahí latiendo en mi cerebro, en mi pecho, en mi vientre e incluso más abajo. Y entonces, ya nunca más estoy sola, me invade la ilusión, el remordimiento, la incertidumbre, la sensación de ridículo, de error. Y me vuelvo insaciable en lo que a ti respecta. Y reconstruyo mil escenas en mi mente que siempre protagonizas tú. Pensarte, desearte es una constante. Mi vida parece la misma, pero en su esencia, ya no es lo que era, ahora es toda tuya, inapropiada e inevitablemente tuya. Sé que no debería escribirte, me siento tan ridícula y culpable, pero echo tanto de menos tus besos frescos, ardientes. Me paso el día haciendo malabares para que este desasosiego no se me note. Me has dado la vuelta como un calcetín, tengo ganas de hacerlo todo y si es desde tu regazo mejor. Y cada noche rezo por soñar contigo. Ya ves, por soñar cosas malas, ¡qué contradicción!
Casi, casi tuya, X.”
  • Nena, nena, nena, ¡tú estás fatal! Pero bueno, ¿puede saberse quién te ha inspirado semejante pastel?
Mi amiga me mira muy digna y, francamente ofendida, exclama:

- ¡Mi marido, quién si no!
Imagen: collage sobre obras de Roy Lichtenstein.

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