miércoles, 9 de septiembre de 2015

La ternura

El pasado jueves hizo diez años que tu ternura acampa a sus anchas por la casa. Sé que no eres mío y sin embargo, te siento tan dentro aún. Siempre temí que llegara el momento de tu nacimiento, jamás me quejé de tu peso, ni del calor de la recta final de embarazo en pleno agosto, ni de los tobillos hinchados. Me sentía una privilegiada, era dichosa al notar tus movimientos, temía que salieras de aquel paraíso amniótico en el que nadabas, dormías y te alimentabas a placer, dando sentido así a mi vida.
Tanto es así, que cuando aquella noche del veinte de agosto te obstinaste en salir, yo cerraba mis piernas hasta la asfixia. Fue por esto que naciste azul, como un pitufo, como el cielo, como el mar, como tus ojos quizá. Y aún no te he podido soltar. Saliste al mundo pero te quedaste en esta maquinita mía que palpita y hace tic-tac y, como dice la abuela, aún, a día de hoy, no pude cortar el cordón umbilical. Será por eso que no se me ocurre mejor compañero de sueños, que nadie llena el huequito de mi cama como tú.

¡Cuánto amor! ¡Qué miedo! Qué alegría! ¡Qué dolor! ¡Qué placer! ¡Qué orgullo! Cuántos sentimientos alberga mi pecho al mirarte, al saberte en el mundo. Y te veo dormir y contengo el aliento, por miedo a despertarte, por miedo a que no despiertes.
Hay tanta belleza en cada uno de tus actos, son tan sublimes tus pensamientos, tan apasionantes tus planes, tan ambiciosos tus proyectos, que le pido a la vida que te toque siempre con las manos bien limpias, que mire tu corazón y actúe en consecuencia, que recojas siempre lo que siembres (tal es mi confianza) y que recibas en todo momento lo que das.
Y me duele no poder medir el alcance de tus pasos, ni sopesar el terreno que pisas, ni garantizarte que el que la sigue la consigue. Me hiere no poder asegurarte que la vida siempre es justa y que al final, ganan los buenos.
Me angustia saber que nada puedo yo enseñarte, que no puedo tropezar por ti, que tú aprenderás todo por tu propio ensayo-acierto-error, que mis palabras estarán vacías hasta que tu experiencia les confiera solidez.
De nada sirve que te arrope esta noche o que te hidrate suficientemente, ni que te cuide como conviene. De nada o poco sirven mis consejos ni desvelos. Porque tu vida es tuya y habrá sombras que ni siquiera podrá disipar tu luz.
Y también sé, que a veces la mejor enseñanza es cruzarse de brazos y dejarte hacer. Y a la que intento transmitirte algo, tú ya me has dado diez lecciones.
Me alegro y me preocupa que seas tan precoz, tan emocionalmente maduro, tan sensible. Esto te hará disfrutar como nadie, pero también sufrir y yo sólo podré ser una espectadora más y ofrecerte un abrazo y una tirita con dibujitos.

Te quiero, Álvaro.
Texto e imagen: Santi Jiménez

No hay comentarios:

Publicar un comentario